publicado el 31 de agosto de 2010
Alberto Romo | Dead Set. Muerte en directo (Dead set, 2008) es una miniserie producida para la cadena de televisión británica E4. En España fue emitida por Canal+ y Cuatro, siendo recientemente editada en formato DVD y Blu-Ray por Paramount. A lo largo de cinco episodios, con una duración total de 141 minutos, se relata el asedio al que son sometidos los concursantes del reality show 'Gran Hermano', en su versión británica, por parte de una horda de zombis que rodean el estudio. Padecen estos zombis la patología, cada día más extendida en el cine de terror, de vivos con aspecto de muertos vivientes, pero que son en realidad infectados en pletórica forma física (que no psíquica: se comportan como dementes perros rabiosos). O lo que es lo mismo: la televisión se quita su máscara de “utilidad social” y se mira en el espejo. La imagen reflejada le escupe a la cara su verdadero rostro de repulsivo caníbal hambriento de cuerpos (y almas) humanos. Toda una catarsis en la que el que el mass media expía sus propios demonios que atormentan (o no) su conciencia, mediante un ejercicio metalingüístico, transdisciplinar (cine y televisión) e intergenérico (amalgama de comedia, terror, splatter y drama social).
No por casualidad el creador y escritor de la serie, Charlie Brooker, es un crítico, guionista y presentador de televisión. Una saludable praxis que, empero, no se prodiga en un medio que no destaca precisamente por su capacidad de (auto)análisis o (auto)reflexión [1].
A nadie debería asombrar que no sea la propia tele, sino el cine, más meditativo y proclive a prácticas autocontemplativas, el que haya ofrecido las más certeras y descarnadas miradas a las glorias (algunas) y miserias (innumerables) gestadas en el que tradicionalmente se ha considerado su máximo rival. A efectos de este artículo, de su relación con la cinta que nos ocupa, seguramente sea [Rec] (2007) la más significativa. El film de Jaume Balagueró y Paco Plaza esconde una velada crítica a la tele(i)realidad que ha reconstruido a su antojo la “realidad real” vivida por una sociedad cada vez más mediatizada y manipulada por el ojo del televisor. Un aparato que, al mismo tiempo que se camufla de pasiva entidad observada, asume funciones de observador/vigilante. Y es que la televisión ejerce sobre los ciudadanos un influjo nefasto comparable al imaginado por George Orwell en su novela '1984' con la omnipresente presencia del tiránico personaje que denominó, de una manera inquietantemente premonitoria, Gran Hermano. Al plantear su tesis Plaza y Balagueró no lo hacen ataviados con la respetable toga de riguroso ensayista (al estilo Hanake, para entendernos), sino con los rijosos ropajes de una serie B de zombis, y en tono de chanza. Unos zombis que estrictamente hablando no son revenants. Como los infortunados de la miniserie que nos ocupa, son frenéticos infectados que acechan al equipo de un programa de televisión en un escenario único. Se trata, en definitiva, de un claro antecedente, tanto argumental como conceptual, de Dead Set.
Sin embargo, en Dead Set. Muerte en directo la crítica a la caja tonta, y más específicamente a los llamados 'reality shows', deviene sorprendentemente más directa, sin apenas ambages, casi confesional, tratando de vencer por KO y no por puntos. En este sentido, Charlie Brooker y demás responsables de la cinta, se valen del discurso avieso, metafórico y cargado de mala uva de los films de zombis de George A. Romero, y en justa correspondencia, lo homenajean con algunos guiños que no pasarán desapercibidos a los conneisseurs del género. También son inevitables las comparaciones con Zombies Party (Shaun of the dead, 2004), película en la que la deuda con Romero se explícita desde el mismo título. Para el que no la conozca, indicar que Zombies Party es un influyente y notable film que comparte pabellón británico con Dead Set. Compuesto además de una mixtura de comedia y terror en proporciones similares, se distingue un muy inglés comentario social, no exento de fina ironía, bien apuntalado por Brooker en su guión (cfr. el nada complaciente retrato de la galería de personajes que participan en el concurso, la mayoría odiosos, representativos/representantes de una sociedad en imparable proceso de frivolización). En el plano estético, sin embargo, es indiscutible que el más obvio referente no es otro que 28 días después…(28 days later…, 2002), un film clave de infectados del controvertido cineasta mancuriano Danny Boyle. Comparte con éste idéntica textura fílmica digital, pulcra, desvaída y opaca; así como las imágenes espasmódicas grabadas cámara en mano, muy alejadas de la sobria y turbia exhibición de atrocidades romeriana. Aunque pueda parecer a priori que el recurso aporta verismo, lo cierto es que este look pseudodocumental acaba resultando más distanciador (y mareante) que implicador, cuando no un torpe truco para escamotear las imágenes gore [2]. Hay que tener en cuenta el hecho de que las imágenes excesivamente sangrientas y/o crudas no suelen ser del agrado de directivos de televisión, como los que están detrás de la producción de esta miniserie, lo cual acaba inevitablemente perjudicando una propuesta que pedía a gritos una representación gráfica y desatada de la violencia.
Otro aspecto que encuentro insatisfactorio es la dispersión de la narración en diferentes hilos que transitan paralelamente, saltándose de uno a otro de manera sucesiva. Estas tramas son tres: el asedio a los concursantes de Big Brother; las vicisitudes del abyecto productor (un estupendo Andy Nyman) junto a una participante recién expulsada; y finalmente, la lucha por la supervivencia a campo abierto de Riq (novio de una empleada del programa atrapada con los concursantes) en compañía de una ejecutiva (literalmente) agresiva. Aquí también puede apreciarse, no solo la marca de la dentellada del mundo catódico, sino también la inoculación de su nocivo virus. No dudo que esta técnica de montaje paralelo sea eficaz como estrategia para mantener la huidiza atención de la audiencia televisiva durante la escasa media hora de los diferentes capítulos, pero si la serie es vista en DVD o Blu-Ray seguida, de principio a fin, acaba produciendo el efecto contrario, resultando un pesado lastre para la fluidez narrativa del tramo central de la historia. Demasiado reiterativo, da cierta sensación de avanzar a trompicones. Así las cosas, lo más destacado del conjunto es el soberbio arranque, cuando el relato todavía no se ha dividido en las diferentes tramas, y la no menos electrizante parte final, una vez que las historias han convergido. Un sobrecogedor cierre en la que los responsables del film parecen felizmente olvidar su naturaleza televisiva, ofreciendo algunos momentos rotundamente sangrientos y agudizan las aristas de su sátira. La diatriba se centra y personifica entonces en la figura del execrable productor sin escrúpulos, con momentos tan impagables como aquel en el que trocea el cadáver de uno de los infectados como si trinchara un pavo mientras profiere todo tipo de exabruptos a los atónitos concursantes, o cuando es finiquitado/vengado siendo él mismo despedazado (ojo por ojo, diente por diente, miembro por miembro…). El personaje es utilizado a modo de dardo envenenado dirigido a los (ir)responsables de contenidos de las grandes cadenas de televisión, incapaces de apreciar cualquier cosa que no sean los sacrosantos índices de audiencia y su propio interés individual. De lo más gratificante para los que padecemos, más que nos beneficiamos, de las supuestas propiedades del mejunje catódico. Además, que tire la primera piedra quien no experimente gozo cuando ve como ciertos personajillos reciben un severo castigo por sus fechorías… aunque sea un placer que se puede percibir como culpable y tenga lugar en la aparentemente inocua ficción.