publicado el 6 de septiembre de 2012
El suceso comercial obtenido por A meia noite levarei sua alma indicaba el camino a seguir y José Mojica Marins no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad para profundizar y seguir explotando la figura de Zé do Caixao; según algunas fuentes, el realizador brasileño había concebido su historia para ser desarrollada a lo largo de seis largometrajes, si bien finalmente adoptaría la forma de una trilogía que tendría una rápida continuación, Esta noite encarnarei no teu cadáver (1966), pero que permanecería inconclusa hasta el 2008, año del estreno de Encarnação do demonio. Cuarenta largos años en los que Mojica Marins abordaría diferentes géneros con resultados muy desiguales, llegando a la cima de su ostracismo en la década de 1980, momento en el que las necesidades económicas lo llevarían a dirigir diversos filmes pornográficos.
4. Explotando el filón: Esta noite encarnarei no teu cadáver
Tras el rápido rodaje de Pesadelo (1965), filme semiprofesional realizado para probar el elenco y los decorados de Esta noite encarnarei no teu cadáver y que muestra las distintas reencarnaciones de un hombre muerto a lo largo de la historia (desde la época de las cavernas hasta la Francia de Los miserables de Victor Hugo), y completar el western O diabo de Vila Velha (1966) por al abandono de su director original, Ody Fraga, Mojica Marins acometió el rodaje de la segunda entrega de las andanzas de Zé do Caixao con más recursos y un mayor presupuesto que el otorgado a su predecesora. La historia, en todo caso, es prácticamente la misma con ligeras variaciones, y acentúa hasta límites como mínimo reprobables su desaforada misoginia: anecdótica y exageradamente alargada (llega hasta casi dos horas de metraje), Esta noite encarnarei no teu cadáver sigue, de nuevo, la cada vez más repetitiva sucesión de atrocidades cometidas por el siniestro enterrador Josefel Zanatas en su búsqueda de una mujer perfecta que inmortalice su sangre con un hijo. Milagrosamente vivo y en libertad después que la justicia lo haya absuelto por falta de pruebas de los asesinatos cometidos en la primera entrega –una de las múltiples licencias absurdas del guión–, secuestrará y torturará a seis bellas muchachas hasta dar con la candidata ideal, hija de un poderosos terrateniente de la localidad: Laura (Tina Wohlers) accederá a llevar al mundo a su vástago y sucesor, pero fallecerá durante el parto provocando también la muerte del bebé. Es el principio del fin para Zé do Caixao: habiendo sufrido ya una terrible pesadilla en la que se veía atrapado en el mismísimo infierno (la única secuencia rodada en color de la película, en la que el propio Mojica Marins aparece caracterizado como Satanás), será perseguido tanto por los fantasmas de sus víctimas como por los furibundos habitantes del pueblo, dispuestos a acabar con él de una vez por todas. Acorralado como si fuera un animal salvaje en un sucio estanque, desafiará a Dios para que le dé una prueba de su existencia: después de un fuerte estruendo, los esqueletos de las seis muchachas asesinadas aparecerán sobre las aguas en las que su fiel ayudante Bruno (Jose Lobo) había lanzado los cuerpos, y en un plano final sorprendente subrayado por música celestial Zé do Caixao aceptará a Dios antes de ahogarse. Un final demasiado fácil, incluso indigno para el personaje, pensado quizá para evitar problemas mayores con la censura pero que el propio Mojica Marins se encargaría de “reparar” en el tardío filme que pone definitivamente fin a sus sanguinarias andanzas, Encarnação do demonio.
