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publicado el 6 de octubre de 2005

DESDE JUDEX NOS QUEREMOS SUMAR A LA CELEBRACIÓN del 50.ª aniversario de la editorial barcelonesa dedicada a la literatura fantástica, Minotauro, quienes para conmemorar este magnífico evento han decidido recuperar el primer título que editaron hace cinco décadas, el clásico de sci-fi Crónicas marcianas (The Martian Chronicles, 1949), de Ray Bradbury. Sirvan estas líneas para rendir tributo al maestro nacido en Illinois y para aplaudir el aniversario de Minotauro, un acontecimiento que, al margen de los gustos de cada cual, resulta encomiable ya que cada vez resulta más difícil que las líneas editoriales que se apoyan en los géneros populares desde enfoques maduros triunfen y se estabilicen. Por tanto, una celebración de este tipo debería alegrar a todos los aficionados a la buena literatura atemporal.

La historia es conocida por casi todos: a finales de la década de 1940, Bradbury buscaba desesperadamente un editor para poder publicar sus relatos y contactó con Walter Bradbury (cosas del azar), quien le publicó la obra tras aconsejarle que agrupara los cuentos bajo el leit motiv alienígena con el título de Crónicas marcianas. A partir de este momento, todo cambió en el ámbito de la ciencia ficción americana: la prosa de Bradbury (rica en lirismo y con una apasionante capacidad metafórica) encaraba el género desde una original perspectiva a medio camino entre la cotidianeidad y el surrealismo más provocador. El libro recoge un nostálgico conjunto de relatos que más que indagar en la proyección del ser humano en el futuro, en las estrellas o en el quimérico planeta marciano, se inclina por narrar de forma irónica las dudas y vacilaciones del espíritu humano con un sarcasmo deudor del de Karel Capek y una capacidad imaginativa hermanada con la de Roald Dhal o Theodore Sturgeon.

Pero ante todo, y como muy bien advirtió Jorge Luis Borges (principal valedor de esta novela en el mercado hispano), lo más importante de Crónicas marcianas radica en su tono elegíaco, el retrato de una sociedad que desaparece sin posibilidad de redención. Y es aquí donde Bradbury se aparta de los juegos irónicos y abraza la pura metafísica, ya que plantea algunas de las dudas más amargas de la literatura fantástica y muestra a una humanidad en coma, que ya no posee la capacidad de trascendencia después de haber sido consciente de la finitud del mundo. Una siniestra cuestión que queda en el aire tras la lectura de este absoluto clásico de las letras del siglo XX.


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