publicado el 5 de febrero de 2013
Tras dirigir la comedia erótica Como consolar viúvas (1976), de nuevo con el seudónimo de J. Avelar, Mojica Marins firma el irrelevante thriller Inferno carnal (1977), el extravagante filme fantástico A mulher que põe a pomba no ar (1978) a mayor gloria de Rosângela Maldonado –productora, actriz protagonista y según algunas fuentes también codirectora–, y Estupro (también conocida como Perversão, 1979). De forma prácticamente paralela, acomete un inesperado regreso al universo de Zé do Caixao con Delirios de um anormal (1978), un desquiciado refrito de algunos de los momentos más representativos de su personaje estrella concebido como un ajuste de cuentas con la censura y con las dificultades que estaba encontrando para desarrollar nuevos proyectos. Pese a todo, son años de una larga decadencia, de un período oscuro de inactividad del que el cineasta conseguirá resurgir con el despiadado desenlace de la trilogía iniciada con A meia-noite levarei sua alma (1964) y Esta noite encarnarei no teu cadáver (1966): hablamos, claro está, de Encarnação do demonio (2008).
7. La larga decadencia (2)
Equivocadamente englobada a menudo en el horror, Inferno carnal es el desangelado y un tanto rebuscado relato de la venganza de un brillante científico, el Dr. George Medeiros (el propio Marins) contra su esposa y su amante después que intentaran asesinarlo lanzándole un pote de ácido en la cara. La misoginia característica del director puede (y debería) considerarse el eje central de una trama que basa toda su fuerza en un clímax final inesperado y gratuito: tras conseguir que su desgraciada mujer desfigure su rostro con ácido para lucir tan monstruosa y desgraciada como él, Medeiros se quitará la máscara que ha llevado durante buena parte del metraje para revelar que en su cara no queda el menor indicio de la brutal agresión de la que fue víctima… Mucho más delirante resulta A mulher que põe a pomba no ar (traducible por algo así como “La mujer que puso la paloma en el aire”), de nuevo con la venganza como eje central, relacionada en este caso con el delirante complot urdido por una científica que ha descubierto una fórmula que convierte los seres humanos en criaturas voladoras. Tras ser traicionada por su marido, utilizará a dos atractivas muchachas como conejillas de indias de su experimento con el objetivo de perseguir y asesinar a todos los hombres adúlteros que se crucen en su camino, hasta que su amor hacia el policía encargado de la investigación de los crímenes le llevará a destruir su aberrante creación. Estupro, también alejada del horror y de las principales señas de identidad de su inconfundible universo, presenta algunos puntos en común con los dos últimos títulos comentados –otra vez la traición y venganza ejercen de motor de la acción– y concede al propio director un papel hecho a su medida, el de un playboy millonario que abusa y maltrata a su antojo a todas las mujeres que conoce, llegando a arrancar a mordiscos el pecho de una de ellas para exhibirlo después como si fuera un trofeo durante la celebración de una fiesta. De esta misma época pueden citarse también Mundo. Mercado do sexo (rodada entre 1977 y 1978 pero no estrenada hasta mediados del año siguiente), con Marins interpretando a un periodista desesperado en busca de una noticia para la primera página del periódico en el que trabaja, y A Praga, una suerte de experimento terrorífico filmado en súper 8 en 1979 pero que no conocería exhibición hasta el 2011. Es la truculenta historia de una maldición vudú que acabará provocando la caída en desgracia de un hombre arrogante y descreído y de su abnegada esposa.
