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publicado el 21 de junio de 2007

Lluís Rueda | Richard Matheson es uno de los mejores escritores de ciencia-ficción que han dado las letras norteamericanas. Tal afirmación, resulta más incuestionable cuando reparamos en que su obra se nutre de títulos tan portentosos como Soy Leyenda, El increíble hombre menguante o Más allá de los sueños. La gran particularidad del estilo Matheson, más allá de su extraordinaria inventiva, la hallamos en un estilo directo y sencillo muy deudor del lenguaje televisivo y cinematográfico. El escritor de Nueva Yersey, guionista de lujo en la serie “Twiligth Zone” y en filmes de la relevancia de La casa de la leyenda del infierno (The Legend of the Hell House, 1973) The Devil Rides Out (1968) de Terence Fisher o The Pit and the Pendulum (El pozo y el péndulo, 1961) de Roger Corman, por citar unos ejemplos de su vasta carrera como guionista de cine y televisión, posee un excelente talento para hacer que rocambolescos planteamientos argumentales resulten creíbles, y que en el tratamiento psicológico de sus personajes se desprendan miedos atávicos fácilmente reconocibles.

El caso de Más allá de los sueños no escapa a esa premisa, si bien podemos decir que no se trata de una de sus obras mayores también es bueno reconocer que resulta paradigmática en cuanto a su poder evocador y a la capacidad del autor para adaptarse al los gustos imperantes en cada época. Más allá de los sueños, es un relato que se reafirma en el boom de ciertas experiencias extrasensoriales y de cierta pseudofilosofía astral imperante al final de la década de 1970, pero sin perder de vista ese ancestral terror a la muerte y una querencia por la aventura onírica de mecanismo esencialmente lovecraftiano (es evidente que Los viajes oníricos de Randolph Carter se cuentan como una de esas influencias). Con Más allá de los sueños, Matheson ensaya una teoría para la esperanza post-morten al conceder a su protagonista Chris Nielsen un paraíso a medida, pero el autor no prescinde de elementos que conllevan a una reflexión más honda: incluso en otro plano, en otro estatus, el hombre arrastra lo peor y lo mejor de si mismo. La idea de que en el parnaso o limbo, proyectado como un espejo deformante, pueden seguir latentes las sombras y las imperfecciones de los hombres resulta de lo más pertinente y mordaz del relato.

Con todo, he incluso a sabiendas de que en algunos pasajes su historia de amor puede parecer algo naïf, el autor se concede el exceso poético de la misma manera que su personaje-aprendiz se entrega con fiereza a sus mejores recuerdos.
Desde luego, Más allá de los sueños, está lejos de la fiereza narrativa de Soy Leyenda, de su acentuado nihilismo, pero aún así resulta uno de esos trabajos que complementan, y porfían una cierta humanidad, al universo de Matheson. Con todo, lo mejor del relato se concentra en su segunda mitad, aquella que describe las desventuras de Chris Nielsen junto a su primo Albert en las entrañas mucilaginosas del Reino Inferior (suerte de hediondos conjuntos de infiernos). Quizás sea esta una obra menor del autor, pero incluso la menos atinada de las novelas de este auténtico maestro de las letras es sensiblemente superior a la media.

El filme conoció una adaptación cinematográfica dirigida por Vincent Ward y protagonizada por Robin Williams nada desdeñable. Más allá de un enfoque inicial un tanto azucarado, Ward ideó un mecanismo visual de lo más estimulante para retratar el más allá. Colocó las texturas de unas obras pictóricas como puerta dimensional entre el mundo de los muertos y los vivos, a resultas el filme construyó un paraíso-infierno de lo más daliniano que obtuvo su reconocimiento con un Oscar a los mejores efectos especiales de ese año.


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