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publicado el 3 de junio de 2005

Aciertos y desconciertos

La 7.ª edición de 'Festival de Cine Asiático de Barcelona', que se celebró del 29 de abril al 8 de mayo, dejó una extraña sensación agridulce entre los asistentes. A pesar de sus evidentes mejoras en infraestructuras y organización, la selección de filmes resultó muy discutible ya que en las dos principales secciones (a competición y Asian Selection) se coló un ingente número de obras excesivamente mediocres para un festival que pretende ofrecer las propuestas más singulares y atrevidas de las cinematografías asiáticas.

Juan Carlos Matilla | Por el contrario, una de las bazas más atractivas de este año fue su cada vez más decidida apuesta por abrir la programación a filmes de géneros populares, alejados de las preceptivas del cine de autor más extremo. Así, se pudieron ver comedias y filmes de acción de Hong Kong, así como obras de terror y policíacos surcoreanos, obras que introdujeron una valiosa frescura a una programación que, en muchas ocasiones, mostró unos preocupantes síntomas de esteticismo vacuo.

De todos los filmes exhibidos que hemos podido ver los redactores de Judex, nos gustaría destacar un filme por encima de todos, la magistral The World (Shijie, 2004), obra maestra del realizador chino Jia Zhang-ke que, sin duda, fue el filme más convincente e innovador de todo el certamen. Además, también brillaron las notables Tropical Malady (Sud parlad, 2004), del tailandés Apichatpong Weerasethakul, y Café Lumière (Kohi jikou, 2004), del taiwanés Hou Hsiao Hsien, dos obras dotadas de un estilo radical, completamente antagónicas en intenciones pero hermanadas en su valiente enfoque del desarrollo dramático (sesgado y metafórico en el caso de la primera, y sostenido e íntimo en la segunda). Junto a estos tres magnos títulos me gustaría destacar otros dos filmes: The Taste of Tea (Cha no aji, 2004), del japonés Katsuhito Ishii y Passages (Lu Cheng, 2004), del chino Yang Chao, dos obras irregulares pero con suficientes elementos de interés. La primera de ellas es una ocurrente comedia dramática, dotada de un atractivo enfoque surrealista, de naturaleza heterodoxa aunque de excesivo metraje. El segundo es una árida y estimulante road movie filmada mediante elaborados planos secuencia y una sombría atmósfera fantasmal. Por desgracia, como ya hemos señalado anteriormente, el número de filmes insignificantes fue extenso: el plúmbeo melodrama Tony Takitani (2004), del japonés Jun Ichikawa; los inconsistentes thrillers surcoreanos Low Life (Haryu insaeng, 2004), de Im Kwon-taek y Spying Cam (Frakchi, 2004), de Whang Cheol-mean; el afectado drama onírico Hotel Venus (2004) de Hideta Takahata; o la insoportable y críptica The Rainmaker (Impian kemarau, 2004), del indonesio Ravi Bharwani, entre otros. A continuación, podrán leer las reseñas de los tres filmes más interesantes del certamen, cuyos principales premios fueron a parar a los filmes Green Hat (Lu mao zi, 2004), de Liu Fendou (premio de la sección oficial) y a The Taste of Tea (premio del público).


The World (Shijie, 2004)

The World. Atlas de geografía humana

Conocido por sus largometrajes acerca de la alienación de la actual juventud de su país, el director chino Jia Zhang-ke (autor de los austeros dramas Plattform y Unknow Pleasures) sorprendió gratamente con su último filme, el melancólico y hermoso The World (Shijie, 2004), una excelente muestra de cine intimista, parsimonioso y metafórico que, tras su exitoso pase en el pasado Festival de Cine Internacional de Las Palmas, dejó maravillado a la mayor parte del público del BAFF. Ambientado en el World Park de Pekín (un mastodóntico parque temático donde se recogen enormes miniaturas a escala de los principales monumentos mundiales), The World explora la ansiedad y anhelos de los jóvenes funcionarios del parque, oprimidos por un sistema que los anula, extrañados ante un mundo nuevo que surge de la paradójica contradicción entre el férreo aislamiento cultural y el decidido aperturismo económico. Pero, aunque el elemento simbólico sea evidente, The World dista mucho de ser un mero panfleto social y político. El enfoque de Zhang-ke se ciñe al hastío vital de una serie de personajes asolados por sus propios miedos y por la tibieza de sus propias emociones. Así, la relación entre la falsa majestuosidad del espacio exterior y la verdadera inquietud del interior de los seres humanos se convierte en el tema clave de esta fascinante obra sobre el naufragio de las emociones y la necesidad de esperanza.

