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publicado el 18 de febrero de 2007

Un arte del siglo XXI

Mayúsculo ejemplo de la supremacía de la cinematografía oriental en el ámbito del cine fantástico, el tercer filme del realizador surcoreano Bong Joon-ho, "The Host" ("Gwoemul", 2006) llega precedido de una entusiasta recepción crítica en numerosos certámenes y revistas especializadas, justa recompensa para una obra destinada a pasar a los anales del género debido a su riqueza formal y su condición de auténtica rara avis dentro del subgénero de las "monster movies".

Juan Carlos Matilla | Bong Joon-ho es, junto con Kim Ki-duk (Hierro 3, Time), Park Chan-wook (Sympathy for Mr. Vengeance, Old Boy) y Hong Sang-soo (Turning Gate, Woman Is the Future of Man), uno de los máximos responsables del resurgir del cine surcoreano en la última década. La solidez de la obra de estos cineastas ha contribuido enormemente al aumento del prestigio de su cinematografía en todos los circuitos de distribución mundial amén de ser reconocidos por la crítica occidental (1). Dueños de una obra extremadamente personal, sus filmografías se resisten a las comparaciones y resulta francamente difícil extraer relaciones y puntos en común lo suficientemente sólidos de entre todos ellos. Posiblemente, Chan-wook y Joon-ho sean los que comparten un estilo más cercano sobre todo a la hora de adoptar ciertos apuntes visuales de evidente riesgo y por la libertad con la que encaran ciertos géneros muy codificados. Por contra, el enfoque de Joon-ho prefiere asumir un tono más lúdico y el de Chan-wook se decanta por un acabado mucho más paroxístico de la puesta en escena.

Quizás el rasgo más evidente que une a estos cuatro autores sea que todos ellos utilizan la preceptiva de los géneros como excusa para realizar agudos y poco complacientes retratos de la sociedad surcoreana ya sea a través del melodrama (Ki-duk), el drama naturalista (Sang-soo), el thriller de tintes fantásticos (Chan-wook) o, en el caso que nos ocupa, la comedia sardónica con elementos terroríficos (Joon-ho). Y es que, sin lugar a dudas, la cinematografía surcoreana se ha revelado en los últimos años como una de las más analíticas respecto a la observación de los conflictos morales y sociopolíticos de la sociedad contemporánea, a partir del estudio de sus síntomas más preocupantes (incomunicación, intolerancia, individualismo extremo, etc.), pero sin tomar un insatisfactorio enfoque antropológico similar al adoptado en otras filmografías como la tailandesa o iraní, plagadas de plúmbeos productos pseudo documentales.

La cinematografía surcoreana se ha revelado en los últimos años como una de las más analíticas respecto a la observación de los conflictos morales y sociopolíticos de la sociedad contemporánea, a partir del estudio de sus síntomas más preocupantes (incomunicación, intolerancia, individualismo extremo, etc.), pero sin tomar un insatisfactorio enfoque antropológico.

Nacido en Seúl en 1969, Bong Joon-ho cursó estudios en la Academia de Artes Cinematográficas de Corea del Sur. Tras su graduación, realizó un puñado de cortometrajes que le granjearon cierto prestigio y le abrieron las puertas de la industria de su país. Debutó en el largometraje con el filme Barking Dogs Never Bite (Flandersui gae, 2000), comedia que fue muy bien recibida por el público y la crítica (de la cual poco puedo apuntar ya que no he tenido la oportunidad de ver), a la que siguió la magistral Memories of Murder (Salinui chueok, 2003), una innovadora variación del subgénero de filmes de psycho-killers rodada con una elevada estilización formal y un absorbente tono humorístico. La originalidad de su enfoque radicaba en que, en lugar de enfatizar los elementos más habituales del relato noir, apostaba por el estudio de la perseverancia y tenacidad humanas a partir del estudio pormenorizado de las motivaciones de los dos detectives protagonistas. Además, en este filme ya estaba presente la minuciosa, elegante y rica puesta en escena característica de su director, una combinación de mesura narrativa y fugas expresivas que llegaría a sus cotas más sofisticadas en su siguiente filme.

Como muchos lectores sabrán, The Host es una monster movie muy poco ortodoxa respecto a la tradición genérica. Ambientada en la ciudad de Seúl en la época contemporánea, el film sigue la peripecia de la anodina familia Park que se tendrá que enfrentar con un monstruo que habita el río Han (cuyo origen se debe a una mutación genética provocada por el vertido de sustancias químicas en el cauce fluvial) para poder salvar la vida de la pequeña Hyun-seo, apresada en la guarida de la voraz criatura. Este es el punto de partida argumental de una obra que brilla por muchos motivos. La lista de aciertos sería larga y profusa, pero en el siguente texto me gustaría reflexionar sobre los que, a mi juicio, resultan más ricos y sugestivos: su condición de filme que navega a contracorriente entre la firme narrativa clásica y las fugas innovadoras, el radical giro que supone dentro del género de las monster movies, su expresiva poética visual, su trasfondo sociopolítico y su delicada y angustiosa visión melancólica de la irreversibilidad de los acontecimientos.

