publicado el 12 de noviembre de 2005
Un año más, el Festival de Cinema de Catalunya desembarcó en la localidad de Sitges con la intención de ofrecer lo más selecto y destacado de la producción de cine fantástico mundial de la temporada. ¿Objetivo conseguido? Posiblemente sí, pero con muchas objeciones. Cada vez menos fantástico y más estandarizado, el Festival de Sitges de este año ha apostado de forma definitiva por una lista interminable de autores consagrados (Tsai Ming Liang, David Cronenberg, Park Chan Wok, Johnnie To, etc), y una serie de filmes de dudosa adscripción al género fantástico habitual del certamen.
Esta tendencia hacia los valores seguros y la heterogeneidad (ya atisbada en las ediciones anteriores) no tiene por qué ser equivocada pero, desde este humilde fanzine, consideramos que sería necesaria una menor disparidad de propuestas (algunas no acompañadas de unos mínimos niveles de calidad e interés) y un mayor riesgo en la programación para evitar que el certamen acabe por perder la personalidad que le había hecho único: su condición de festival poco acomodaticio cuya valentía radicaba en dar protagonismo a un género, el terror y el fantastique, a menudo muy despreciado en otros círculos.
Sitges es un festival que necesita urgentemente reparar algunos de sus problemas más habituales: la acumulación de atrasos en los horarios (que este año llegaron a niveles verdaderamente inaceptables), la falta de infraestructuras adecuadas (tanto a nivel de transportes como de salas de proyección), la extraña distribución de los pases de los filmes (que marginaba algunos títulos de interés por otros de más dudosa calidad), el caos de la zona de prensa, el exceso de secciones paralelas (algunas totalmente innecesarias a la vista de los filmes que contienen como es el caso de la cada vez más patética sección Noves Visions), la poca calidad de la programación del Brigadoon, una línea editorial poco acertada y nada rigurosa (perceptible en las publicaciones que edita el certamen) y, por último, el cada vez menos interesante criterio de selección de filmes, más pendiente de la Croisette y las cinematografías asiáticas que de la producción de género más interesante e innovadora. Sitges necesita un regreso a las esencias del festival que recupere el género de terror y fantástico más puro en detrimento de las opciones de qualité y de autor más acordes con otros festivales.
Así, lo más destacado del festival de este año fue sin duda el público (que llenó casi todos los pases y volvió a demostrar su espíritu festivo y cinéfilo), ciertos aciertos aislados en la programación (a destacar la sección Europa Imaginària, llena de clásicos incuestionables del fantastique europeo) y, aunque parezca mentira, los jurados de la Sección Oficial y Méliès que decidieron otorgar sus principales premios a obras como Hard Candy o Trouble, dos imperfectas pero apasionantes obras que beben de las fuentes del cine de género más perturbador y que se sitúan en las antípodas del cine autocomplaciente de otros autores consagrados.
A continuación, os ofrecemos las reseñas de los filmes que, a nuestro juicio, merecen ser destacados de la programación de este año. Algunas de ellas (como las reseñas de La novia cadáver o Una historia de violencia) las hemos trasladado a la sección de estrenos debido a su reciente llegada a las pantallas de nuestro país. Como veréis, la selección no responde únicamente a criterios de excelencia, sino que hemos decido incluir filmes de diversa calidad y de todas las secciones pero que nos parecen muy representativos de la situación actual del género. Al final de la crónica encontraréis un breve apartado donde hemos incluido un resumen de los filmes más decepcionantes del certamen. Esperamos que este especial sea de vuestro agrado.
Hard Candy. Boy meets girl
Debut en el largometraje del realizador de spots, David Slade, el filme independiente estadounidense Hard Candy (2005) apareció en la Sección Oficial como uno de los filmes menos publicitados (a pesar de su cuestionado y a la vez aclamado pase en el último certamen de Sundace), pero finalmente salió por la puerta grande como uno de los más interesantes descubrimientos de este extraño Sitges 2005. Protagonizada por unos pletóricos Patrick Wilson y Ellen Page (quienes encargan a una aparentemente cándida adolescente y a un presunto pederasta), Hard candy es un tremebundo filme sobre la manipulación, el terror cotidiano y la necesidad de venganza que apabulla por su concisión formal y por la insania de sus planteamientos éticos y estéticos. Además, el filme sabe sortear los peligros de una dramaturgia basada en exceso en el poder de los diálogos (algo que acaba condenado a muchos filmes a la mera condición de adaptaciones teatrales) debido a su delicioso aire de improvisación y a su juego constante con las convenciones del cine de suspense.
