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publicado el 7 de noviembre de 2006

SITGES 2006. La vía europea

Los abandonados. El cliché Filmax

Debut en el largometraje del realizador catalán Nacho Cerdà (autor de algunos de los cortos fantásticos españoles más reputados de los últimos años), Los abandonados (2006) fue uno de los filmes de la sección oficial peor recibidos por los especialistas. El escaso eco que tuvo el filme (a mi juicio, totalmente injusto), me recordó el caso de Darkness (2001) de Jaume Balagueró, otro título firmado por un autor catalán prometedor que también fue minusvalorado por la crítica en su pase en el Festival de Sitges y que el tiempo ha sabido colocar en su sitio. Como la obra de Balagueró, Los abandonados es un filme irregular, balbuceante y reiterativo en algunos momentos, pero poseedor de un estilo opresivo, herrumbroso y macabro que sabe potenciar la atmósfera malsana y sórdida del relato. Como toda ópera prima, el filme adolece de cierta precipitación e indefinición, errores que en un futuro debería corregir el director pero que son comunes a la mayor parte de debuts del género. Con esta defensa del filme no me gustaría que se pensase que todas las óperas primas más o menos atractivas del género fantástico deberían ser aplaudidas sin más. Los abandonados tiene defectos evidentes pero su capacidad para crear inquietud y su apuesta por extraer belleza de recursos tremebundos (atención a los bellos momentos del filme en los que luz se erige en la imagen del pasado de la casa encantada o las inquietantes y alucinadas apariciones de los espectros), deberían haber sido referidos con una mayor contundencia por la crítica.

Filme sobre el funesto destino de dos hermanos atrapados por la maldición que encierra la casa donde nacieron, la obra de Cerdà brilla por su decadente diseño de producción, su excelente uso del montaje trepidante, el claroscuro y el fuera de campo (elementos que brillan en la secuencia de la llegada de la protagonista a la mansión en una lúgubre noche cerrada), sus estremecedores efectos de sonido, su morosa cadencia rítmica, sus epatantes recursos escénicos y su decidida voluntad de apartarse de la cauces comunes del género y aproximarse a tratamientos más anarrativos de lo normal. De esta manera, la obra se aleja de ciertas convenciones de los filmes de terror de Filmax (como la sofisticación visual, la planificación elegante, la estructura narrativa extremadamente convencional y la servidumbre a patrones narrativos demasiado manidos) para acercarse a un cine menos deudor de las constantes genéricos y más libre formalmente. Además, el filme de Cerdà fue (junto con Ellos, 2006, de David Moreau y Xavier Palud) la película de género más terrorífica y angustiosa de todo el certamen. Sólo por eso hubiera merecido mejor suerte en el palmarés pero está claro que en los últimos años las preferencias de los jurados en Sitges cada vez distan más de los planteamientos del pasado, cuando se apostaba con valentía y sin tantos prejuicios por el género de horror más puro, corriente que en los últimos años ha brillado por su ausencia en los diversos palmarés del festival. Juan Carlos Matilla

Big Bang Love, Juvenile A. Chicos malos

Big Bang Love, Juvenile A (46 oku Nen No Koi, 2006) transita por un territorio tan novedoso para el realizador Takashi Miike como el del thriller carcelario alejándose, de ese modo, tanto de la poética fantaterrorífica a la que nos había acostumbrado en algunos de sus títulos (Audition, Llamada perdida) como de sus cócteles de violencia hi tech pasada de vueltas (Ichi the Killer). Aunque tal giro estilístico aparentemente no sorprenda dada la naturaleza camaleónica del realizador, lo cierto es que un filme de planteamiento tan abstracto y, en cierto modo, desnudo como este parece ir en contra de sus principios estéticos, tan barrocos y dados a la hipersaturación formal. El francotirador Mike, capaz de provocar desmayos con propuestas como Imprint (2005), el capítulo de Masters of Horror que el festival presentó a horas intempestivas, muestra para la ocasión una versatilidad sorprendente. Big Bang Love, Juvenile A puede interpretarse como un filme iniciático, un melodrama hipnótico en el que el diseño de producción, sobrio y desnudo, deja todo el protagonismo a la piel sudorosa de sus jóvenes protagonistas. Miike es el mejor ejemplo de que el cine es un arte en constante evolución, su estrategia a la hora de afrontar cada proyecto es imponer un pulso formal, hilvanar una nueva experiencia narrativa. Con el teatro y la danza como elementos a “pervertir”, el realizador japonés, consigue que la desnudez de su relato homoerótico transpire sinceridad y en cierto modo candor. Bib Bag Love, Juvenile A funciona como una experiencia gestada desde la desmesura -como ejemplifica su antinaturalista cromatismo-, casi desde una egolatría lacerante, para transcribirse o mutarse, sorprendentemente, a una extraordinaria lección de cine minimalista. Miike convierte todos los elementos de su filme, sean impúdicos, aparatosos o terrenales -no podemos obviar su tendencia al exceso- en una perfecta piedra preciosa, pequeña y elegante. Este nuevo Miike. Lo crean o no, hará sonreír a todos aquellos que transitaron por la desesperanza abisal del Desierto Rojo de Michelangelo Antonioni. Luis Rueda