Dentro de la actual querella que se está produciendo entre los partidarios de las formas narrativas clásicas y los defensores de las nuevas propuestas de vanguardia (2), un filme como The Host puede verse como una lúcida e implacable demostración de lo inútiles que suelen ser las posturas excesivamente vehementes y cerriles a la hora de medir la presunta caducidad o innovación de según qué parámetros narrativos. En especial, la obra de Joon-ho supone un incuestionable ejemplo de lo equivocados que están todos aquellos cinéfilos que rechazan las aportaciones artísticas de los géneros populares (cuya riqueza en verdad está a años luz de haberse agotado) y las enfrentan a las nuevas soluciones dramáticas emanadas de los nuevos cines actuales (cuyas innovaciones no tienen [ni deben] enfrentarse a las convenciones narrativas clásicas sino más bien enriquecerlas y aumentarlas).

La obra de Joon-ho supone un incuestionable ejemplo de lo equivocados que están todos aquellos cinéfilos que rechazan las aportaciones artísticas de los géneros populares y las enfrentan a las nuevas soluciones dramáticas emanadas de los nuevos cines actuales.

Y es que, en la actual coyuntura cinéfila, resulta cada vez más molesto percibir una cierta corriente de presunción extrema que aboga por la confrontación vacua y el discurso de trazo grueso a la hora de valorar la evolución del cine contemporáneo. Así, en algunos círculos de especialistas parece imposible casar los aciertos de los cineastas entrenados en los géneros populares junto con las propuestas de auteurs de lenguaje abstracto y poco convencional, ya que las defensas de ambos bandos se han polarizado en exceso y han perjudicado el sentido último de la crítica, mantener una mirada limpia y exenta de prejuicios que sepa valorar la verdadera esencia del CINE con mayúsculas: la creación de un lenguaje visual puro, alejado de ornamentos y vacíos recursos narrativos, que sepa mantener un equilibrio entre la excelencia artística y el arrojo moral. Fiel ejemplo de ambas corrientes (la que considera que la preceptiva de los géneros aún se encuentra en desarrollo y la que abraza sin pudor y sin lastres los nuevos desarrollos dramáticos), The Host es una bella obra que cumple a rajatabla este necesario precepto cinematográfico.

La originalidad genérica de The Host radica en la introducción en un subgénero tan manido y poco lustroso como el de las monster movies de un extremado lirismo y una sobrecogedora carga fabulística. Cierto es que la tradición cinematográfica ha tratado la figura del monstruo desde perspectivas líricas y melancólicas (con hitos incuestionables como King Kong, La mujer y el monstruo o La Bella y la Bestia, entre otras muchos), pero la apuesta de Joon-ho no radica en reflejar al monstruo con una simbólica carga metafórica sobre su aislamiento vital sino en utilizarlo como contrapunto de la voluntad de superación del hombre y como excusa argumental para explorar la multiplicidad de las reacciones humanas ante una realidad desbordante y agresiva. Así, The Host no es ni una recopilación de trepidantes escenas de acción (aunque no escasean las set pieces crudas y espectaculares como la antológica secuencia del primer ataque del monstruo en la orilla del río) ni una obra sobre lo que se esconde bajo el rostro de la monnstruosidad (tema tan recurrente en la historia del género de terror) sino una refinada obra sobre la pérdida, los lazos familiares y la arbitrariedad de nuestro devenir, filmados a la manera de un arabesco melodramático, no exento de múltiples detalles de horror. Por todo ello, considero que el filme de Joon-ho es uno de los hitos incuestionables del género.

Pero, además de su condición de excelso punto de inflexión dentro de la evolución del cine de acción y las monster movies, The Host no sólo se limita a ser un filme que busca una cierta trascendencia en el tiempo por la vía conceptual sino que también es un agudo y certero espejo donde se reflejan algunos de los males endémicos de la sociedad occidental a partir de la descripción paródica de algunos de sus síntomas más evidentes tanto a nivel individual (incomunicación, falta de ideales, excesos materialistas, desprecio por la sencillez, agorafobia social, pánico a descender en la jerarquía social) como colectivo (los abusos de poder por parte de los estamentos que nos gobiernan, la triste herencia de los colonialismos del pasado, la manipulación de los medios de comunicación, etc). En definitiva, todo un catálogo de las más diversas enfermedades sociopolíticas de este cercano debut de siècle.

En cuanto al estilo visual adoptado por el director, podríamos definirlo como una dialéctica de los contrarios, ya que los principales recursos narrativos del filme confrontan términos antagónicos: serenidad vs. acumulación, épica vs. intimismo, tradición vs. vanguardia o estatismo vs. movilidad. Al igual que su compatriota Chan-wook (aunque sin tanto énfasis), Joon-hoo trufa sus filmes con una emotiva y fastuosa mezcla de ironía, piruetas formales y delirios visuales siempre al borde del ridículo más absoluto (riesgos que evitan ambos gracias a su insoslayable compromiso por las soluciones líricas y los enfoques sombríos). De esta manera, The Host aúna espectacularidad y exceso pero sumados a un delicado tono fúnebre y melancólico que atenúa los resultados (fíjense, por ejemplo, en la excepcional secuencia del suicida frente al río Han, plagada de efectos megalomaníacos como ralentís, picados cenitales y radicales escalas de planos, suavizados por el lirismo de la banda sonora, la sugerente conclusión del diálogo y los misteriosos planos de la superficie del agua del río).

