publicado el 12 de julio de 2010
Lluís Rueda | “Pero, antes de que la luz pudiese iluminar los detalles, supe que me encontraba debajo de la iglesia y que aquella cámara no era otra cosa que la cripta de los Mohune (…)”. 'Los Contrabandistas de Moonflet' (1889) J. Meade Falkner.
La aventura como género cinematográfica implica siempre el itinerario de un aprendizaje, una máxima que el cineasta alemán Fritz Lang sostuvo cuando la Metro-Goldwyng-Mayer (en concreto John Houseman) le encargó la adaptación de la espléndida novela de J. Meade Falkner, 'Los contrabandistas de Moonfleet'. Como resultado, Lang creó una obra anómala y crepuscular que se desplaza por diferentes géneros cinematográficos con una solidez abrumadora. Podríamos clasificar este filme de aventuras, pausado y reflexivo, como un thriller introspectivo, oscuro y, en ocasiones, lacerante. Un título fundamental del séptimo arte que propone trazar un recorrido paralelo por el alma de un decadente caballero atrapado por los fantasmas del pasado y por las vivencias de un niño que descubre el mundo adulto en la peor de sus versiones, la que sestea la codicia, el poder y la ruindad. El concepto cinematográfico de la aventura es para Lang de una efervescencia psicológica casi impertinente: la perfecta hibridación entre sencillez expositiva y alegórica condensación de planos emocionales.
Moonflet es un territorio en el que evocar la condición pintoresque (romántica) de lo iniciático con la práctica convicción de que los personajes que estimularán nuestra retina serán héroes atormentados al más puro estilo decadente, tal es el caso de Jeremy Fox (Stewatr Granger) un bribón con camisa de seda, que suma a su aristocrático perfil la condición de bucanero y de ser atormentado. Pero Moonfleet también es un territorio de fantasmas, unos fantasmas que el propio Lang en una entrevista realizada por Peter Bogdanovich [1] entendía como reales, avivados por el dolor interior de Jeremy Fox y por otro lado, modelados con todo lujo de detalles por la imaginación del joven Jonh Mahune (John Trouchad).
El joven protagonista John Mahune es, en esta libre adaptación de la novela de Falkner (un clásico de la literatura juvenil inglesa muy deudor de 'La Isla del Tesoro'), un inocente extranjero que llega hasta Moonfleet en busca de un mentor que antaño fue amante de su madre, ya fallecida. En el siniestro territorio de Moonfleet (en la costa de Dorset), el joven Mahune descubrirá que la vieja mansión que antaño dominó el territorio y fue propiedad de sus antepasados es hoy un nido de indeseables que se dan al libertinaje y las costumbres impías. Jeremy Fox es el centro de atracción de un grupúsculo de decadentes personajes entre los que destacan Lord Ashwood y Lady Ashwood, respectivamente George Sanders y Joan Greernwood. Respecto a la novela original, los guionistas Jan Lusting y Margaret Fitts introdujeron cambios substanciales como reutilizar el nombre del caballero protagonista, Elzavir Block, para bautizar a un facineroso secundario o bien la creación del celoso y felino personaje interpretado por Viveca Lindfords, Mrs. Minton, la amante descarnada del libertino Fox.
