boto

delicatessen

publicado el 11 de abril de 2011

El demonio de los celos (y la lujuria)

El éxito de las producciones terroríficas de la Universal despertó rápidamente el interés de las otras grandes compañías de Hollywood; desprovistas de la galería de monstruos míticos de su competidora, buscaron nuevos personajes y nuevas vías de expresión para el género, tensando en algunos casos la cuerda de la permisividad imperante. Es el caso de esta modesta producción de A. Edward Sutherland (1895-1973), cuya insensata mezcla de terror, drama romántico y comedia sofisticada constituye un ejemplo modélico de la tendencia poligenérica característica de los estudios en la época, pero que presenta también inauditas, casi delirantes notas de sadismo y truculencia que prefiguran algunas de las constantes futuras del psycho thriller.

Pau Roig |

El arranque del filme, tras unos curiosos títulos de crédito que asocian a los principales protagonistas con diferentes animales, es una auténtica salvajada todavía hoy y resulta increíble que consiguiera escapar de las terribles garras de la (auto)censura de la industria impuesta por el Código Hays. Un plano de la Indochina Francesa precede a diferentes imágenes y panorámicas de una selva más o menos frondosa hasta llegar a un plano general que muestra un hombre blanco tendido en el suelo agarrado por lo que parecen dos esclavos / criados, mientras otro hombre occidental –Eric Gorman (Lionel Atwill)– cose con un hilo muy grueso algo o alguna cosa que se puede intuir pero que no se nos muestra directamente. “Nunca más le mentirás a un amigo y nunca más besarás a la mujer de otro hombre” exclama Gorman con una mezcla de furia y éxtasis; se levanta, paga a los dos hombres que lo han estado ayudando y sube al elefante que le devolverá a la civilización, mientras vemos en montaje paralelo cómo el otro hombre se levanta y avanza a trompicones de espaldas a la cámara hasta que se gira y contemplamos que tiene los labios cosidos: Gorman lo ha abandonado a su suerte en medio de la jungla para que muera devorado por animales salvajes. Su cadáver será descubierto pocas horas después y el suceso despertará las sospechas de la esposa de Gorman –Evelyn: la enigmática Kathleen Burke, vista poco antes en La isla de las almas perdidas (Island of the lost souls, Erle C. Kenton, 1932)–; el hombre muerto había intentado besarla la noche anterior y los enfermizos celos de su esposo la llevarán a intentar alejar a otro pretendiente que viaja con ellos en barco de regreso a Estados Unidos, Roger Hewitt (John Lodge), del que sí está enamorada. Tras esta ejemplar introducción de lo que parece va a ser el trío protagonista, la trama da un giro de 360 grados para presentar al resto de los personajes, adoptando un tono entre frívolo y humorístico que no casa de ninguna manera ni por asomo con lo visto hasta entonces pero que entronca con el grueso de la filmografía de su director, responsable en la época de numerosas comedias de éxito al servicio de W. C. Fields y del dúo formado por Stan Laurel y Oliver Hardy, y autor años después de La mujer invisible (Invisible woman, 1940). Por corte directo de montaje, pasamos del barco en el que viaja el matrimonio Gorman a las oficinas del zoo municipal de una ciudad indeterminada que espera la llegada de su principal benefactor y de los animales que ha capturado en su último safari, una escena de distensión prácticamente obligada por la truculencia del inicio pero que marca por desgracia la tónica general del resto del metraje: el director del zoológico, el Profesor Evans (Harry Beresford), acaba de contratar como agente de prensa de una institución que no pasa por su mejor momento económico a un patoso periodista, Peter Yates (Charles Ruggles, actor cómico muy popular en la época pero aquí totalmente fuera de lugar). Pese a tener un miedo atroz a los animales, incluso a los más pequeños e insignificantes, el primer cometido de Yates será el de recibir a Gorman; nada más entrar en su camerino del barco lo confundirá con Roger –los dos amantes aprovechan la menor ausencia del marido para verse en cualquier sitio, uno de las múltiples licencias absurdas del guión–. Ya en la bodega con el verdadero Gorman, el agente de prensa delatará de manera involuntaria a la pareja de amantes: “Adoro su honestidad, su simplicidad. Tienen emociones primitivas: Aman, odian, matan”, proclamará orgulloso el marido celoso sobre su obsesión por los animales tras conocer el posible adulterio de su esposa. Una escena mucho menos trivial de lo que parece, ya que emparenta, no por casualidad, el “asesino diabólico” al que hace referencia el absurdo título español con el siniestro conde interpretado por Leslie Banks en El malvado Zaroff (The most dangerous game, Ernest B. Schoedsack e Irving Pichel, 1932).

