Hacia el norte, dirección Pompeya y Sorrento, la bella costa dignifica la bahía de Nápoles, asoma la Isla de Capri y el bullicio, más que desaparecer, se estiliza hasta cuotas “cool”. Al sur de Nàpoles se abre otro abanico de sensaciones. Tras atravesar un extrarradio interminable que parte de Montesanto hasta precipitarse por la línea de mar, hayamos barrios sin encanto, funcionales y estéticamente ofensivos. Posiblemente desde que fueron construidos, ya nacieron viejos, ajados, feos. Quizá el primer pueblo bello que el tren (la cumana) aborda es Pozzuoli, con una viejo mercado romano medio sumergido en su plaza principal, un anfiteatro bello... Se huele la actividad pesquera, todo es sensatamente idílico. Pese a que un ferry descargue de sus entrañas un aluvión de vehículos uno degusta un café en un quiosco con la convicción de que el pueblo merece unas horas de paseo. Y no se equivoca. Más allá se vislumbra la Cumas de los templos y la cueva de la Sibila, un bosque bello con calzada romana donde perder de vista el mundo y encontrarse a uno mismo entre templo y templo, si es que esa opción le place. Sin embargo, entre Pozzuoli y Cumas hallamos una zona que vuelve a mostrar la cara paradigmática de lo mejor y lo peor de la región de Campania. Entre el lago Averno, un antiguo cráter junto al mar que alberga las ruinas de unas Termas y un aluvión de insectos voladores que asemejan diablos rojos y ya un tanto más alejado del lago Licola, y una bella reserva natural anexa, se expande un litoral de playa de arena fosca y una ciudad fantasma: los complejos veraniegos que arrancan en Licola proponiendo un paseo por una arquitectura abandonada, sepultada por la arena de las dunas, taquillas vacías, sillas truncadas, recepciones encaladas en blanco que solo reciben la visita de palomas curiosas o algún transeúnte que ha perdido el autobús, apenas un bar que concentra todos los intrigantes de ese pequeño Detroit costero. Un ejemplo más del oportunismo arquitectónico, kilómetros de costa que podrían equiparase al área de Garraf (entre la provincia de Barcelona y Tarragona) paradas en un tiempo reciente a perpetuidad, otro tipo de ruina, otra suerte de templo que a buen seguro se mantendrá en pie por los siglos de los siglos, como en Pompeya. En Nápoles, el error persiste, los mostrencos de la especulación nunca son demolidos tras una crisis, se alzan a perpetuidad. Quizá un paseante, años más tarde vea esas extrañas construcciones junto al mar como nosotros vemos hoy los baños del bello Herculano, quizá la varilla de una sombrilla oxidada se aprecie como una ánfora, y un enano de jardín, como una bella escultura en la Casa del Fauno.