A menudo se ha justificado la brillante dosificación de la trama por parte de Fritz Lang y, entiéndase, su consecuente plasmación en la pantalla relacionándolo directamente con el recorte presupuestario que sufrió la producción. Esta reestructuración económica procuró un rodaje en parcos interiores que las más de las veces recreaban un Moonfleet oscuro boceteado en frescos. Cabe apuntar que muchos de los elementos escénicos se reciclaron de Brigadoon (Id., 1954) de Vincente Minnelli y en muchos instantes esa plástica del artificio, de minimalista realismo, se deja entrever con sorprendentes resultados. Esto que podría ser un inconveniente, en manos del director de Rancho Notorious acaba por convertirse en un regalo para el espectador, casí una condición sine qua non para acentuar su condición de artista figurativista y su extraordinaria capacidad para orquestar transiciones preñadas de semántica. Casi nada en el cine de Lang es gratuito, e incluso situado en la tesitura de utilizar el Cinemascope, como es sabido algo que rechazaba de lleno, podemos calibrar la desacomplejada utilización de los recursos estilísticos. En ese sentido, la composición escénica de Los contrabandistas de Moonfleet es tan singular y delicada como la de la mejor de sus obras. Lang opera la intensidad de sus planos sacando un inédito provecho a los puntos de fuga de unos decorados que intensifican la profundidad de campo y moderan la verticalidad a las que nos tenía acostumbrados. Un ejemplo lo hallamos en su maestría al utilizar el travelling para subrayar la incursión del joven Jonh en la mansión de los Mohune, la profanación de un territorio adormecido, cadavérico, que Lang muestra con delicadeza y que a posteriori subralla con la concatenación de un segundo travelling en el que el niño entra en plano por el margen izquierdo creando un fantástico orden óptico en el que el jardín de la mansión parece adquirir un protagonismo anómalo. El orden de los encuadres en este falso filme de aventuras es de extraordinaria ambigüedad, John transita los caminos de la fantasmagórica Moonfeet y, de súbito, pueden aparecer los pies de un ahorcado en primer término y en el mismo plano, en uno de esos exquisitos puntos de fuga, una bella dama a caballo que le saluda. Es un ejemplo de ese Moonfleet en que convive lo hermoso y lo necrótico, un equilibrio fantástico que Lang también supo trasladar a la pantalla con su admirable díptico El tigre de Esnapur (Der tiger von Eschnapur, 1959) y La tumba india (Das indische grabmal, 1959), en el que el oropel del palacio de Chandra ocultaba en sus subterráneo hordas de muertos vivientes confinados a la oquedad de una cripta infernal. Los contrabandista de Moonfleet es un filme que nos adentra en el horror a través de los ojos curiosos de Jonh Mohune y que nos sitúa en la estela de la esperanza gracias a la redención de Jeremy Fox, ese bribón obligado a ejercer de héroe a su pesar. Cuando el pequeño John mira a través de la ventana de la mansión y descubre la fiesta gitana que preside Jeremy Fox está ante la presencia de unos seres desposeídos de alma y que conforman el reverso de una comunión, la exaltación de un aquelarre. Lang trasforma el relato de Falkner en un díptico sobre la depravación moral de una sociedad que se articula desde la mirada del héroe (John Morune) y el antihéroe de alma condenada que es Jeremy Fox. En ese contexto es más que oportuno el retrato de los habitantes de Moonflet, supersticiosos y temerosos, confinados bajo el palio de la cruz mientras en la cripta del cementerio colindante los intrigantes sacan provecho al miedo y la ignorancia. Todo ello se expone sin sarcasmo, con las credenciales de un goticismo categórico en cada plano y en cada secuencia.
La acción de Los contrabandistas de Moonfleet se articula a partir un McGuffin: la existencia de un valioso diamante en cuya pista nos coloca el pequeño Jonh. Mediante un extraordinario pasaje, Lang nos sitúa a John dispuesto a atravesar el cementerio tras cruzar unas palabras en la iglesia con el párroco. Es media noche y el pequeño se adentra en la oscuridad con la única compañía de un candil. John, impresionado por la amenazante figura de la estatua desgarradora de un ángel de piedra, huye despavorido y cae por un agujero en la cripta. Bueno sería recorrer a un pasaje del libro de Falkner para ilustrar esa escena que Lang recoge con un extraordinario dominio de la luz y el espacio.
“Las paredes y el techo eran de piedra y en un extremo había una escalera, clausurada en su cúspide por una gran losa plana, que era sin duda la misma de la argolla, que tantas veces había visto en el suelo de la iglesia. En todo el contorno había nichos labrados en la piedra con divisiones entre ellos, como las de una descomunal biblioteca que, en vez de libros, contuviese los féretros de los Mohune”.