El guión, de una ingenuidad y dispersión inaudita viniendo de dos de los más reputados guionistas del Hollywood clásico (1), da otro vuelco con la introducción de otros dos nuevos personajes que adquirirán tanto protagonismo o más que Gorman, confiriendo con sus intervenciones un forzado y trasnochado aire romántico a la trama: se trata de la pareja formada por la hija del Profesor Evans, Jerry (Gail Patrick), y el Dr. Woodford (Randolph Scott, en uno de los primeros papeles destacados de su carrera), bioquímico y toxicólogo del zoológico a quién el personaje interpretado por Lionel Atwill lanzará un reto decisivo para el futuro desarrollo de los acontecimientos: le ha traído una nueva variedad de serpiente, la mamba verde, que aún no dispone de antídoto. Será precisamente la mordedura de una mamba la que provocará pocos días después la muerte de Roger Hewitt en una cena celebrada en el zoo para recaudar fondos, una de las escenas que mejor expone la dualidad irresoluble entre el horror y el humor en la que se mueve la propuesta: un grito desgarrador de terror interrumpe el desastroso parlamento que Peter Yates dirige a los invitados ante el desdén de sus antiguos compañeros de profesión y una rápida panorámica pasa de un plano medio del agente de prensa a un plano medio de Roger, de pie con una horrible expresión de pánico en sus ojos segundos antes de desplomarse al suelo. Cuando Jerry constate que la mamba verde no está en su jaula el pánico se apoderará del resto de los comensales, que huirán despavoridos poniendo el broche final a una noche desastrosa que no hace presagiar nada bueno para el zoológico. “Le prometo una velada realmente inusual” le había dicho Gorman a Roger tras invitarlo a la cena, pero sólo Evelyn sospecha que su marido es el verdadero culpable de la muerte: podrá corroborarlo esa misma noche cuando descubra que esconde en un cajón de su escritorio una cabeza de mamba disecada repleta de veneno. Conseguirá robarla para entregarla al Dr. Woodford, pero su marido la perseguirá hasta el zoo sin ser visto: su fatal último encuentro tendrá lugar en el estrecho puente de madera situada encima del foso de los cocodrilos; Gorman recuperará la cabeza disecada de serpiente y tras una terrible discusión no dudará en lanzar a su esposa al agua para que muera devorada entre terribles gritos de dolor en una escena de una contundencia estremecedora. El descubrimiento a la mañana siguiente de algunos trozos del vestido de la mujer hará que el Profesor Evans y Woodruff teman lo peor; con una sangre fría espantosa, Gorman los responsabilizará de la muerte de su esposa y amenazará con cerrar el zoológico para siempre y llevar a la cárcel a sus responsables.

El descubrimiento de la mamba desaparecida en una de las jaulas por parte de Peter en otra escena que en lugar de cómica resulta bochornosa marcará el principio del fin de Gorman: Woodruff descubrirá que su mordedura no se corresponde con la que provocó la muerte de Roger y deducirá de manera totalmente increíble que el principal benefactor del zoo es el verdadero asesino: “Usted es el único que podría tener otra mamba” le dirá tras haberle expuesto su razonamiento, pero después no podrá evitar que Gorman lo ataque con la cabeza disecada por la espalda y sin el menor escrúpulo. El asesino ignora que esa misma mañana el toxicólogo ha descubierto el antídoto para el veneno de la serpiente y Jerry conseguirá inyectárselo a tiempo. Atrapado en el interior del parque después que Peter haya disparado la alarma, Gorman no tendrá ninguna idea mejor que liberar a los animales de sus jaulas y se esconderá en una jaula aparentemente vacía pero en cuya penumbra reposa una gigantesca anaconda. La temible serpiente no tardará ni dos minutos en asfixiarlo ante la mirada horrorizada de los vigilantes del zoo en el que probablemente sea uno de los finales más truculentos y al mismo tiempo absurdos del cine de terror clásico.

  • [1]. Seton I. Miller (1902-1974) había participado en los libretos de algunas de las mejores películas de gángsters de esos años –Scarface, el terror del hampa (Scarface, Howard Hawks, 1932), Contra el imperio del crimen (G men, William Keighley, 1935)– y firmaría en los años siguientes desde vigorosos filmes de aventuras como Robin de los bosques (The adventures of Robin Hood, Michael Curtiz y William Keighley, 1938) y El halcón del mar (The sea hawk, Michael Curtiz, 1940) hasta la extraordinaria adaptación de la novela de Graham Greene El ministerio del miedo (Ministry of fear, Fritz Lang, 1944), obteniendo el Oscar de la especialidad por la comedia El difunto protesta (Here comes Mr. Jordan, Alexander Hall, 1941). Por su lado, Philip Wylie (1902-1971) cuenta entre sus créditos con los guiones de La isla de las almas perdidas, sobre la novela de Robert Louis Stevenson, o El hombre invisible (The invisible man, James Whale, 1933), a partir de la obra de H. G. Wells, aunque probablemente es más conocido en su faceta de escritor: una de sus novelas más aclamadas sería llevada al cine por Rudolph Maté en un filme de idéntico título, Cuando los mundos chocan (When worlds collide, 1951).

  • SUBIR

    FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA
    EUA, 1933. 63 minutos. B/N. Direcció: A. Edward Sutherland Producción: E. Lloyd Sheldon, para Paramount Pictures Guión: Philip Wylie y Seton I. Miller Fotografía: Ernest Haller Música: Rudolph G. Kopp, John Leipold y Karl Hajos Intérpretes: Charlie Ruggles (Peter Yates), Lionel Atwill (Eric Gorman), Harry Beresford (Profesor Evans), Gail Patrick (Jerry Evans), Randolph Scott (Dr. Woodford), Kathleen Burke (Evelyn Gorman), John Lodge (Roger Hewitt).


archivo