Hard candy (a la postre ganadora del festival) es un filme que hace de la necesidad virtud. Rodada con un ajustado presupuesto y un calendario de pocas semanas, Slade convierte la urgencia del proyecto en el principal rasgo estilístico del filme: primerísimos planos, cámara al hombro, descuidos (nada desdeñosos) en el raccord, líneas de diálogo que se sobreponen y un ritmo vertiginoso, son algunos de los elementos formales que parecen haber sido ideados únicamente por las necesidades de producción (aunque esta vez las estrechez financiera haya sido un estímulo para la obra final).
Hard candy podrá ser atacada por ser una obra imperfecta, poco planificada, precipitada o moralmente ambigua (y seguro que no faltan argumentos para levantar estas acusaciones). Pero lo que es innegable es que dentro de un festival de Sitges como el de este año (ahogado en la autocomplacencia, los títulos insípidos y el más absoluto de los despistes a la hora de programar las secciones), un filme de las características del debut de Slade llama necesariamente la atención y se convierte en el título estrella de la competición no por su excelencia formal sino por su capacidad de perturbación, su nihilismo enfermizo, sus apasionantes aristas narrativas y formales y, sobre todo, por su condición de inconformista ópera prima (rasgo a agradecer dentro de una sección oficial donde abundaban las propuestas anémicas).
Ab-Normal Beauty. La fotógrafa del pánico
Programada dentro de la sección Orient Express, la nueva obra de los hermanos Pang, Ab-Normal Beauty (2005), resultó una de las pocas sorpresas firmadas por autores consolidados de todo el certamen. ¿La razón? Sin duda, su condición de filme poco acomodaticio y tremendamente virulento y su sana voluntad de apartarse de las líneas habituales del cine anterior de los hermanos Pang cuya carrera tras la exitosa The Eye, había discurrido por los márgenes del cine más inocuo (The Eye 2) e irregular (The Tesseract).
Dividida en dos partes bien diferenciadas, el filme supone un nuevo acercamiento al thriller de suspense a partir de la visión de la imagen como mórbido elemento de escoptofilia. Protagonizada por una joven que, tras un fatal accidente, se muestra fascinada por retratar a seres moribundos, su primera parte se desarrolla dentro de los cánones habituales del estilo manierista y elaborado de los hermanos Pang. Pero lo más destacable de Ab-Normal Beauty radica en su tenebrosa segunda parte, un espeluznante segmento de puro sadismo que por su sequedad y valentía logró algunas de las imágenes más perturbadoras del certamen. Cercano en espíritu a ciertos subproductos de gore y splatter nipón, la conclusión del filme abraza la plena fisicidad en la reproducción de la violencia que deja, literalmente, si aliento.
Allegro y Reconstruction. La memoria de Europa
Según el criterio de Judex, uno de los grandes descubrimientos del certamen ha sido la aún escasa obra del cineasta danés Christoffer Boe, cuyo primer filme Reconstrucion (2003) se programó dentro de la sección Europa Imaginaria, y el segundo, Allegro (2005), se integró dentro de la Sección Oficial. Estos dos soberbios filmes presentan a la figura de Boe como un autor a considerar debido a su astuta combinación de tratamientos lúdicos de la imagen con propuestas de tesis de elaborada composición interna, a pesar de sus irregularidades y de su evidente servilismo a la escuela del irregular Lars Von Trier. Así, entre las referencias a los universos de ficción de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Luigi Pirandello o Andrei Tarkovsky (ahí es nada), los filmes de Boe también denotan un delicioso aire de divertimento que aligeran las sesudas fuentes que maneja mediante el uso de unas imprevistas fugas formales: breves gags aislados, segmentos de animación, ensoñadoras voces en off y una fotogenia que se sitúa entre el cinéma vérité y la sofisticación visual.
