publicado el 5 de noviembre de 2007
El sopor y la entomología
Mushishi (Katsuhiro Otomo, 2007)
Oficial Fantàstic
El magnetismo del 'anime', su preciosismo hipnótico, consigue que obras contemplativas nos resulten de lo más atractivas, eso puede pensar uno al disfrutar de Mushisi, una fábula surgida del manga que, ya me perdonarán, pedía a gritos su traslación al anime cinematográfico. Katsuhiro Otomo (Akira) no ha debido entenderlo de igual manera y ha creado una ‘película-río’ con personajes reales, estética barroca e impersonal trazo, que trata una materia abstracta y poética con pericia entomológica y ambición desmedida. Mushishi es una película sin brío, roma y parsimoniosa que nunca llega a cuajar en el aspecto sentimental, un cuento bienintencionado que busca el fotograma cargado de sortilegios por encima de los aciertos de su discurso. La trama, enmohecida por un conjunto de viñetas preciosistas, alude a las vicisitudes de una saga como Zatoichi prescindiendo de la mecánica del bienhechor errante al uso, para ahondar en las cavilaciones de un buhonero de lo sobrenatural taciturno y esteta. Algo también se intuye del mensaje universal de La princesa Mononoke en este filme que ha obtenido el premio a los mejores efectos especiales, pero a diferencia del clásico de Hayao Miyazaki la cinta de Otomo prescinde de las claves narrativas que pueden derivarse de una estructura de fábula o cuento al uso. Otomo se aproxima a la magia y las deidades de la naturaleza con la tozudez de un chamán que vive una experiencia reveladora, embuído en el material de su propia aventura fílmica. En resumen, Mushishi es una obra que intenta plasmar un estado de ánimo, una luz interior, que recorre una suerte de aprendizaje difícilmente compartible con un público poco instruido. Otomo, realizador más espiritual que nunca, renuncia al discurso acumulativo y apocalíptico de Akira y busca una esencia que, se intuye, siempre le ha amparado como creador y nunca ha revelado con tino. Su cine fagocita a partir de su propio ego, en ocasiones es centrípeto y no atrapa al espectador por un defecto emocional, tal es el caso; en Akira, recordarán, además de esa carencia, la ambición de su argamasa fílmica era tan densa que la pantalla le quedaba pequeña. Luis Rueda
Mezcla indigesta
The nines (John August, 2007)
La decepción del festival. La película, firmada por un director novel, John August, venía avalada por sus trabajos como guionista para Tim Burton (Big Fish y La novia cadáver), además de una buena recepción en el festival de Sundance, aunque sin premios, y críticas que la comparaban con Mullholand Drive, Cube, Primer o Donnie Darko. De aquí que más de uno la calificara de película de culto antes de verla, olvidando que John August también fue el guionista de Charlie y la fábrica de chocolate, Los Ángeles de Charlie y, lo que es peor, su secuela.
The nines es un filme insustancial que juega a entrelazar tres historias en principio diferentes mediante el recurso de emplear a los mismos actores, además de tramas y argumentos similares. El protagonista es un esforzado Ryan Reynolds que se triplica en los papeles de actor, guionista de televisión y autor de videojuegos en busca de su realización personal y profesional. El filme, más atento a parecer raro que a construirse un discurso propio, es una mezcla sin gracia de elementos cotidianos, surrealistas, televisivos y hasta espirituales que, pasados los diez minutos iniciales (que prometen) terminan convirtiéndose en un caldo indigesto y mortalmente aburrido. John August construye su película a base de dar al traste con cada uno de los argumentos que nos presenta pero sin ofrecernos nada a cambio, ni el gusto dadaísta de la destrucción del relato tradicional, ni una deconstrucción disfrazada de crítica social, ni siquiera una excusa puramente humorística. No es extraño, por tanto, que el guionista metido a director opte al final por un final marciano y falsamente espiritual, culminación y metáfora de su propia deriva artística. M.T.
El corazón de las tinieblas
Redacted (Brian De Palma, 2007)
Premiere
Tras su tibia recepción en el Festival de Venecia, se presentó en la sección Premiere el nuevo filme del realizador estadounidense, Brian De Palma, el drama bélico Redacted, una aproximación en clave de documental dramatizado al conflicto de Iraq a partir de la recreación del caso real de una violación llevada a cabo por soldados estadounidenses. Al igual que ocurrió en Venecia, Redacted fue acogida con cierto estupor por parte de la prensa que se sorprendió en parte por ver el nombre del creador de Carrie en un título de evidente carga política y crítica, muy alejado de los lúdicos y fascinantes juegos metalingüísticos que De Palma ha realizado en los últimos años.
