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publicado el 15 de marzo de 2006

MÁS DE UNA DECENA DE NOVELAS DE HORROR AVALAN LA CARRERA LITERARIA de Tom Piccirilli, escritor de gran éxito en Estados Unidos cuya obra nos va llegando con cuentagotas. Este maestro de lo grotesco, para muchos el heredero natural de Stephen King, se dió a conocer en nuestro país con Clase Nocturna, cuya reseña podréis encontrar en el archivo de libros de Judex, y ahora nos trae una propuesta si cabe más mordaz y ambiciosa. Un Coro de niños enfermos propone una mirada de sesgo antropológico a la América gótica que anida entre los bosques de Massachusetts. El condado de Potts, concretamente la aldea de Kingdom Come, se convierte en ese escenario casi mitotológico en que todo parece suspendido en el tiempo. Los clanes familiares que durante generaciones habitaron Kingdom Come conviven de una manera natural con las supersticiones y la magia oscura que los primeros habitantes de los bosques dejaron como legado.

Piccirilli centra su relato en la figura de Thomas, un chico atormentado que tiene a su cargo tres hermanos gemelos que comparten un solo cerebro, extraña mutación genética que guarda la particularidad de establecer comunicación con otros mundos y que se manifiesta como un solo ente de personalidad desdoblada. En el siniestro retrato de los habitantes del pueblo, una suerte de Twin Peaks decadente, no faltan personajes grotescos como la hechicera Velma Coots, que amputa sus meñiques para alejar las “tormentas de almas”; el abad Earl, pastor de la Sagrada Orden de los Walendas Voladores; o Drabs, el hijo del párroco que corretea desnudo por el pueblo como un salvaje. El marco de los pantanos profundos, insondables y amenazadores, allana ese territorio hacia lo irreal, un mundo poblado de fantasmas arrogantes que se manifiestan a través de las aberraciones genéticas y toman viva voz como niños enfermos que se pasean por el jardín trasero de casa.

El puzzle narrativo que propone Piccirilli nos hace fluctuar por el mundo de los muertos y el de los muertos en vida con una pasmosa sencillez. En su retrato obsceno y rabioso no hay lugar para el lenguaje afectado y el ripio romántico, su estilo narrativo nos sitúa en un territorio decadente y próximo para el lector. En él, los jóvenes que viven en esas madrigueras rurales de inspiración victoriana comparten idénticos problemas de identidad con los púberes de la gran ciudad que escuchan Slipknot y toman cocaína. El estilo de Piccirilli combina lo ominoso del legado gótico con el decadentismo underground heredado de novelistas como Bret Easton Ellis. Existe una cierta ruptura estilística en su forma de entender el american gothic style of life, Un coro de niños enfermos combina la síntesis de lenguaje, tan cinematográfica, del gran Richard Mathesson con los arquetípicos umbrales (físicos y narrativos) de la imaginería lovecraftiana, y en esa combinación tan atractiva, su voz resulta poderosamente personal y moderna. Para miles de lectores en todo el mundo no hay discusión posible, Piccirilli está reinventando un género que parecía saturado desde las lúcidas aportaciones de Clive Barker y Stephen King.


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