Vuelve la ciencia ficción

Marta Torres

Publicado el 3 de abril de 2015; caduca en -3061 días

El espacio, con toda su terrorífica inmensidad, es un terreno a menudo desaprovechado por el género de horror, que se siente más cómodo en bosques o casas encantadas que en un lugar tan poco familiar para el espectador como el abismo sin aire que nos rodea. Salvo contadas excepciones (Atmósfera cero, Horizonte final), los filmes ambientados en el espacio suelen obviar los elementos más genuinos de la ciencia ficción, optando por películas sobre monstruos alienígenas (Alien, Predator…) que derivan hacia obras de supervivencia o cine de catástrofes. Quizá en parte debido a que tenemos más que abandonada la carrera espacial, el cine que escoge como escenario un lugar fuera de nuestra atmósfera ha ido derivando hacia el cine de acción, de aventuras o el puramente fantástico.

No es el caso de la película que nos atañe. Como en su día hizo Moon (2009) de Duncan Jones, la cinta que ahora nos presenta Gonzalo López-Gallego (El rey de la montaña, 2007) bebe directamente de la ética y la estética de los filmes de los años setenta. Recién llegados a la Luna, los cineastas plantearon un futuro donde habitar otros planetas era algo más que una posibilidad, de aquí su cuidada ambientación verista y el cultivo de un género que Duncan Jones denominó en una entrevista concedida a Judex como “ciencia ficción de mono azul”, más realista y más cercana al thriller que al fantástico y que tiene entre sus obras más destacadas a Atmosfera cero o Naves Silenciosas.

En esta órbita fluctúa Apollo 18. Un filme que adopta la forma de un falso documental para hablarnos de una supuesta última misión de la saga Apollo, encubierta a causa de un desastroso contacto con seres extraterrestres. Por suerte, el uso de supuestas imágenes grabadas en Super 8 por la tripulación, así como entrevistas e imágenes de archivo de la NASA es más un activo que un lastre para la película. El uso de estas grabaciones le confieren a la película una atmosfera de fascinante veracidad (todos hemos visto imágenes de despegues de cohetes y de astronautas en la Luna) al tiempo que nos recuerdan las texturas de la era predigital, más acordes con la ciencia ficción clásica.

Sin embargo, Apollo 18 no es una película fuera de su tiempo. El uso de las imágenes grabadas y el horror de lo que encubrieron harán las delicias de los amantes de las conspiraciones gubernamentales tan en boga gracias a la proliferación de programas de misterio y páginas web especializadas en desvelar secretos. Aunque a diferencia de las imágenes que solemos ver, Apollo 18 da bastante miedo.

Apollo 18 es también una película con pocos actores y apenas dos o tres escenarios, hecho que, si bien tiene una translación clara en el presupuesto de la película, claramente reducido, también la conecta con el cine de ciencia ficción de la década de los setenta al que hacíamos referencia, en el que no era extraño confrontar a un solo astronauta, o a un grupo aislado, a la vastedad de un planeta yermo y sin oxígeno. El abandono, la tensión y, finalmente el horror, tienen un componente más descarnado si se afronta en absoluta soledad. La imagen de un astronauta sobre la superficie lunar, protegido de un entorno que le mataría en segundos por una fina capa de tela y plástico, tiene algo de horror ontológico, de miedo profundamente humano que nos hace retroceder al terror sin nombre que sentían nuestros primeros ancestros enfrentados a un entorno hostil del que lo ignoraban casi todo.

En esta órbita fluctúa Apollo 18. Un filme que adopta la forma de un falso documental para hablarnos de una supuesta última misión de la saga ApolloTwitealo!

Marta Torres

Periodista en medios escritos y radiofónicos, especializada en antropología urbana, ciencia, tecnología y cine. Fundadora de Bdebarna, una web que reúne a exploradores de la ciudad de Barcelona y que lleva recopiladas más de 2.300 historias sobre la ciudad. Colaboradora en Judexfanzine.net.