publicado el 16 de julio de 2008
Marta Torres | Soy un Cyborg es una deliciosa y lisérgica puesta al día de los motivos que hasta ahora han animado los filmes del director coreano Park Chang-wook: la venganza, la culpa y la soledad. El contenido es el mismo aunque se reviste de un tono más ligero, cercano a la comedia, y olvida en apariencia los tintes más sombríos de sus filmes anteriores (la llamada trilogía de la venganza, formada por Simpathy for Mr Vengeance, Old boy y Simpathy for Lady Vengeance).
Si en algo ha destacado el director coreano Park Chang-wook es por su extrema facilidad para trazar historias vigorosas con guiones aparentemente imposibles, mezclando con mano maestra géneros (de la sátira o el thriller a la comedia negra) y estilos. Su arrolladora potencia visual y el gusto por los colores violentos y saturados no entran en contradicción con su habilidad por captar sentimientos y sensaciones, de aquí que sus filmes siempre retraten situaciones ambivalentes y personajes complejos, difíciles de explicar fuera de las sensaciones que nos provocan. En el caso que nos ocupa los sentimientos no podrían ser más extraños. Soy un Cyborg es una historia de amor, en el escenario de una institución mental, entre una adolescente que se cree un robot sin sentimientos y un joven cleptómano que llena sus vacío vital cometiendo pequeños hurtos. La historia, narrada con la candidez y la mala leche de un niño sin complejos, aborda misterios tan oscuros como la pérdida de un ser querido, el sentimiento de culpa, la venganza y la fuerza liberadora de los sentimientos. La protagonista, apenas una adolescente -la metáfora de la adolescencia en realidad-, se interroga sobre el lugar que ocupa en el mundo mientras renuncia a su humanidad a favor de un mundo brillante de tecnología pop, electricidad y superficies metálicas (impagables sus diálogos con el dispensador de bebidas o la manera peculiar que tiene de alimentarse).
No es la primera vez que el cine nos brinda historias de seres humanos transformados en robots. Se pueden citar, además de la fundacional Metrópolis, Blade Runner y Robocop, los Mechas japoneses o el filme de culto Tetsuo, el hombre de hierro, de Shinya Tsukamoto. Soy un Cyborg es una extraña mezcla de todos ellos y comparte con la mayoría el gusto por lo cibernético en oposición a las limitaciones humanas. La cálida piel sintética es una fuga de los problemas reales de la vida y una respuesta, a menudo violenta, a sus frustraciones. Como en Tetsuo, nuestra protagonista quiere hacer realidad el sueño infantil encarnado por los Mechas japoneses, venidos al mundo para destruirnos a todos.
Soy un Cyborg es también un filme infantil, o más bien, una historia de transición entre el mundo infantil, encarnado por la abuela de la protagonista, y el mundo adulto, al que la niña es incapaz de acceder. La protagonista es una Alicia cibernética equipada con armas de última generación que se mueve por su centro psiquiátrico con la mirada de los jóvenes inadaptados. El filme funciona como una fábula psicodélica, trufada de colores brillantes, imágenes surrealistas, iconos pop y escenas oníricas (el mismo Park Chan-wook reconoció que una de las escenas más delirantes de la película se le ocurrió mientras dormía). De la misma manera, y como corresponde a un rito de paso adolescente, el filme juega a ponerse al límite de la paranoia visual y narrativa, dejando en el espectador el regusto de un viaje a lo más lisérgico de nuestra infancia. El despertar, claro está, puede ser amargo o liberador.
Soy un Cyborg se estrenó en la pasada edición del Festival de Cinema de Catalunya Sitges 2007 donde recibió el premio al mejor guión, una decisión algo incomprensible si consideramos las bazas del filme: el tratamiento visual y el diseño de producción.