Pero más allá del periplo tétrico de John Mohune el film de Lang subraya con idéntica fuerza el proceso de tumefacción del alma de John Fox. El caballero descompone su mirada desde la primera aparición del joven como si, efectivamente, se le hubiera aparecido ese fantasma del pasado que le remitiese al dolor de un amor perdido, de una dignidad rasgada y de un mundo que apenas si puede intuirse entre las paredes de la casa Mohune. Como en un cúmulo de situaciones lacerantes para un Fox que intenta un doble juego con el joven, la de petulante bravucón delante de sus iguales y la de protector y amigo, observamos como el film va determinando su dolor interior y va mostrando su conflicto de un modo paulatino. Especialmente arrebatadora resulta la escena en que John, instalado en la mansión bajo el protectorado de Fox, tiene una pesadilla en que unos mastines devoran a un sujeto. Acto seguido de que el caballero atienda y proteja al chico con sesgo cariñoso estalla un conflicto en el que se nos nos justifica la presencia de la inquietante Mrs. Linford, su papel en el devenir de la historia, y es que para Lang no existe un personaje supérfluo o decorativo, cada uno de ellos es una pieza clave en el conflicto. Cuando Fox tranquiliza al chico aclarándole que tan solo fue una pesadilla, Mrs. Linton, que ve en la presencia del joven la amenaza de un amor pasado que se interpone entre ellla y el caballero, le arranca la camisa de un modo violento y muestra al joven John (los ojos del espectador) las cicatrices terribles provocadas por unas mordeduras en la espalda de Jeremy. La humillación de J. Fox se sostiene en la mirada de odio hacia la doncella que le espeta con esa mezcla entre devoción y odio que en mueca de Viveca Linfords [2] resulta de un erotismo atroz y, valga decirlo, uno de los instantes más mágicos y arrebatados de la historia del séptimo arte. Mrs. Linford es un personaje trágico con el que el espectador se identifica a pesar de su traición, y es que su motivación es tan noble como esquivo su triste destino. Casi una presa del frugal apetito de unos muertos en vida que Jeremy Fox representa con singular elegancia.
Acaso un tanto disonante resulte en el conjunto del filme la banda sonora de Mikós Rózsa que, por ejemplo, entra en esta escena que hemos detallado con una alarido de fanfarrias poco oportuno, y lo mismo podríamos decir de otros momentos del filme que quizá demandaban un acompañamiento sonoro más apegado al melodrama y mucho menos 'aventuresque'. Por lo demás cabe insistir en que el músico, excepcional, es el responsable de algunos de los pasajes más estimables de la historia del cine de aventuras. Pero es que Los contrabandistas de Moonflleet, más allá de la presencia de Stewart Granger (Scaromouche, Las minas del Rey Salomón, El Prisionero de Zenda) y de su controvertida envoltura de falso filme de piratas es difícil de encasillar como paradigmática cinta de aventuras. En este filme de Fritz Lang, una exquisita mezcla entre cine de horror y melodrama, hallamos los parámetros estéticos de otro estimable filme, poco conocido, que Hammer Films produciría bajo la dirección de Peter Graham Scott en 1962, nos referimos a la imprescindible Captain Clegg.