En realidad, Redacted supone un regreso a la vertiente más política y vanguardista del cine de De Palma y, especialmente, una actualización de los contenidos expuestos en su drama bélico Corazones de hierro, donde ya se reflexionaba en torno al tema de la delación y el compromiso moral ante la violación y asesinato de una joven durante la guerra de Vietnam. Ante su propia tradición, De Palma entrega ahora una obra quizás algo tendenciosa y menos profunda de lo que aparenta pero que debe verse como un llamamiento desesperado de un autor comprometido con su realidad. El problema es que, a mi juicio, el director debería haber reflexionado más sobre la propia naturaleza de su obra y someterla a un trabajo mayor de depuración. Todo en Redacted respira un aire de obra precipitada, atropellada y poco pensada conceptualmente (aunque no formalmente). De ahí, sus evidentes fallos: un cierto maniqueísmo en el dibujo de los perfiles de los soldados, la ausencia de un abanico de testigos, voces y apuntes más amplio y heterodoxo y, sobre todo, la adopción de algunas decisiones formales muy discutibles.
Aunque, sin duda, la mejor baza del filme es el uso de la ficción y su ambiciosa concepción visual, repleta de formatos heterodoxos cuyo rabioso montaje no perjudica el desarrollo dramático del filme. A diferencia de otros autores cercanos al documental, De Palma confía aquí en el drama ficticio como arma tan válida como cualquier otra para analizar la realidad que nos rodea. De esta manera, el director se aleja de ciertas maneras equívocas del documental actual y, mediante el uso de la ficción documental, explicita sin rubor su subjetividad. Lástima que haya ciertos detalles de puesta en escena que casi invalidan todo este brillante mensaje como el que aparece al final del filme: un montaje de imágenes reales del conflicto al son del aria E lucevan le stelle de la ópera Tosca de Giacomo Puccini: un recurso tramposo y tendencioso en el que la realidad más cruda es utilizada con unos fines melodramáticos harto discutibles. Juan Carlos Matilla
Naturaleza Mortal
Rogue (Greg Mclean, 2007)
Rogue es el segundo largometraje del realizador australiano Greg Mclean, que sorprendió por la fuerza y la sequedad de su primer trabajo, Wolf Creek, y que ahora nos presenta un filme de supervivencia con monstruo incluido, un enorme cocodrilo acostumbrado a la carne humana. El argumento del filme no deja de ser el típico de un juego de supervivencia: un viaje turístico a lo más profundo de la tierra de 'Cocodrilo Dundee' termina convirtiéndose en una mortal partida de ajedrez entre un grupo de personas atrapadas en el río y un cazador paciente y cruel que las acecha.
A pesar de que se trata de un filme más digerible que su predecesor, en el que Mclean llevaba la amenaza de la violencia hasta límites casi insoportables, y está sujeto a las convenciones típicas del subgénero que inauguró Tiburón, al que no faltan homenajes, Rogue traspasa los límites del cine comercial sobre monstruos gracias a la manera en que Mclean utiliza el paisaje y gestiona la tensión que nos provoca. Tal y como ya sucedía en Woolf Creek, y como ya habían hecho otros realizadores de las Antípodas como Peter Weir, la naturaleza se convierte en Rogue en portavoz de un mensaje ominoso y en una amenaza tangible para el frágil grupo humano (turistas equipados con cámaras de fotos, básicamente) que osa enfrentársele.
En Rogue, Mclean convierte un argumento más que trillado en una historia tenebrosa a raíz de un particular tratamiento del paisaje, casi un protagonista más de la película, y de un magistral dominio de la tensión, constante en todo el filme. El resultado es un filme sobre el horror que nos provoca la naturaleza salvaje, sorprendentemente serio, tenso y desasosegante. M.T.
El reverso de May
Roman (Angela Bettis, 2006)
Roman representa la vuelta a escena del dúo que hizo posible May (2002), una pequeña joya del cine de horror dirigida por Lucky Mckee y protagonizada por Angela Bettis que fue justamente recompensada en el mismo festival de Sitges con el premio al mejor guión y a la mejor actriz. Ahora se han invertido los papeles: dirige Angela Bettis, mientras que Mckee, que sigue siendo el autor del guión, protagoniza la película. Roman recupera la historia que inspiró May y nos muestra a un ser inadaptado, incapaz de encauzar sus sentimientos de manera aceptable para la sociedad. Aunque en este caso no se trata de una adolescente de apariencia frágil y aires góticos, lo que convertía a May en una suerte de muñequita a lo Tim Burton, sino de un hombre hecho y derecho que trabaja en una fábrica y que ve pasar los días, cerveza en mano, sentado en el sofá de su casa, mientras observa a su vecina como a un sueño inalcanzable. De la mano de este cambio sustancial, el filme opta por un aire casi documental, alejado de la magia tenebrosa de May, a lo que contribuye una realización barata y algo dubitativa. Sin embargo, el filme posee una suerte de fascinación malsana apoyada en un uso del encuadre que tiene algo de inquietante y en el ritmo moroso y hasta enfermizo con el que se va desgranando la historia. A esto se añaden algunas escenas de carácter surrealista que sirven de contrapunto a la puesta en escena, casi feísta, del resto del filme. Roman es el reverso realista y psicótico de May, la cruda realidad de lo que antes fue un cuento tenebroso. Para entendernos, si en May se trataba de construir a tus amigos, en Roman se trata de cortarlos en pedacitos. M.T.