Brick. High school-boiled

Otro estimulante debut de la sección oficial nos la ofreció la sensacional Brick (2005), obra del realizador estadounidense Rian Jonson que ya fue muy aplaudida en el pasado Festival de Sundance donde se hizo con una mención especial del jurado. Filme ambientado en los high schools americanos, Brick es un peculiar homenaje a la narrativa hard-boiled y al cine policiaco clásico pero que rechaza, de manera consciente, realizar un mero ejercicio de estilo ramplón y prefiere jugar con sabiduría con los estereotipos habituales del género negro (la estructura de encuesta, la trama basada en el engaño, el fatalismo como horizonte de la ficción, el descubrimiento de la podredumbre que se esconde bajo las apariencias, el peso de la femme fatale en el relato, etc.) para pervertirlos sin caer en el despropósito al evitar miradas cínicas y soberbias "a lo Tarantino", o excesivamente ortodoxas y respetuosas con la tradición.

A medio camino entre las reformulaciones del film noir llevadas a cabo por autores como los hermanos Coen y la nuevas y arriesgadas aproximaciones al género juvenil como Donnie Darko, Napoleon Dynamite, May, Abandon o Election, Brick utiliza la anacronía como principal elemento narrativo del filme. Este desajuste entre el tono policiaco propio de la década de 1940 y la ambientación contemporánea, confieren al filme un indudable atractivo y lo sitúan a un nivel de ambición referencial que, sin llegar al metalenguaje, consigue otorgar al filme una pátina de leve innovación que lo hace aún más apetecible. Puede ser que para muchos espectadores Brick no sea más que un ingenioso pasatiempo y posiblemente tengan razón ya que la propuesta sólo pretende divertir y estimular ciertos juegos cinéfilos entre la audiencia y sus conocimientos sobre la tradición policíaca. Pero a mi entender, la portentosa puesta en escena de la película la sitúa muy por encima del mero divertimento (a retener la espléndida secuencia de la batalla final entre bandas contrarias, resuelta con un inteligente uso del fuera de campo, los jocosos efectos de montaje en las secuencias de acción o el aire lynchiano de ciertos pasajes como la aparición del cadáver que desencadena la trama o los sombríos sótanos donde se esconde el villano de la ficción, el simpático e inquietante The Pin, un personaje que parece ideado para algún spin off de Twin Peaks). En resumen, una absoluta maravilla y una de las sorpresas más agradables de las secciones a concurso. Juan Carlos Matilla

Captivity. Cautivos del mal

Primicia exclusiva de Sitges 2006 –el filme no se estrenará en los Estados Unidos hasta febrero o marzo del 2007, y más tarde en el resto del mundo–, Captivity (2006), de Roland Joffé,, marca un notable cambio de rumbo en la errática carrera de Roland Joffé, especialmente recordado por películas de cierto prestigio sin absolutamente ninguna relación con la que ahora nos ocupa, caso de Los gritos del silencio o La misión. De hecho, si le hubieran dicho años atrás a Joffé que acabaría dirigiendo un guión del cada día más perdido (y más rico) Larry Cohen, seguramente habría echado a correr, pero así es Hollywood. Captivity tiene, además, el dudoso honor de ser la primera coproducción entre Rusia y los Estados Unidos, un hecho curioso que no se traduce en la pantalla de ninguna manera, del mismo modo que la personalidad y el estilo más o menos característico de Joffé tampoco aparecen por ningún lado. Da la impresión de que el director británico en ningún momento se siente cómodo con el material puesto a su disposición, y se limita a narrarlo con frialdad y cierta contención, lo que se traduce en una alarmante falta de intensidad y de nervio. El punto de partida de la trama resulta más o menos original –Cohen tuvo la desfachatez de proclamar en la rueda de prensa que tenía escrito el guión mucho antes del estreno de Saw, filme con el que guarda ciertos puntos en común–, pero su interés se desinfla de manera fulminante a medida que avanza el metraje hasta desembocar en un final más o menos pasado de vueltas pero bastante chapucero. La relación de amor que se establece entre una popular y atractiva modelo (Elisha Cuthbert) y un hombre joven (Daniel Gillies), secuestrados y encerrados en dos celdas contiguas sin que sepan cómo ni por qué, podría haber dado pie a un angustiante ejercicio de estilo, pero la falta de pericia de Joffé y las sucesivas trampas del guión, muchas de ellas cercanas a la parodia por lo infantiles y delirantes que resultan, hunden los resultados finales en la más absoluta insipidez, en la más banal intrascendencia. Pau Roig