5. La deconstrucción de Zé do Caixao: “Pesadelo macabro”, O estranho mundo de Zé do Caixao, O despertar da besta y Finis hominis
Esta noite encarnarei no teu cadáver fue todo un éxito de público, y Mojica Marins consiguió el apoyo tanto de algunos de los más respetados autores del cinema novo, caso de Glauber Rocha, como del movimiento del “Cinema do lixo”. Zé do Caixao contaba con su propia canción, su propio cómic e incluso con un programa de televisión; en apenas tres años se había convertido en un símbolo, en parte integrante del folklore brasileño: incluso algunas madres invocaban su nombre cuando sus hijos se portaban mal. Pero pese a su creciente popularidad, el actor, guionista y realizador no conseguía financiación para el tercer y definitivo filme sobre el personaje, por lo que decidió emprender otros proyectos e iniciar, de forma más o menos premeditada, una suicida deconstrucción tanto de su propia creación, transmutada ya en mito popular, como de él mismo. Su primera realización fue “Pesadelo macabro”, el irrelevante tercer episodio del oscuro y mediocre filme Trilogia do terror (1968); aunque especula con el entierro prematuro de un hombre dado por muerto tras la brutal paliza que le han propinado los hombres que han violado a su prometida, poco o nada tiene que ver con el género que lo lanzó a la fama (aunque sí cuenta con imágenes surrealistas de torturas y sexo que de algún modo lo acercan al universo de Zé do Caixao). Lo mismo que puede decirse de los otros dos episodios: “O acordo”, de Ozvaldo R. Candeias, es un insufrible estudio antropológico con muy pocos diálogos, aires de spaghetti western y un desarrollo prácticamente ininteligible, mientras que “Procissão dos mortos”, firmado por L. S. Person, pretende ser un relato sobre la absurdidad de los conflictos armados y de la funesta utilización de niños como soldados. También adopta una estructura episódica la siguiente realización en solitario de Mojica Marins, O estranho mundo de Zé do Caixao, estrenada ese mismo año y a menudo erróneamente incluida en la lista de películas sobre el siniestro enterrador (algo que tampoco es de extrañar teniendo en cuenta su título). Este filme marca el inicio del proceso irreversible de deconstrucción / desmitificación de su personaje más popular: a partir de este momento, Mojica Marins se interpretará a sí mismo en numerosos filmes, desmarcándose claramente de su álter ego, relegado un poco al rol de comparsa o de referente lejano de sus ficciones, aunque no dudará en alimentar la confusión entre creador y creación cuando le convenga, de manera especial en Delirios de um anormal (1978). Sin nada que ver, pues, con el personaje, O estranho mundo de Zé do Caixao se dividide en tres episodios presuntamente terroríficos pero que tienen su principal –y casi única– razón de ser en la exhibición cruda y misógina del sadismo y la perversión (psico)sexuales característicos de la obra del realizador: el primero es “O fabricante de bonecas” y muestra las evoluciones de un reputado fabricante de muñecas (Rosalvo Caçador) que utiliza los ojos humanos que consiguen sus atractivas cuatro hijas para sus creaciones; el segundo, sin duda alguna el más radical de los tres, “Tara”, narra la terrible obsesión amorosa de un vagabundo (Michel Serkeis), que sólo podrá consumar su pasión por una atractiva joven después de la muerte de ésta el mismo día de su boda; en el tercero y último, “Ideologia”, un periodista y su joven esposa (Oswaldo De Souza y Nidi Reis) serán víctimas de los sádicos experimentos del Profesor Oaxiac Odez (Mojica Marins), convencido que el instinto es más fuerte que la razón. Ninguna de las tres historias desentona en un conjunto menos elaborado y sugerente que A meia noite levarei sua alma y Esta noite encarnarei no teu cadaver pero, en el fondo, igual de atrevido y polémico (incluso a nivel narrativo / dramático: la segunda historia carece por completo de diálogos). O estranho mundo de Zé do Caixao, así, tiene sus mejores bazas en la cruda fotografía en blanco y negro de Giorgio Attili y en su atmósfera sórdida y extrañamente realista; las peores, en su efectista y gratuita explotación de la violencia y el sexo y en el narcicismo pedante de su máximo responsable, estrella insufrible de una tercera parte que guarda numerosas, demasiadas similitudes con el mundo de Josefel Zanatas.