Reconstruction y Allegro son dos obras plenamente hermanadas. Son dos indagaciones acerca del mundo de las emociones, la creación artística y la relatividad del concepto de realidad. Si en su ópera prima, Boe ironiza sobre la cuestión de identidad y el metalenguaje literario y cinematográfico, en Allegro continúa por la misma senda para integrar sus obsesiones en el ámbito de la memoria, el deseo amoroso y los anhelos incumplidos, motivos no muy en boga en ciertos títulos europeos de género. Por desgracia, los filmes de Boe aún tienen algunos elementos que depurar como esa molesta y anacrónica insistencia por el zoom, el abuso de la cámara al hombro y la estética Dogma. Desmanes que afortunadamente no llegan a enturbiar los hallazgos de estas dos pletóricas y absorbentes obras.
A Bittersweet Life. La vida más agria que dulce
Tras su excelente filme terror basado en una historia popular coreana, Dos hermanas (2003), el realizador Kim Jee-woon se sumerge en el género de la action movie con el ojo puesto en la jakuza-eiga japonesa. A resultas tenemos una cinta que gira en torno a la venganza de un matón de poca monta, Sun Woo, interpretado por la estrella juvenil, Lee Byung-hun. Mr. Kang, el capo mafioso para el que trabaja le retira su confianza tras una rutinaria misión que consiste en vigilar a su amante, la bella Hee Soo (Sin Min-a). El fime, pese a tener un recorrido argumental predecible, que tanto nos puede recordar a Old Boy de Park Chan-wook como a la ecléctica Kill Bill de Quentin Tarantino, ya que su máxima premisa gira en torno a una venganza, se nos revela como un sólido ejercicio de estilo. La cámara de Kim Jee-woon es un artefacto provocador que siempre busca un encuadre tan impredicible como provocadoramente bello. Creador de bellas sinfonías cromáticas y hacedor de silencios ominosos, el realizador coreano no duda en revelarse a fogonazos como un extraordinario coreógrafo, tan creativo como el mismísimo Jonh Woo, tanto en aquellas escenas en que los revólveres tosen como en aquellas en que el cuerpo se revela en una danza justiciera.
A Bittesweet Life, cuya tradución literal sería "una vida agridulce", juega con descaro a convertirse en un filme total, mezcla de drama, comedia, western, film noir e incluso certera reflexióm acerca de la mística redentora de la violencia. La jungla de asfalto coreana se nos revela el reverso del sueño americano, y Sun Woo es como aquellos soñadores de Malas calles de Martin Scorsese atrapados en la más inmediata mediocridad, su único poder reside en su voluntad de sobrevivir y en sus ansias de venganza.
Conviene no perder detalle de su arrollador clímax final y de la secuencia de la evasión de Sun Woo de la dantesca nave indusrtrial donde ha sido torturado, sin duda una de la secuencias de acción más espectaculares y sorprendentes de las vistas en los últimos años. Si algo puede perjudicar al nuevo filme de Kim Jee-woon es su similitud argumental con Old Boy, por lo demás estamos ante una cinta de coordenadas estéticas extraordinarias que no deja de sorprender en cada plano. Pura filigrana cinematográfica.
Election. Tradición y modernidad
El director de Breaking News (2004) propone con Election (2005) una nueva mirada al fenómeno de las mafias chinas con un discurso puntilloso y costumbrista que rompe con ciertas reglas genéricas. El fenómeno de las tríadas está tan vigente en China como la Cosa Nostra en Sicilia, y el realizador chino no duda en mostrar sus entresijos mediante un vívido retrato que refleja la fuerza motriz de la tradición y como las costumbres milenarias se adaptan a las jerarquias mafiosas de los nuevos tiempos. Election se centra en la elección de un nuevo líder, en su proceso aglutinador y conviete en un poderoso McGuffin un bastón de poder que las diferentes corrientes de opinión ansían como símbolo aglutinador de clanes.