Delirios de um anormal merece un comentario a parte, aunque no tanto por sus méritos cinematográficos –más bien escasos– como por constituir el regreso de Zé do Caixao a la gran pantalla. No se trata, sin embargo, del ansiado final de la trilogía sobre el personaje, sino de una explotación / perversión / variación de su universo de odio y depravación, concebida como un ajuste de cuentas con la acuciante censura brasileña de la época y, de paso, como un narcisista y más o menos irritante acto de reafirmación personal. Mojica Marins (re)utiliza abundante metraje de algunas de sus películas anteriores –sobretodo de A meia-noite levarei sua alma, Esta noite encarnarei no teu cadáver, O estranho mundo de Zé do Caixao y O ritual dos sádicos– para orquestar una trama que, de hecho, se reduce al propio título original: las alucinaciones, visiones y pesadillas de un eminente médico (interpretado por Jorge Peres), convencido de que el personaje de ficción creado por Mojica Marins pretende quitarle a su esposa (Magna Miller), llevarán a un equipo de psiquiatras a contactar con el propio realizador para tratar de curar a su paciente. Hasta el mismísimo final, la película a duras penas explota la sugerente dualidad / oposición entre realidad y representación, tampoco la carta del cine dentro del cine, alargándose hasta más allá de lo soportable con un bombardeo gratuito, repetitivo e interminable de imágenes violentas y presuntamente terroríficas procedentes de las películas citadas (escenas de canibalismo, irreverencia, tortura, violencia y sexo enfermizo, algunas de ellas censuradas en el momento del estreno, se suceden ante los ojos de los espectadores sin ton ni son, trastocadas como siempre en el realizador por una misoginia exacerbada e irritante). Significativamente, tras el (tardío) estreno de Estupro y Mundo. Mercado do sexo, Mojica Marins vería momentáneamente truncada su carrera, que a principios de la década de 1980 se ve drásticamente reducida a pequeñas colaboraciones como actor en producciones de serie B y serie Z de amigos y conocidos: por bien que anecdótico, su papel más recordado lo encontramos en el pedestre homenaje a los seriales clásicos de fantasía, humor y aventuras de la década de 1940, O segredo da múmia (1983); su responsable, Ivan Cardoso, había firmado poco tiempo atrás un cortometraje documental sobre la obra del realizador, O universo de Mojica Marins (1978). Tras más de cuatro años sin estrenar ninguna película, el regreso del realizador brasileño tras la cámara tendría lugar mediante cuatro producciones pornográficas pero tamizadas de algún modo por su tendencia al sadismo y a la truculencia. A quinta dimensão do sexo (1984) supone su primera incursión en el género, a la que siguen 24 horas de sexo explícito (1985) –que en teoría contiene la primera escena de bestialismo del cine brasileño–, Dr. Frank na clínica das taras (1987) y 48 horas de sexo alucinante (1987). De esta misma época es el mediometraje documental Demônios e maravilhas. O diabólico reino de Zé do Caixao (montado en 1987 pero inédito hasta su lanzamiento en vídeo en Estados Unidos en 1996), que recrea acontecimientos decisivos en la vida del cineasta, como su detención, la crisis personal y creativa que sufrió tras la muerte de su padre a principios de la década de 1970, el ataque al corazón que sufrió tras ser increpado (supuestamente) por un espectador tras la proyección de una de sus películas, sus problemas con el alcoholismo…
8. Renacimiento y legado de Zé do Caixao: Encarnação do demonio
La carrera de José Mojica Marins podría haber terminado en este punto, lo que sin duda habría sido una renuncia, un fracaso con visos de claudicación. El actor, director y guionista realiza puntuales intervenciones en producciones televisivas y en escasos filmes, hasta que a principios de la década de 1990 la edición en vídeo de algunos de sus títulos más representativos por parte de la compañía estadounidense Something weird reaviva notablemente el interés por su figura y su obra, tanto por parte de la crítica especializada como por parte de los aficionados al género y los buscadores de curiosidades (así por ejemplo, trascendió que en 1998 finalmente