La catedral de Ginebra es un templo muy antiguo, bajo sus cimientos las excavaciones arqueológicas han desvelado edificios prerománicos y varias iglesias que datan de los primeros siglos del cristianismo. Una visita a las profundidades nos revela cómo ha ido cambiando el templo a lo largo de la historia: el primer edificio poseía un atrio, que ahora se encuentra bajo una plaza, y a su alrededor fueron edificándose otras construcciones, entre las que había un baptisterio, celdas monacales y otras iglesias, cada vez mayores, dedicadas a las enseñanzas eclesiásticas, el culto funerario y los sacramentos públicos. Si descendemos aún más, muy hondo entre los estratos, descubriremos los restos de un incendio y aún más abajo, la madera calcinada de un edificio anterior al cristianismo que protegía los despojos mortales de un hombre. Lo más probable, creen los historiadores, es que se trate de los restos de un templo de madera dedicado a honrar la sepultura de un cabecilla o un héroe local. Alguien suficientemente importante para ser recordado siglos después de su muerte, pero del cual se ha perdido el nombre y la historia. El esqueleto se conserva entero, enterrado en lo más hondo de la catedral, no han resistido el paso del tiempo ni sus ropas ni sus avíos, pero si quedan algunos detalles curiosos: cavaron alrededor de la tumba para recuperar su calavera, lo que denota la existencia de un culto a los muertos y confirma su ascendencia celta. También se conserva una estatua en madera de un cabecilla, seguramente el mismo personaje, encontrada cerca del lago Leman y posiblemente conservada tantos años gracias al fango de la ribera.