El filme ejemplifica de forma modélica la cotidianidad de las familias, su particular relación con la justicia y sus cuitas territoriales retratando unos organigramas confucianos que buscan en todo momento un modelo alternativo de sociedad. Pese a su cadencia descriptiva y el gusto por un montaje que alterna secuencias en tiempo real, Election trufa la laxitud de su lenguaje con brutales explosiones de violencia y con expléndidas secuencias de comedia bufa. Jonnhie To busca en su filme un lenguaje terrenal, contemplativo, en el que expone con total ausencia de moral la realidad de la China actual y la decadencia de los valores modernos.
Esta versión foránea de Uno de los nuestros, se ha de disfrutar como un relato que viene del pasado disfrazando el fantasma de la codicia como el enemigo a combatir. La lealtad y la amistad son en Election valores tan sagrados como la propia familia y Johnnie To sabe atrapar lo esencial de ese discurso con la serenidad de los grandes maestros. No pierdan detalle de su clímax final, uno de los más abruptos destellos de violencia que se recuerdan en la gran pantalla.
El exorcismo de Emily Rose. La impronta del demonio
A medio camino entre el cine de terror y el thriller judicial, El exorcismo de Emily Rose (2005), de Scott Derrickson, se inspira directamente en un caso real del exorcismo de Anneliese Michel sucedido en Alemania en la década de 1970, un fenómeno que fue reconocido oficialmente por la Iglesia. Derrickson centra su discurso en la causa judicial contra el párroco que ofició la misa de expulsión del demonio y que llevó a la joven, en este caso Emily Rose, a la muerte por inanición. El filme alterna mediante flashbacks los pormenores de la sórdida posesión de Emily (inquietante Jennifer Carpenter) mientras en la sala suprema se debate la supuesta explicación científica de lo ocurrido a la joven.
El exorcismo de Emily Rose ofrece una primera hora ejemplar, en la que el primer contacto de Emily con lo demoníaco está resuelto con un exquisito tratamiento del terror con mayúsculas. Hay en la génesis de la triste historia de Emily una capacidad para plasmar el mal en la pantalla que recuerda a la de obras maestras como La profecía y que lleva el sufrimiento de la joven a cotas mucho más insanas de las que William Friedkin nos ofreciera en El exorcista. Por desgracia, el filme malogra esos aciertos llevando su debate entre racionalismo y superchería demasiado lejos y diluyendo la fuerza de su puesta en escena en un estático debate judicial, que en ocasiones, lleva al filme a terrenos más propios de una TV movie. En ese sentido, El exorcismo de Emily Rose acaba convirtiéndose en un pariente lejano de la estimable Las dos vidas de Audrey Rose, de Robert Wise, cuando podría haberse convertido en un filme capital del cine de terror de la década. Todo y con ello, su desasosegante arranque no defraudará a los amantes del género, la escalofriante actuación de Jennifer Carpenter dejará a los espectadores literalmente sin respiración.
A destacar la magnífica planificación de Derrickson para hacer partícipes a los espectadores de las horripilantes apariciones demoníacas, sabiamente deslizadas en lo cotidiano y la sequedad cortante con que el realizador expone el caso. A diferencia de El exorcista, el filme de Derrickson abre las puertas de la ciudad al Mal y no concentra su poder sobre el iconógrafico camastro en el que se retorcía Linda Blair.
Haze. Un ejercicio de sadismo
Shinya Tsukamoto es quizás uno de los directores asiáticos con una trayectoria más valiente e interesante, un autor de películas personales y visionarias como Tetsuo e incluso espeluznantemente romáticas como Vital. En Haze (2005), aprovecha un encargo del festival coreano Jeonju acerca de la exploración de las virtudes de la tecnología digital para entregarnos un mediometraje decididamente experimental y abiertamente sádico con el espectador.
Haze es una película dirigida y protagonizada por Tsukamoto, que cuenta con dos actores y que se desarrolla casi íntegramente en un espacio cerrado, oscuro y claustrofóbico, por donde se arrastra el protagonista sin saber por qué y sin recordar nada de su vida anterior.
Con estos pocos elementos y con la ayuda de planos cerrados y un inteligente uso del sonido, Tsukamoto nos muestra, y muy de cerca, lo que debe ser el auténtico pánico (lo que provocó algunas deserciones entre el público de la sala).
