El cine en la era Trump

Marta Torres

Publicado el 9 de marzo de 2017; caduca en -2449 días

¿Cómo será el cine en la era Trump? Hace unos días tratábamos de responder a esta pregunta en una mesa redonda que organizamos en el marco del Bostik Film Fest de Barcelona bajo el título “El cine norteamericano que nos avanzó la era Trump”; y apenas alcanzamos a bosquejar algunas teorías. Por suerte, la gala de los Oscar que tuvo lugar solamente unas pocas horas después nos puede dar algunas pistas para empezar a vislumbrar el panorama, que a pesar de lo que pudiera parecer, dista mucho del cine contracultural que provocaron los excesos de los presidentes Nixon en los setenta o Reagan en los ochenta. El panorama fluctúa ahora entre lo políticamente correcto, la apropiación por parte de la derecha del lenguaje antisistema y, tal como apuntó muy acertadamente una mujer del público, la globalización que afecta a las producciones estadounidenses, obligadas a crear contenidos pensados para públicos chinos o rusos, en lugar de americanos, el equivalente cultural a la colonización que Donald Trump tanto teme.

Podría decirse que en la Gala de los Oscar 2017 triunfó el cine políticamente correcto. Dejando de lado el análisis de la calidad artística o comercial de las obras premiadas, la Academia de Hollywood articuló su palmarés para crear un mensaje político dirigido a su némesis: el actual presidente de los Estados Unidos. En términos concretos esto se tradujo en premios a artistas de color y/o musulmanes, películas sociales o incluso procedentes de países vetados por el régimen, como El viajante, película iraní escogida como mejor filme extranjero cuyo director, Asghar Farhadi, tenía prohibida la entrada al país. Apostar por la corrección política en una época en que arrecia el machismo, el racismo o la homofobia no parece descabellado; pero se corre el riesgo de que la derecha cope el lenguaje más radical o antisistema. No es extraño que muchos de los votantes de Trump asocien lo políticamente correcto con las élites liberales de las grandes ciudades: las mismas que premian artistas de color y procuran no herir la sensibilidad de las comunidades LGTB, pero que se muestran opacas a la pérdida de poder adquisitivo de las clases medias, claramente cada vez más enfadadas con el sistema.

La familia de la “Matanza de Texas”

Hasta hace poco, Europa veía a los Estados Unidos representados por las élites de Nueva York, San Francisco y la sonrisa franca de Obama, pero los propios cineastas norteamericanos ya nos habían mostrado que existía una nación oculta, posiblemente ebria, derrotista y apegada al rifle, que ha surgido de sus viejas roulottes y granjas para coronar a un líder mediático y multimillonario, Donald Trump. En las últimas elecciones presidenciales ha aflorado una América rural que la industria del cine norteamericana, venga de Hollywood o de Sundance, siempre ha tratado como a un elemento extraño y hasta terrorífico. Es la familia disfuncional de La matanza de Texas, los frikis cristianos de Palíndromos, los protagonistas trash de las comedias a la manera de Somos los Miller, o el excéntrico conspiranoico protagonizado por John Goodman de Calle Cloverfield 10. Es la América ‘redneck’ o ‘white trash’, infrarrepresentada en los productos culturales o directamente vilipendiada por Hollywood. Películas recientes, sin embargo, se han acercado a esta realidad con un poco más de respeto. Es el caso de Comanchería, en la que se nos presenta una Texas deshauciada por los bancos.

En ‘Comancheria’ los protagonistas acaban atracando bancos.

Aunque nos engañaríamos si detrás de Trump solo viéramos tópicos rurales y la Fox News. La situación no se explicaría sin la participación de los habitantes del cinturón del óxido (Chicago, Detroit…). Zonas industriales devastadas por el desempleo y la deslocalización. Precisamente, estas ciudades se han convertido en el epicentro de la representación audiovisual del fracaso económico. Aquí vale la pena citar thrillers como No respires, con Detroit erigido en un laberinto de cemento lleno de alimañas, o el filme de Jim Jarmush Only lovers left alive que escoge esta misma ciudad como ataúd-metáfora donde viven los vampiros de la película. En este aspecto, es interesante hacer hincapié en la conexión de Detroit con la revivida Iglesia de Satán, y sus campañas ligadas a la libertad sexual.

América para los americanos

¿Cómo será el cine que vendrá? ¿Habrá un sello Trump o anti-Trump en las producciones audiovisuales? La época Obama se ha saldado con una reivindicación del papel de los afroamericanos en la historia de Estados Unidos; sirva de ejemplo la película Figuras ocultas que resume bastante bien esta corriente y que consiste en reivindicar el papel central de tres mujeres afroamericanas en uno de los acontecimientos clave del país: la llegada del hombre (¿o mujer?) a la Luna. ¿Pasará lo mismo con Trump? Si atendemos a la ideología que propugna, un inconcreto “América primero” que ya promulgaba Richard Nixon en 1968, quizá nos esperen filmes populares o patrióticos: continentes vacíos donde volcar frustraciones. Sin embargo, es más probable que la reacción sea más bien la contraria y se instaure definitivamente el buenismo cinematográfico en forma de filmes sociales de suave crítica política (un ejemplo claro es Moonlight, la gandora del Oscar a mejor película de este año) o, ¿porque no?, que reivindiquen a los latinos, los grandes olvidados por ahora en la escena del cine estadounidense. En este aspecto, quizá sea interesante esperar a la próxima película de Steven Spielberg, un director con un olfato muy fino para detectar las angustias de su público, que supo captar las sutilidades de la guerra preventiva en Minority Report o del terrorismo internacional en Munich.

'No respires' dibuja Detroit como una zona muerta.

Más allá de Spielberg, quizá los filmes que mejor recogen la profunda división que afecta a Estados Unidos sean los que son capaces de retratar los peligros de una personalidad escindida, sea esta del taxista inestable de Taxi Driver o del asesino de American Psycho. Filmes en los que una aparente y superficial normalidad ocultan apenas la locura. Ambas películas abordan además la crisis del modelo masculino y sus ideales; ya sea desde el punto de vista del hombre fracasado y expulsado del sistema, como es el caso del excombatiente de Vietnam de Taxi Driver; ya sea desde el punto de vista de Patrick Bateman, el yuppie exitoso y fan acérrimo, atención, de Donald Trump, de American Psycho. Arquetipos ambos del hombre hecho o deshecho a sí mismo y del fracaso de un sistema que cree en los héroes solitarios en una época de grandes urbes y multitudes anónimas. Tanto Travis Bickle y Patrick Bateman como ahora el mismo Trump adolecen de los mismos síntomas: un narcisismo sobredimensionado y un infantilismo atroz, incluso por encima de la media en uno de los países más narcisistas, infantiles y conspiranoicos del Planeta.

Artículo escrito en base a la mesa redonda “El cine norteamericano que nos avanzó la era Trump” en la que participaron el cineasta y productor Javier Rueda, el ensayista cinematográfico Llorenç Esteve y el editor y crítico de cine Lluis Rueda.

Muchos votantes de Trump asocian lo políticamente correcto con las élites liberalesTwitealo!

Marta Torres

Periodista en medios escritos y radiofónicos, especializada en antropología urbana, ciencia, tecnología y cine. Fundadora de Bdebarna, una web que reúne a exploradores de la ciudad de Barcelona y que lleva recopiladas más de 2.300 historias sobre la ciudad. Colaboradora en Judexfanzine.net.