publicado el 25 de junio de 2006
DOS APROXIMACIONES AL TERROR TAILANDÉS. La distribuidora Manga Films ha editado recientemente en dvd dos producciones de terror tailandesas sin ninguna relación entre sí, 999 (999-9999, Peter Manus, 2001) y The art of the devil (Khon len khong, Thanit Jitnukul, 2004), pero que vienen a confirmar principalmente dos cosas: por un lado, el agotamiento de la fórmula del llamado cine de terror oriental; y por el otro, el carácter descaradamente imitativo que este tipo de propuestas genéricas tienen respecto el cine de terror occidental, concretamente del cine de terror norteamericano.
The art of the devil, primera incursión en el cine de terror del popular director tailandés Thanit Jitnukul, no es mucho mejor, si bien renuncia en parte a buena parte de los recursos y elementos característicos del cine de terror norteamericano. El argumento, igualmente simple y efectista, se reduce a poco más de una línea de texto –la venganza de la amante de un hombre contra su familia, incluso contra la familia de su ex-mujer, después de haber perdido el hijo que esperaba de él–, y es poco más que un pretexto para la construcción de una especie de refrito, bastante indigesto, de ideas y temas característicos del género, que van desde el vudú y la magia negra al cine de terror sobrenatural (sin venir a cuenta de nada, el fantasma de una niña se pasea durante todo el metraje por la lujosa casa de la família protagonista), pasando por los más sobados tics del psycho-thriller (el interminable final, ambientado en un edificio en construcción). El exotismo de la producción, como en el caso de 999 se limita a los rasgos faciales y a la lengua original de los personajes; elementos mucho más determinantes como la tradición, la religión o las relaciones interpersonales prácticamente no están desarrolladas; al mismo tiempo, un tono entre grotesco y truculento domina las escenas más contundentes e inquietantes: uno de los personajes muere desangrado en una habitación de hospital después que centenares de anguilas hayan salido de sus entrañas, otro muere después de vomitar multitud de navajas de afeitar... El conjunto no resulta excesivamente creible ni coherente en ningún momento (los personajes del periodista especializado en ocultismo que intenta ayudar a la protagonista y del brujo que realiza las pertinentes maldiciones resultan determinantes en este sentido), y la sorprendente distancia y frialdad formal con qué Jitnukul filma el guión impide la identificación de los espectadores con las situaciones planteadas y actúa en contra de la creación de la deseada atmósfera irreal e inquietante.