publicado el 22 de octubre de 2012
Lluís Rueda | Una de los aciertos más estimulantes de un thriller futurista como Looper es que la temática de los viajes en el tiempo es una arma narrativa inteligente y, a la vez, una especie de sopa cuántica en la que sus protagonistas desarrollan culpas, miedos y toda suerte de emociones. El nuevo filme de Rian Johnson (Brick) busca con ahínco y acierto el desarrollo redentor de su protagonista, Joe (Joseph Gordon-Levitt) un asesino a sueldo que mata criminales que llegan del futuro, pero que deberá vérselas consigo mismo dentro de treinta años, en una versión encallecida y desencantada bien interpretada por Bruce Willis. Ese es el punto de partida de un filme prodigiosamente orquestado y que propone una narrativa alterada en la que la (i)lógica de los saltos en el tiempo puede recordarnos en su armónica disposición a los flash backs seminales de la tradición norteamericana de los filme noirs de las décadas de 1930 y 1940. Pero lo cierto es que Looper, lejos de presumir de ser un filme que se alimenta de clásicos de un modo casi feroz, también puede presumir de una libertad y frescura solo vista en ciertas cinematografías orientales, como, por ejemplo, la coreana (y pienso en algunas piezas capitales de Park Chan-Wook).
Pero Looper es sobretodo una pieza sci-fi imprescindible y reveladora, un clásico en el que la elegancia va sujeta a la fuerza del buen cine comercial que puede mirarse en el espejo con piezas míticas como Terminator (id., 1984) de James Cameron. En ese sentido, la acción, los disparos e incluso un sentido del humor algo surreal están asegurados. Por cierto, los paralelismos con el filme de Cameron tampoco se me antojan insensatos, todo lo contrario, creo que es uno de los filmes a los que Rian Johnson homenajea conscientemente.
Volviendo a los saltos en el tiempo, resulta muy interesante fijar nuestra mirada en aquella secuencia en una cafetería de carretera en que el Joe apesadumbrado y viejo que interpreta Bruce Willis le dice a su versión joven que no se rompa la cabeza haciendo diagramas sobre los viajes temporales ni demás gilipolleces, toda una declaración de intenciones por parte de Rian Johnson, que parece tiener muy claro que los protagonistas de su filme son fantasmas o almas en purga, casi metáforas de una sociedad del futuro como marca la tradición distópica, oscura y crepuscular. A todo esto, cabe explicar que el Joe del futuro es un cazarecompensas emocional que debe acabar con un niño que en el futuro hará cosas monstruosas y que el joven Joe es un 'looper' que debe cerrar su bucle matando a su yo del futuro. Un planteamiento fascinante que convierte este western añejo en dos películas con dos antagonistas que son una misma persona, casi una prestidigitación narrativa que nos evoca pasajes de Carretera perdida (Lost Highway, 1997) de David Lynch por su eficaz maleabilidad de personajes o incluso El curioso caso de Benjamin Button (The Curious Case of Benjamin Button, 2008) de David Fincher pero su inteligente conjugación del paso del tiempo y las consecuenciias de su percepción desde un punto de vista antinatural y alterado. Si por un lado el Joe del futuro se enfrenta a una solitaria lucha contra una organización de loopers en su busca deseperada por dar con el niño que le llevará a la desgracia en su madurez, el joven Joe le aguardá en el marco de un rancho en el que Emily Blunt (Sara), espléndida en su papel de madre con reminiscencias a Sarah Connors, cuida de ese niño especial. Pasajes westernianos en los que el joven pistolero se busca a si mismo de una manera que nos evoca a una obra maestra crepuscular como Raíces profundas (Shane) (1953) de George Stevens.
Looper es un filme cuyo planteamiento inicial puede resultar complejo, pero nada más lejos de la realidad. Se trata de una propuesta que atrapa el interés del público de inmediato, por su interesante mezcla de texturas y géneros, por un desarrollo de los personajes excepcional y por un sentido del ritmo tan armónico, como efectivo. Lejos de un filme de tesis, como podría parecer, el filme de Rian Johnson es un artefacto comercial cargado de sugerencias y que domestica cualquier atisbo de metalengüaje y transforma todo mesianismo cuántico de su planteamiento en planos convergentes de una única moneda. El aspecto formal de la película es exquisito y su guión es un prodigio lleno de detalles y de maestría tanto en su confección narrativa como en su sensibilidad a la hora de construir maravillosas escenas aisladas. Especialmente en los pasajes que nos sitúan en el rancho y en la convivencia del joven Joe con la madre y su hijo.
Por otro lado, cabe también exponer que la imaginería del filme y su diseño de producción es de una sobriedad que aún procura un plus de verosimilitud, y es que el futuro en Looper es tan factible como fácil de identificar, prácticamente desnudo de barroquismos tecnológicos, gadgets y su desarrollo está muy sujeto a los cambios éticos, sociales y cierta deshumanización neoliberal.
En resumen, Brian Johnson nos ha regalado una pieza cinematográfica impertinentemente original, cautivadora, ajena a todo prejuicio y vibrante en toda su camaleónica concepción. Casi una versión hipervitaminada de Hasta que llegó su hora (C'era una volta il West, 1968) de Sergio Leone que nunca renuncia a su capacidad para evocar, reflexionar sobre los actos del presente y del futuro, los traumas del pasado y deconstruir personajes tejiendo extraordinarias sinergias posibilistas.