La princesa y el vagabundo
Stuck (Stuart Gordon, 2007)
Oficial Fantàstic
Obviando su muy discutible participación en las dos primeras temporadas de la serie de televisión 'Masters of horror', Stuart Gordon (nacido en 1947) ha recuperado en los últimos años el nervio y la fuerza de una carrera que tras su fulgurante debut –Re-Animator (Id., 1985)– parecía haber quedado estancada sin remedio en los márgenes más cochambrosos de la serie B terrorífica. Alejadas del género, las últimas propuestas del director norteamericano –las reivindicables King of the ants (Id., 2003) y Edmond (Id., 2005)– abrían nuevas posibilidades narrativas y estilísticas a una filmografía que parecía haber tocado fondo con la producción española Dagon, la secta del mar (2001). Su última propuesta, Stuck, pese formar parte de la selección oficial Fantàstic del festival, poco o nada tiene que ver con el cine de terror o de ciencia ficción, ni siquiera con el estilo más o menos autoparódico y efectista de las primeras películas de Gordon. A partir de una trama meramente anecdótica, el realizador firma una suerte de parábola social que retrata con un humor negro incendiario y corrosivo la amoralidad, el egoísmo y la falta de escrúpulos de la sociedad norteamericana actual, en la cuál personas aparentemente normales e incluso "buenas" son capaces de cometer los actos más atroces sin prácticamente ni inmutarse y pensando sólo en su beneficio propio. Cuenta para ello con la entregada presencia de Mena Suvari, elevada a la categoría de efímero mito erótico postmoderno tras su participación en la exacrable American beauty (Id., Sam Mendes, 1999), quién interpreta a una enfermera a punto de ser ascendida que, una mala noche, atropella a un pobre vagabundo (inmenso Stephen Rea) que ese mismo día acaba de ser desahuciado del apartamento de alquiler dónde vivía y se ha quedado sin trabajo. El personaje decide ocultar los hechos e intenta deshacerse del cuerpo, atrapado en el parabrisas de su coche aún con vida y encerrado en el garaje de su casa. El guión de John Strysik descuida un tanto algunos personajes secundarios que podrían haber tenido más peso en la trama, caso de la enfermera demasiado aficionada a las drogas que interpreta Rukiya Bernard, e incorpora en el relato algunas escenas humorísticas que no aportan nada al desarrollo de la acción (la escena de la brutal paliza que Suvari propina a la amante de su novio, un camello de tres al cuarto), pero el filme hace gala en todo momento de una falta de pretensiones, una sobriedad y una concisión expositiva realmente admirables. P.R.
Tarantino en el oeste japonés
Sukiyaki western Django (Takashi Miike, 2007)
Oficial Fantástic
Aunque la mayoría de sus propuestas no pueden –ni deberían– incluirse en el género fantástico (de hecho, en prácticamente ningún género), el director japonés Takashi Miike (nacido en 1960) tiene la presencia asegurada desde hace ya algunos años en el Festival de Sitges, ya sea en la sección oficial o en alguna de sus secciones paralelas. Convertido en un autor de culto y elevado quizá demasiado pronto a la categoría de genio, Miike ha frenado un poco en los últimos años la incontinencia fílmica, por llamarla de alguna manera, que caracterizó sus primeros años de carrera, en los que llegó a firmar prácticamente una decena de títulos por año (este 2007 ha completado de momento "sólo" cuatro películas). Esta ralentización podía haber dado pie a un proceso de maduración de su cine que no se ha producido: las últimas propuestas de Miike, que han llegado tarde y mal en España o simplemente no han llegado, dan muestras más o menos visibles quizá no de agotamiento pero sí de un estancamiento ciertamente preocupante. Sukiyaki western Django es una buena muestra de ello: al contrario de lo que se ha afirmado demasiado a la ligera, la última realización de Miike no reinventa ni aporta nada al cine de samuráis japonés de corte clásico y aún menos al (spaghetti)western, más bien al contrario. Ya sea por falta de ideas o por la nefasta influencia de Quentin Tarantino –el director norteamericano tiene un destacado y penoso papel en la trama–, la película es bien poca cosa más que un remedo cercano a la parodia tanto de la obra maestra de Akira Kurosawa, Yojimbo (Id., 1961) como de su 'remake' inconfeso, Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari, Sergio Leone, 1964), aunque acaba situándose mucho más cerca de algunas de las copias e imitaciones surgidas a partir del éxito del segundo título citado, especialmente Django (Sergio Corbucci, 1966), mencionada casi literalmente al final del filme. Siguiendo casi al pie de la letra los peores tics del cine de Tarantino y su absurda defensa de filmes –incluso de subgéneros– prácticamente indefendibles, Miike y el guionista Masaru Nakamura convierten la histórica lucha entre dos clanes de samuráis, los Heike (vestidos de rojo) y los Genji (de blanco) en una delirante pero inocua historia de venganzas cruzadas con tesoro escondido incluido, cuyo tratamiento pretendidamente iconoclasta (el rodaje en un inglés harto chapucero, o ese diseño de producción deliberadamente "cutre" y ecléctico que no merecía presencia alguna en el palmarés) acaba situando los resultados finales más cerca de los terrenos del chiste malo que del sentido homenaje. P.R.