Cigarrete Burns. Los peligros del celuloide

Otro episodio de la serie Masters of Horror fue Cigarrete Burns (2005), de John Carpenter, que resultó ser una de las decepciones más notables del presente festival. Carpenter, que regresaba a la dirección tras años de inactividad, lo hacía de la mano de este perverso thriller cinéfago que gira alrededor de un filme ficticio, Le fine absolute du monde, que transforma en ser perverso a aquel que lo visiona. Material farragoso, difícil de plasmar en la gran pantalla si no es gracia a un manejo inteligente del fuera de campo, recurso que entra en plena contradicción con un guión marcadamente explícito escrito por Drew Mcweeny y Scott Swan. La habitual elegancia fílmica de Carpenter se ve comprimida y desnaturalizada entre la precipitación narrativa y los mandobles visuales a los que obliga el formato televisivo. Cigarrete Burns está a años luz de En la boca del miedo la excelente aportación del neoyorquino a los secretos arcanos de la literatura de H. P. Lovecraft, que ciertas reseñas apuntaban como referente estético. Cigarrete Burns decepciona por su previsibilidad y por la escasa fuerza en su puesta en escena, precisamente el elemento de distinción de gran parte de la obra carpenteriana. En lo positivo encontramos una banda sonora, compuesta por el mismo realizador, que coquetea con el score de Halloween y nos genera una expectativa falsa durante los créditos de inicio, amén de un guiño al Festival de Sitges que provocó cierto cosquilleo entre los asiduos que se encontraban en la sala: sorprendentemente La fin absolute du monde, el filme ficticio que transforma al que lo visiona, tuvo su puesta de largo en el festival de Sitges de 1971, y según se explica en Cigarrete Burns desató una violencia homicida entre los espectadores. En cambio, lo más reseñable de esta doble sesión de Masters of Horror que nos ofreció el festival fueron los contratiempos con el formato a la hora de la proyección. Por lo demás el público no mostró acritud alguna, en cualquier caso un entusiasmo que derivó en cierta simpatía desangelada. Esperamos visionar lo antes posible Pro-Life, segunda aportación de John Carpenter al proyecto Masters of Horror que pudo verse en esta presente edición del festival y a la que tristemente no pudimos acceder por incompatibilidad de horarios. Luis Rueda

Exiled. Muerte en Macao

Johnnie To regresaba en este Sitges 2006 a competición con una nueva aventura de gansters más deudora de su filme The Mission (1999) que de la sobria Election (2005). Johnnie To es, posiblemente, uno de los cinco mejores directores de cine de acción del planeta, un magnífico artesano que ha renunciado a los cantos de sirena de Hollywood y que año a año va gestando una obra francamente coherente en la que sobresalen títulos tan populares como The Heroic Trio (1993) o Breaking News (2004). Exiled (Fongchuk, 2006) es un western de tintes contemporáneos ambientado en Macao tan deudor del cine de Howard Hawks que casi puede interpretarse como una versión bastarda de El Dorado. El arranque de Exiled (2006) podría compararse perfectamente al de un filme tan canónico como es Retorno al pasado de Jacques Tourneur, y en cierto modo a Una historia de violencia de David Cronenberg, con un personaje de turbio pasado intentando recomponer su vida junto a una nueva familia. El problema toma forma cuando la vieja familia llama a la puerta para saldar deudas. Entre el relato reflexivo que aborda los códigos de la lealtad y o la amistad y la pirotecnia ad hoc, que se diría de un John Woo anfetamínico, se mueve este magistral filme que deslumbra con una plástica que sería muy del gusto de Sergio Leone o Sam Peckinpah. Cuando el hard-boiled tonifica su latir a ritmo del sonido entristecedor de una armónica uno sabe que tras las gafas oscuras de los sicarios de Macao se esconden hombres de honor, asesinos con principios. Es por ello, que este filme pleno de giros argumentales y de triquiñuelas dignas de El día de los tramposos, halla arrasado en Hongk Konkg y en el presente Sitges halla arrancado uno de los aplausos más generosos que se recuerdan en los últimos años. Muchos creímos ver en este filme, portentoso, al tapado del festival, aunque analizado de otro modo, quizás, pesó en demasía el hecho de que se tratarse de una propuesta tan específicamente subgenérica. No pierdan atención al protagonismo de una lata de refresco y su efervescente protagonismo en uno de los tiroteos más salvajes jamás rodado. Luis Rueda


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