No obstante, Haze no es sólo un mero ejercicio de estilo. La espeluznante situación que nos plantea el director (y que parece inventada solamente para jugar con el aguante del espectador) no es una mera fabulación gratuita sino una bella reflexión sobre los conflictos personales con un hermosísimo final.
La película se proyectó dentro de la sección oficial Noves Visions, en un pase que incluía otro mediometraje, Room (2005), dirigido por el estadounidense Kyle Henry. El film intenta abordar los terrores de la vida cotidiana con resultados bastante decepcionantes y en el que sólo brilla la interpretación de la actriz protagonista, Cyndi Williams.
Lemming. Las amistades peligrosas
En ocasiones, darse a conocer con una muy buena película puede llegar a ser una maldición. Es el caso del director franco-alemán Dominik Moll, que gustó a crítica y público con Harry, un amigo que os quiere (Harry, un ami qui vous veut du bie, 2000) y que cinco años después vuelve a escena con Lemming (2005), una película que inauguró el pasado Festival de Cannes, seguramente en honor a su anterior trabajo, y que dejó un regusto agridulce en la crítica que cubrió el festival.
Un lemming es un pequeño roedor del norte de Europa que protagoniza extrañas migraciones masivas y aparentes suicidios colectivos. Un lemming también es el pequeño detonante de esta oscura historia de relaciones envenenadas y oscuros deseos ocultos. Alain Getty (Laurent Lucas) es un joven ingeniero de autómatas felizmente casado con Bénédicte (Charlotte Gainsbourg). Juntos forman una feliz pareja ideal. Las cosas se tuercen cuando invitan al jefe de él, Richard Pollock (André Dussollier) y a su conflictiva esposa, Alice, en un papel hecho a la medida de la actriz francesa, Charlotte Rampling.
Este breve encuentro, de incuestionable fuerza dramática, acaba por desencadenar una peligrosa relación a cuatro bandas que juega con temas como la doble identidad, la manipulación y los deseos sexuales reprimidos. La película ahonda en los miedos que subyacen por debajo de las más simples relaciones humanas y consigue que situaciones tan ordinarias como un almuerzo en pareja produzca una desagradable sensación de extrañamiento. El film acaba adentrándose hacia los terrenos más resbaladizos de lo sobrenatural, a la manera de Vértigo (1958) de Alfred Hitchcock o Fascinación (1976) de Brian De Palma.
Aunque pueda resultar algo irregular y acusar una cierta frialdad debido a un excesivo encorsetamiento no deja de ser una película valiente y perturbadora.
La monja. Terror en el colegio mayor
Nueva apuesta de la productora catalana Filmax en el terreno del cine de terror de consumo masivo, la Sección Oficial del certamen incluyó a concurso el debut del montador Luis de la Madrid: la irregular y entretenida La monja (2005), nueva vuelta de tuerca al slasher juvenil que, si bien no aporta ninguna novedad destacable, proporcionó algunos de los momentos más genuinamente de género de todas las películas a concurso a pesar de sus múltiples convenciones y de su débil desarrollo narrativo.
Aunque sin duda alguna La monja no es un filme plenamente conseguido, su condición de modesto filme de entretenimiento y su falta absoluta de pretensiones lo convierten en un título simpático y entrañable que además hace gala de una sólida puesta en escena, una excelente planificación y una más que loable ambientación. Así, como obra de género destinada a la más pura diversión y evasión, La monja no engaña a nadie. Esta defensa de la ópera prima de Luis de la Madrid (quizás para algunos algo temeraria) viene a cuento por la vergonzosa recepción crítica que tuvo el filme en el pase de prensa del festival. Interrumpida continuamente por abucheos, risas histéricas y un ególatra tono de desidia general, el pase de La monja volvió a demostrar la absoluta falta de educación y profesionalidad de un sector que demanda una seria labor de autocrítica y una regeneración completa de criterios de juicio (totalmente desfasados a la hora de criticar debidamente una obra de estas características).
Juan Carlos Matilla
Luis Rueda
Marta Torres