Con ecos evidentes al cine de Hou Hsiao Hsien (sobre todo, al retrato de la juventud que el maestro taiwanés realizó en Millenium Mambo), Zhang-ke sortea el riesgo de realizar un plúmbeo documento de cariz realista y cotidiano (rasgos inherentes a su particular puesta en escena, basada en los largos planos secuencia y en la proliferación de tiempos muertos) mediante la adopción de una serie de elementos que introducen una elevadas dosis de subjetivismo e incluso irrealidad en sus aparentemente serenas imágenes: la fastuosidad del trabajo lumínico, la excentricidad de los escenarios (un extraño híbrido entre el diseño futurista y los espacios sórdidos y ruinosos), los soberbios e inesperados interludios de animación, la introducción de quiméricos diálogos entre personajes que se expresan en distintos idiomas y el soberbio final, en el que Zhang-ke introduce una sorprendente coda onírica, de puro fantastique, que proyecta el filme hacia unas cotas de abstracción totalmente insospechadas. Sin duda, una de las más bellas obras maestras del reciente cine oriental.


Tropical Malady (Sud parlad, 2004)

Tropical Malady. La bestia en la jungla

Tengo que reconocer que antes de visionar (en un sala atestada de público) el filme tailandés Tropical Malady (Sud parlad, 2004), de Apichatpong Weerasethakul, tenía serias dudas sobre su presunta calidad fílmica debido a su condición de filme reverenciadísimo por parte de la crítica gala más esnob. Este temor se debía a que en los últimos años he tenido la desgracia de sufrir, tanto en salas de cine como en el mercado de DVD, un ingente número de bluffs cinematográficos que habían sido previamente entronizados por los desconcertantes críticos de revistas como Cahiers du Cinema o Positif (de hecho, recientemente me ha vuelto a ocurrir lo mismo con la muy mediocre cinta de Gus Van Sant, Gerry, 2002, todo un monumento a la pretenciosidad más irritante). Afortunadamente, Tropical Malady no sólo no pertenece a este conjunto sino que además ofrece uno de los enfoques del género fantástico más estimulantes de las últimas temporadas.

Dotado de una peculiar estructura narrativa, el filme está dividido en dos partes interrelacionadas pero completamente antagonistas en su estilo: la primera parte del relato, de carácter más urbano, se sumerge en un estilo cercano al documental para narrarnos una esquemática relación homosexual y, en la segunda, la trama se ubica en una densa jungla y adopta un portentoso hálito sobrenatural para desarrollar una leyenda del folclor tailandés basada en la figura de un extraño chamán que posee la capacidad de transformarse en tigre. A pesar de lo inaudito de tal planteamiento, lo cierto es que el filme funciona en su aproximación a cierto cine de cariz ancestral, respetuoso con la tradición pero audazmente vanguardista.

Quizás, lo menos interesante de Tropical Malady radique en su algo forzada estructura y en su desigual primera parte (a pesar de que en ella se encuentren momentos tan extrañamente mágicos como la escena en la que uno de los amantes lame lujuriosamente la mano de su pareja) pero todos estos errores empalidecen ante la plenitud narrativa de la segunda aparte: hipnótica, sugerente y envolvente, Weerasethakul utiliza una puesta en escena apasionante, prolija en encuadres, elipsis y relaciones por montaje asombrosos, y con un diseño de sonido tremendamente rico, para narrar una historia que se mueve entre el fantástico y el terror pero que en realidad esconde una apabullante historia acerca de la irracionalidad del deseo humano, verdadero leit motiv de este bello y extraño filme que supuso, sin ninguna duda, la sorpresa más inaudita del festival.


Café Lumière (Kohi jikou, 2004)

Café Lumière. Ozu en las retinas

Nacida del encuentro entre el estilo conciso, lírico y elocuente del cineasta japonés Yasujiro Ozu y el enfoque más discursivo y preciosista del director taiwanés Hou Hsiao Hsien, la película Café Lumière (Kohi jikou, 2004) es el sentido homenaje que Hsiao Hsien le rinde al creador de Cuentos de Tokio (Tokio monogatari, 1953) en el centenario de su nacimiento. Melancólica y dotada de una hermosa languidez visual, la obra brilla por la capacidad del director de sumar los principales mecanismos narrativos del cine de Ozu pero sin limitarse a la pura imitación estética. Así, en el filme observamos algunas de las constantes del cine de Ozu (dramas familiares y cotidianos, diálogos parsimoniosos y corrientes, ambientes urbanos, planos fijos y un ritmo sostenido y moroso), pero perfectamente asimilados y filtrados por el estilo más característico de Hsiao Hsien y su particular concepción del tiempo (más poética que real) y los espacios (prolijos en la creación de atmósferas simbólicas).

Partiendo de una premisa argumental mínima (la confrontación generacional de unos padres ante el embarazo de una hija soltera), el creador de Millenium Mambo compone aquí un bello retrato acerca de la incomunicación, los conflictos de la vida contemporánea, la soledad y el inexorable paso del tiempo, mediante un preciosista trabajo de cámara, caracterizado por la hermosura de los encuadres, el calado metafórico de algunos planos (como las abundantes vistas de las vías de tren de Tokio) y algunos sensacionales puntos de fuga (como los episodios paralelos centrados en el músico que investiga la protagonista del filme). Sobrio pero a la vez extrañamente emotivo, Café Lumière supera la condición de mero capricho para erigirse en una de las obras más estimables de la filmografía de Hsiao Hsien.


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