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publicado el 1 de agosto de 2006

Pau Roig | LA SOMBRA DEL CINE DE TERROR INDEPENDIENTE REALIZADO EN LOS ESTADOS UNIDOS durante la década de 1970 y principios de la de 1980 es muy alargada, quizá demasiado, hasta el punto que cada año llegen hasta nosotros numerosas propuestas terroríficas que, en clave más o menos irónica, recrean algunos de sus principales argumentos y elementos de estilo. Dead End es una más de ellas, con la salvedad de venir firmada por dos jóvenes cineastas franceses en inglés y en los Estados Unidos.

El humor negro, la falta de pretensiones y la distancia irónica son los dos principales elementos de interés de una propuesta cuyo argumento se puede resumir en dos líneas –una família misteriosamente atrapada en una pequeña y tenebrosa carretera comarcal durante una nochebuena, cuyos miembros pronto empezarán a morir uno por uno en misteriosas circunstancias–, pero que tiene como lastre principal, una vez más, su condición de guiño / homenaje a un determinado tipo de cine de terror que parece que viene imponiéndose en los últimos años. De Cabin Fever (Cabin Fever, Eli Roth, 2002) al remake de La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre) firmado por Marcus Nispel en el 2004, son muchas las producciones del género que, con ligeras diferencias de perspectiva y tratamiento, analizan en clave terrorífica la descomposición o degeneración del típico núcleo familiar estadounidense y la doble moral, o mejor la amoralidad y la falta de valores de la sociedad en la que viven, adoptando la forma de un ejercicio de estilo contundente con generosas dosis de mala leche.

Dead End, en efecto, nunca pretende ir más allá de lo expuesto hasta ahora: su principal baza es el incendiario retrato de la descompuesta y patética família protagonista, con graves problemas de comunicación y con todas y cada una de las características más irritantes asociadas a las famílias norteamericanas de clase media, que Jean-Baptiste Andrea i Fabrice Canepa, también autores del guión, filman de manera gélida y sin excesos ni efectismos. Su propuesta, sin embargo, se revela mucho más interesante en el terreno de la ironía y del humor negro que en el del terror propiamente dicho, apartado en el que acaban recurriendo a demasiados recursos y lugares comunes: el misterioso personaje de la mujer de blanco, en principio responsable de las muertes de los protagonistas, va perdiendo fuerza desde su primera aparición en la pantalla, y la atmósfera presumiblemente inquietante e irreal del conjunto se va desmoronando lenta pero inexorablemente hasta desembocar en un final más o menos efectivo pero previsible y muy poco original. Los afiladísimos diálogos del guión y las excelentes interpretaciones de todo el reparto, en especial del siempre efectivo y absurdamente desaprovechado Ray Wise, conocido principalmente por su papel en la serie de televisión Twin Peaks (Twin Peaks, 1989), levantan ligeramente los resultados finales por encima de la media.


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