No es el caso de la película que nos atañe. Como en su día hizo Moon (2009) de Duncan Jones, la cinta que ahora nos presenta Gonzalo López-Gallego (El rey de la montaña, 2007) bebe directamente de la ética y la estética de los filmes de los años setenta. Recién llegados a la Luna, los cineastas plantearon un futuro donde habitar otros planetas era algo más que una posibilidad, de aquí su cuidada ambientación verista y el cultivo de un género que Duncan Jones denominó en una entrevista concedida a Judex como “ciencia ficción de mono azul”, más realista y más cercana al thriller que al fantástico y que tiene entre sus obras más destacadas a Atmosfera cero o Naves Silenciosas.
En esta órbita fluctúa Apollo 18. Un filme que adopta la forma de un falso documental para hablarnos de una supuesta última misión de la saga Apollo, encubierta a causa de un desastroso contacto con seres extraterrestres. Por suerte, el uso de supuestas imágenes grabadas en Super 8 por la tripulación, así como entrevistas e imágenes de archivo de la NASA es más un activo que un lastre para la película. El uso de estas grabaciones le confieren a la película una atmosfera de fascinante veracidad (todos hemos visto imágenes de despegues de cohetes y de astronautas en la Luna) al tiempo que nos recuerdan las texturas de la era predigital, más acordes con la ciencia ficción clásica.