decidió cortarse las larguísimas uñas que había conservado casi por veinticinco años “por comodidad”). Bandas musicales como Sepultura, Os Mutantes, Necrophagia o White Zombie le homenajeaban en algunas de sus canciones y videoclips y en 2001 ve la luz un documental sobre su vida, Maldito- O stranho mundo de José Mojica Marins (André Barcinski y Ivan Finotti, 2001). El filme, sin duda interesante, acaba no obstante sin aportar nuevos datos ni elementos de juicio sobre su controvertida figura (transmutada en mito / leyenda con la descarada connivencia del homenajeado), revelándose como un artefacto tendencioso y poco contrastado. Los homenajes y las reivindicaciones, no obstante, preludian su retorno al cine por la puerta grande, de alguna manera también su particular venganza hacia el mundo, que tras varios retrasos vería la luz en 2008. Encarnação do demonio puede y debe considerarse, pues, la culminación de su filmografía: no sólo constituye el final de la trilogía sobre el personaje del enterrador Josefel Zanatas sino que, además, se erige en testamento de toda su carrera, un testamento que, como no podía ser de otra forma, no tiene nada de crepuscular pero sí mucho de (auto)complaciente. La película comienza justo en el punto en el que terminaba Esta noite encarnarei no teu cadáver, aunque con una decisiva salvedad; si al final de aquél filme Zé do Caixao perecía el estanque en el que los habitantes del pueblo lo habían acorralado tras aceptar (otra vez supuestamente) la existencia de Dios, ahora Mojica Marins muestra el desenlace real de la escena: en el momento en el que parece que Zé do Caixao se ha ahogado, el enterrador emerge de repente del agua y acaba con la vida del sacerdote que se había atrevido a plantarle cara, utilizando para ello, no podía ser menos, la misma cruz de madera que instantes atrás le había acercado en un estéril, absurdo intento de redimirlo de sus brutales pecados. Tras tan contundente prólogo, filmado además en blanco y negro como las dos anteriores películas sobre el personaje, Encarnação do demonio se traslada al Brasil de nuestros días, abriéndose al color que hasta entonces le había sido negado.
Tras pasar más de treinta años en la cárcel por sus horribles crímenes, el siniestro enterrador sale de la prisión con la misma obsesión que le ha perseguido toda la vida, encontrar a la mujer perfecta que pueda dar a luz un hijo que perpetúe su sangre. Contará para ello con la ayuda de su fiel criado / esclavo Bruno (Rui Resende) y con un (pseudo)ejército de jóvenes amorales y desclasados que utilizarán como cuartel general la antigua funeraria abandonada del protagonista, (re)situada una chavela tétrica y miserable en la que impera cualquier cosa menos la ley y el orden. Toda una declaración de intenciones, que el metraje siguiente se encargará de ir subrayando, aumentando hasta el paroxismo, no muy lejos del terreno de la parodia involuntaria, y es que pese al tiempo transcurrido, Mojica Marins se mantiene absolutamente fiel al estilo y a las constantes de los dos títulos precedentes. Encarnação do demonio, de hecho, es bien poca cosa más que una sucesión de torturas y brutales asesinatos carente del más mínimo rastro de humor (negro o no) y con una carga misógina sin prácticamente parangón, aunque actualizada a los tiempos que corren con la inclusión, torpe a más no poder, de apuntes críticos sobre la vida miserable de las favelas brasileñas y la corrupción de la policía y las autoridades, sin olvidar el recurso grosero y constante a unos efectos especiales y de maquillaje del todo impensables en sus producciones de la década de 1960. Autor y creación, director y personaje, ya no se distinguen, todo lo contrario, se funden en un todo indisociable, y ahí radica el principal problema de la propuesta, concebida más en términos de venganza sangrante por los años de ostracismo a los que tuvo que hacer frente y por las enormes dificultades surgidas a la hora de llevarlo a cabo: más allá del Bien y del Mal, Zé do Caixao es ahora una especie de mesías, un nuevo Dios que propugna los actos más sádicos e inhumanos y que trata a las mujeres como simples trozos de carne sin otra utilidad que la procreación.