Zé do Caixao tampoco protagoniza O ritual dos sádicos (1970), la realización más polémica y controvertida de Mojica Marins, también uno de los trabajos más ambiciosos de su carrera, una delirante reflexión sobre la violencia en las sociedades actuales, los terribles efectos de las drogas y el papel que juegan en su representación los medios de comunicación de masas (especialmente el cine y la televisión). La emisión de un programa televisivo en el que se debate la existencia tangible del Mal ejerce de nimio nexo de unión entre diferentes escenas independientes que tienen como objetivo mostrar el salvajismo, la amoralidad, la violencia que anida en lo más profundo de la sociedad brasileña, extrapolable en este caso a la humanidad entera. Delirios lisérgicos, sexo enfermizo y depravado, maltratos y torturas y explosiones de violencia sin sentido se yuxtaponen con dosis nada disimuladas de mala leche y humor negro desconcertante, acumulándose de manera un tanto estrepitosa para demostrar que, al final, los estupefacientes sólo ponen de manifiesto el instinto animal inherente en cada uno de nosotros; los experimentos de un médico con cuatro personas sin relación entre sí a las que ha inyectado LSD, sin ir más lejos, resultarán ser una trampa: las jeringuillas en realidad sólo contenían agua destilada y ha sido la autosugestión, el inconsciente de los cuatro conejillos de indias la que ha guiado sus visiones y sus reacciones (mostradas en color a diferencia del resto del metraje, que es en blanco y negro). Zé do Caixao tiene un papel secundario pero decisivo en la deforme progresión dramática del conjunto, pero no tanto en el rol de personaje –aunque los cuatro voluntarios al experimento contemplan Esta noite encarnarei no teu cadaver al inicio del mismo– como de representante de lo oculto en el interior de la mente humana, una suerte de mesías del inconsciente colectivo obstinado en combatir hasta el final los tabúes y la hipocresía del mundo. El desenlace, si es que puede considerarse como tal, coincide con el del programa de televisión en el que participa Mojica Marins; tras afirmar que ya ha encontrado la inspiración para su próximo proyecto cinematográfico, el director ríe a carcajadas y se permite el lujo de “cortar” el plano mirando directamente a cámara.
O ritual dos sádicos, era de prever, fue inmediatamente prohibida por la censura brasileña de la época, que incluso trató de destruir los negativos originales, y de alguna manera marca el inicio del paulatino ostracismo del realizador. No vería la luz hasta 1983 en una versión sensiblemente aligerada de los momentos más violentos y desagradables, conocida con el título O despertar da besta; permanece como uno de los trabajos más valientes del cineasta, aunque no consigue despegarse del todo de un molesto aire de pataleta rabiosa, de boutade autoafirmativa contra las dificultades que estaba encontrando para poder desarrollar sus proyectos con libertad. Tras participar como actor en el drama seleccionado por el Festival de Berlín O profeta da fome (Maurice Capovila, 1970) y tratando de desmarcarse, esta vez sí de forma radical, tanto del tono y el estilo general de su cine como de la alargada sombra de su personaje estrella, el director crearía al año siguiente un personaje diametralmente opuesto a Zé do Caixao, interpretado por él mismo y llamado Finis Hominis (“El fin del hombre” en latín), protagonista de una cinta de idéntico título original e interés más bien escaso; teñida de una irritante ambigüedad y de un mesianismo de dudoso gusto, constituye una irónica reflexión sobre la fe y el poder de la religión en las sociedades actuales, también sobre la esperanza de un mundo mejor, y se cierra con la frase “El verdadero milagro es la existencia de la humanidad”.