Ahondando en esa idea de la dosificación de elementos escénicos que apuntábamos líneas más arriba, y tal y como señala Rafael de España [3], Lang llevó la historia de Falkner a la Inglaterra del siglo XVIII y se inspiró en algunas obras del pintor Británico Hogarth, concretamente en su serie de cuadros 'The Rake´s Progress', obra tenebrista y de tonos goyescos. En otro orden técnico, cabe apuntar que el director de fotografía Robert Plank potenció esa ténue luz de interior propia del filme que en cierto modo adelantaba ese naturalismo, muy pictórico, que Stanley Kubrick buscaría en su obra Barry Lyndon (Id., 1975). En pasajes muy concretos como aquel que escenifica una sarao flamenco en el que participa Lord Ashton y Mrs Linford entre otros, Lang introdujo el talento del guitarrista madrileño afincado en Los Angeles Vicente Gómez. Si bien se ha criticado la extraña plasticidad, forzada y poco ortodoxa, del baile de la gitana interpretada por Liliana Montevecci he de confesar que a mi me resulta todo lo contrario, casi una impostación alborotada y libérrima que busca la última función de alimentar la líbido de los presentes. Cabe apuntar aquí, que la gran mayoría de estas escenas están descontextualizadas y sobredimensionadas por la mente del pequeño voayeur John Mohune, de modo que el mundo adulto se amplifica en su imaginación de igual modo que los páramos de Moonfleet, sus acantilados y sus caminos, precipitan en su recuerdo de manera angosta y desdibujada. Hemos de entender Los Contrabandistas de Moonfleet como un filme de nudosos pasajes expresionistas, en que el decorado y la acción son una traslación muy elaborada de la psique de John Mohune. No podemos olvidar la escuela de la que parte Lang (el 'expresionismo' cinematográfico), que él macera en su etapa de entreguerras, y que precipita de manera extraordinaria en su etapa norteamericana con filmes como Los sobornados (The Big Heat, 1952), justo su película anterior.
Fritz Lang dosifica las costumbres licenciosas de Jeremy Fox al mínimo común denominador porfiando sus conquistas a un fuera de campo pertinente y apuntalando algunas escenas que parecen pertenecer a algún filme luminoso, de barroco alcance. Tal es la secuencia en que este coquetea con Lady Aswood en un pasaje que podría trasladarnos sin mayor esfuerzo a la obra epistolar de Piere Choderlos de Laclos 'Las amistades peligrosas' (1782). El realizador alemán provoca el descenso a los infiernos de Jeremy Fox arrojándolo de nuevo a unos mastines de idéntica dentellada mortal que los que los Mohune arrojaron sobre él en el pasado. Hemos de recordar que el caballero, para los Mohune no era buen partido para Olivia, la madre del joven John Mohune, y cayeron sobre él como si se tratase de una presa -todo esta historia está magníficamente condensada en la escena en que Mrs Linford le arranca la camisa-. Exactamente como las alimañas que Neil Jordan evocara en su extraordinario filme En compañía de lobos (The Company of Wolves, 1984) los Ashwood llevan pelucas diocechescas y gastan maquillaje a modo de máscara inquietante. Son como aquellos mastines del pasado...
Cuando Fox se ve abocado a traicionar al pequeño y empezar una nueva vida que financiará el diamante y sus contactos comerciales con los Ashwhood, se da una secuencia espléndida en que Lang sitúa a éstos y a Jeremy huyendo de los pleitos de Moonfleet a media noche en un carruaje. A punto de ser descubierto por una comitiva de soldados de su Majestad la Reina, Lady Ashwood se lanza sobre el rostro de Fox y con un beso lascivo le camufla del control del camino. En esta escena, como muy bien apunta José María Latorre [4], lady Ashwood infringe a su marido una humillación doble: “besando apasionadamente a Fox y llamando padre a su esposo”.
El carnaval de codicia presente en ese carruaje nocturno que parece robado de 'Las crónicas de Sochantre' de Álvaro Cunqueiro y la culpa por abandonar al pequeño incitan a Fox a la acción, pero al abandonar el coche de caballos resultará herido de muerte por su socio, un demoníaco Lord Ashwood interpretado por el magistral actor británico George Sanders.
Jeremy Fox acaba en esta obra maestra de Fritz Lang tal y como apareció en su inicio, herido de muerte y viviendo la vida prestada e inocua de los fantasmas que aparecen entre la bruma. Tras devolver el diamante al chico, le arropa como al hijo que nunca tuvo y se retira a la morada de los muertos de la que nunca debió salir. En un maravilloso encuadre desde la cabaña en la que descansa John Mohune, a través de una parca ventana, vemos como Jeremy Fox se aleja por la arena de la playa, alcanza una coleta y cae en su interior muerto. Su sepulcro es el mar que amenaza los peligrosos acantilados de Moonfleet. Para John, Jeremy Fox, siempre será Moonfleet.