Lo cierto es que J. J. Abrams ha creado un filme mimético a Star Wars: Episodio IV - Una nueva esperanza (Star Wars: Episode IV – A New Hope, George Lucas, 1977), no tanto por contentar a los fans, que anhelan revisitar la erótica de la criatura con diferente ropa interior, como para satisfacerse a él mismo. Abrams es un fan más, pero también se sabe un realizador de culto que sueña con emular a sus tótems Lucas y Spielberg. Podemos decir que el director de Super 8 ha sido víctima de una pulsión casi enfermiza; ha intentado hacer la misma película que Lucas -Star Wars: Episodio IV - Una nueva esperanza-, mejorando la pirotecnia, aumentando la tesitura emocional, planteando una compleja arcadia familiar -el concepto “familia” es aquí importante- para componer la ópera definitiva, la tragedia majestuosa que le conceda recuperar la magia de la citada cinta original. Bien, en esa tesitura personal y profesional, mucho me temo, Abrams ha fracasado. Esa magia jamás volverá, es una quimera, sin embargo es tan fuerte ese deseo de recuperarla, tan poderoso, que lleva a muchos fans a la situación paradójica de enorgullecerse de estar atrapados en una historia que no se cansan de revisitar. El filme de Abrams les encanta porque no traiciona en una coma sus expectativas, pero su director es consciente de que eso implica arrancarse los galones y, como creador, ser una mera sombra del gran Lucas. Un George Lucas, por otra parte, a la que su tan criticada trilogía de las precuelas algunos articulistas diletantes comienzan a elevar a la categoría de películas de culto.
Y la pregunta es, en un filme alimenticio dónde lo único que llena la pantalla realmente es Harrison Ford (su carisma es incontestable), ¿dónde está esa magia que todos persiguen? A mi juicio no está en el filme, no se halla en una película menor y prescindible, aunque iconográficamente me parezca estimable. Esa magia, entiendo, es el propio fan de Star Wars. Esa magia está en una generación que cree en la fuerza y que ha llenado los cines con sus hijos y sus nietos, pero nunca acompañados del adolescente crítico e incluso advenedizo (ese que consume el filme y se olvida a los cinco minutos).