6. La larga decadencia (1)
Finis hominis conocería una rápida continuación de visión prácticamente imposible en la actualidad, Quando os deuses adormecem (1972); ambos filmes marcan el fin de la etapa más prolífica –y probablemente también más inspirada– de la carrera de Mojica Marins, que ese mismo año verá estrenadas dos producciones realizadas por encargo, el filme de aventuras y violencia Sexo e sangue na trilha do tesouro (rodado en 1970) y un western oscuro del que apenas existe información, D’Gajão mata para vingar (filmado en 1971). Tras firmar con el seudónimo de J. Avelar la comedia erótica A virgem e o machão (1974), Mojica Marins acometerá el regreso al género en el que consiguió sus mayores éxitos. O exorcismo negro, también de 1974, constituye probablemente su incursión más convencional en el horror, y se aleja de manera sorprendente de la sangrante misoginia de la mayoría de sus realizaciones anteriores, aunque no del culto narcisista a su propia personalidad: estrella indiscutible de la función, el director se interpreta a sí mismo y, claro está, también a su creación más popular y representativa, Zé do Caixao, protagonista de un pedestre clímax final repleto de sangre y sexo y de nuevo ambientado en el infierno. La primera mitad de la trama se reduce a las aburridas discusiones sobre el cine de terror y acerca de la existencia (o no) de lo sobrenatural entre Mojica Marins y diferentes personajes (el realizador pasa las vacaciones de Navidad en casa de unos amigos a los que hacía mucho tiempo que no veía), mientras que la segunda mitad se adentra sin convicción en el horror sobrenatural: años atrás, la mujer de la casa, madre de una chica que ahora está a punto de casarse, hizo un pacto con una poderosa bruja para poder quedarse embarazada… La extrema pobreza de los efectos especiales y la falta de nervio de la puesta en escena impiden que la propuesta funcione de ninguna manera, pero menos aún en los momentos puntuales en los que trata de recrear / imitar a El exorcista (The exorcist, William Friedkin, 1973) –referente inmediato de la producción– con la posesión diabólica de la niña pequeña de la familia. Sea como sea, O exorcismo negro pasó sin pena ni gloria por la taquilla brasileña y motivó el refugio temporal de Mojica Marins en la interpretación, aunque parece ser que dirigió algunas escenas de dos filmes de paternidad un tanto dudosa, Fracasso de um homem nas duas noites de nupcias (George Michael Sekeis, 1975), Mulheres do sexo violento (1976), firmada por Francisco Cavalcanti pero en la que también podrían haber participado los realizadores Ozualdo Ribeiro Candeias, Alex Prado y Alfredo Scarlat. De esta misma época es la producción de serie prácticamente Z A estranha hospedaria dos prazeres (1976), firmada por su colaborador Marcelo Motta. Acreditado como productor y argumentista y parece ser que responsable también de algunas escenas, Mojica Marins es la estrella indiscutible de una cinta que transcurre durante una noche de fuerte tormenta y que muestra la llegada de un variado grupo de personajes al solitario hostal al que hace referencia el título, regentado por un hombre misterioso y de vestimenta y maneras sospechosamente parecidas a las de Zé do Caixao: una pareja de amantes, un grupo de motoristas hippies, unos delincuentes que acaban de cometer un importante atraco, unos jugadores de cartas demasiado aficionadas a las estafas, un siniestro grupo de ejecutivos… El recurso torpe y encima recurrente a los primeros planos de los ojos de Mojica Marins y los estrepitosos subrayados musicales, junto con la atmósfera turbia y enfermiza que se respira en el lugar, anticipan de forma un tanto grosera el (previsible) desenlace: el siniestro personaje sin nombre es en realidad la misma muerte, sus “clientes” han fallecido de una manera u otra a lo largo de esa fatídica noche (sus muertes son visualizadas casi al final del metraje en pedestres flashbacks sangrientos) y el hostal en realidad no existe; al llegar a la mañana siguiente acompañado por la policía, un hombre que no pudo pasar la noche en “La hospedería de los placeres” y que juró vengarse de los malos tratos recibidos por parte de su propietario comprobará que en su lugar se levanta un cementerio. Concebido tan sólo en función de esta sorpresa final, el filme a duras penas puede ser contemplado como un fútil divertimento; de hecho, sin el espantoso prólogo surrealista-kitsch en el que somos testigos de las horrorosas coreografías de un grupo de bailarinas, paso previo a la aparición de Zé do Caixao, que se levanta de un ataúd como si fuera el vampiro Nosferatu para lanzar peroratas sin sentido, la propuesta a duras penas alcanza los sesenta minutos de duración.