En cuanto al estilo visual adoptado por el director, podríamos definirlo como una dialéctica de los contrarios, ya que los principales recursos narrativos del filme confrontan términos antagónicos: serenidad vs. acumulación, épica vs. intimismo, tradición vs. vanguardia o estatismo vs. movilidad.

Otro estremecedor momento en el que Joon-hoo hace gala de su meritorio trabajo como cineasta capaz de hilvanar el espectáculo con las fugas íntimas lo encontramos en la magnífica resolución del rapto de Hyun-seo a manos del monstruo, en el que combina un trepidante uso del travelling, la cámara lenta y la profundidad de campo con el romántico leit motiv del score, el uso del plano detalle y el fuera de campo, recursos de cariz más intimo y sugerente que suponen una excelente glosa al tono melodramático de la secuencia.

Otro momento de máximo esplendor es la secuencia de la reunión de la familia tras el primer intento de rescatar a la pequeña. De una indudable carga emotiva y fantasmagórica, el realizador realiza aquí un arriesgado recurso escénico (la imposible aparición de la niña con un acertado tono naturalista) mediante el cual proyecta en imágenes irreales los anhelos de los personajes. A este bello momento, le sigue una estremecedora relación por montaje con un plano detalle de la niña recogiendo agua de lluvia con su sucia mano para paliar su sed, dos imágenes cuya antinómica carga interna supone uno de los detalles más hermosos del conjunto.

Pero, por encima de todo, el segmento más importante del filme es su magnífico final en el que los miembros de la familia consiguen dar muerte a la criatura. Alucinada secuencia llena de aciertos visuales, su tono pesadillesco y elegíaco se ve reforzado por el inteligente uso de ciertos motivos que funcionan como símbolos (los colores agresivos de la nube tóxica, la presencia purificadora del fuego y el agua, la sangre que emana de los oídos de los manifestantes, etc), el superlativo y coreográfico lenguaje visual adoptado (de una plasticidad inigualable, potenciada por el arrebatado score) y el elevado nivel de abstracción conseguido por el uso de ciertos recursos (como el fuera de campo y la filmación de los espacios vacíos). Pero, además, esta secuencia recoge la mejor idea de todo el filme: el plano en el que el padre de Hyun-seo arranca su moribundo cuerpo de la garganta del monstruo, una imagen de impactante carga simbólica, que recuerda tanto un esperanzado parto como una espantoso regurgitación. En esta secuencia es donde percibimos la carga metafórica y existencialista del filme y nos damos cuenta de que, en realidad, The Host es un filme que, ante todo, nos narra la peripecia (de evidentes connotaciones órficas) de un padre que pierde por segunda vez a su hija: trágica demostración de la irreversibilidad del tiempo y de la imposibilidad del hombre de sobrerponerse a la destinos funestos.

Por todo esto, considero que The Host es uno de los filmes más importantes de los últimos años. Una obra madura, hermosa, arriesgada e innovadora que viene a justificar tanto la pasión que muchos de nosotros sentimos por el género fantástico como la convicción de que el cine aún dispone de muchos caminos por recorrer en nuestro naciente siglo XXI. Ante ciertas opiniones agoreras sobre la presunta muerte del cine, una obra como ésta supone una demostración física y palpable de que no se ha dicho todo aún respecto a las posibilidades de los géneros populares, cuyas preceptivas evolucionan según el signo de los tiempos.

  • (1) En este punto, me gustaría resaltar la curiosa evolución crítica de algunos de estos autores. Si bien la obra de Hong Sang-soo y Bong Joon-ho siempre ha gozado de una excelente reputación entre ciertos círculos elitistas, la recepción en los últimos años de las filmografías de Kim Ki-duk y Park Chan-wook (que en un principio fue más que aceptable) ha sido tremendamente negativa por no decir hostil. Calificados de vacuos, simplistas y (en el caso de Chan-wook) casi fascistas (?), esta deriva en los gustos de la cinefilia actual demuestra lo absurdo de adoptar modas coyunturales en lugar de analizar con rigor las aportaciones de puesta en escena de los creadores. Por que, por ejemplo, acusar de vacuo, preciosista y falsamente trascendental a un autor tan interesante como Ki-duk (a pesar de algunos titubeos fílmicos) y luego aplaudir a títulos melifluos, mediocres y planos como María Antonieta, de Sofía Coppola o La ciencia del sueño, de Michel Gondry, resulta, cuanto menos, preocupante.

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  • (2) Perceptible en numerosas revistas on-line como Tren de Sombras y Miradas de Cine o foros de actualidad cinéfila como Cinexilio o el de la página personal del crítico José María Latorre, lugares donde en las últimos meses se han volcados furibundas criticas y ataques encendidos entre especialistas, cinéfilos y aficionados alrededor del ya algo caduco y cansino debate sobre la crítica y el cine contemporáneo.

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