Rubia Gorgona
Teeth (Mitchell Lichtenstein, 2007)
El mito de la vagina dentada, que planea en el subconsciente del hombre desde el principiio de los tiempos, necesitaba una revisión en clave de filme de horror con urgencia. Mitchell Lichtenstein se ha puesto por la labor, utilizando los mimbres de la comedia de terror más deudora de la década de 1980 (Landis, Dante), para construir un filme divertidísimo que no esquiva la crítica ácida al conservadurismo de la sociedad norteamericana. En el filme, Dawn (espéndida Jes Weixier), es una joven agitadora de los valores que más puritanos que tras defender sin titubeos la virginidad hasta el matrimonio se ve envuelta en un proceso de trasformación fisiológico que pese a su anormalidad (y fantástica proporción) puede leerse como una banal atracción-rechazo al sexo masculino en una etapa determinada de la vida.
El prurito castrador del filme, a buen seguro gratificante entre el público femenino que se acerque a la singular propuesta, es acaso lo más insustancial e inmediato de una propuesta que se disfruta más en los márgenes que en sus envestidas carnales al más puro estilo Tiburón. Con todo, la cinta es directa y saludable, divertida y, francamente, desternillante en muchos de sus instantes. Acaso halla que apelar a un exceso de radicalidad en ciertos planteamientos, en concreto en lo que hace referencia a la familia de Dawn: la madre enferma, el padre emocionalmente trastornado y ese hermano delincuente y fornicador restan enteros a la propuesta; acaso la condición de adolescente naïf y reprimida de Dawn debiera tener un encaje familiar más creíble.
Por lo demás, Teeth es ejemplar, especialmente en su último tramo, aquel en el que Dawn se da cuenta del enorme poder que posee entre las piernas, como una Barbarella bien afilada. Muy recomendada para aquellos internautas que rieron aquel gag musical colgado en internet en el que hacía referencia al celibato prematrimonial al canto de 'Amo a Laura'. Los más cinéfilos puden hacerse una idea de la catadura de la cinta si suman dos filmes tan particulares como Ginger Snaps y Society. L.R.
El (frágil) equilibrio del mundo
El último justo (Manuel Carballo, 2007)
Oficial Premiere
Con más de uno y de dos puntos en común con El segundo nombre (Paco Plaza, 2002), el debut en la dirección del español Manuel Carballo supone un nuevo paso de la productora y distribuidora Filmax en su voluntad de conquistar nuevos mercados y de abrir sus producciones de género a nuevos caminos y posibilidades. Coproducida por la compañía mexicana Lemon Films (responsable también junto a Filmax de Km. 31. vista en este mismo festival), El último justo es un irregular thriller religioso de ecos más o menos sobrenaturales ciertamente sugerente sobre el papel pero fallido en su translación en imágenes. No tanto por la complejidad de su guión (centrado en la existencia de una secta que pretende asesinar a "Los 36 justos" que según la Biblia mantienen el equilibrio del mundo) sino por su tratamiento, tan correcto y aplicado como frío e incluso intrascendente. La historia de Teo, un fotógrafo de guerra que al volver a casa escapa de una muerte segura y se ve implicado en el asesinato de su amante, atrapa en un principio el interés de los espectadores, pero tanto por exceso de ambición como por una voluntad internacional absurda (evidente en las distintas localizaciones utilizadas y en un diseño de producción deliberadamente indeterminado, por llamarlo de alguna manera), la trama pierde progresivamente el interés. Carballo usa y abusa de acciones paralelas que aportan, muy poquito a poco, nuevas pistas sobre la amenaza que se cierne sobre Teo (algunas de ellas, por ejemplo las protagonizadas por Federico Luppi, totalmente prescindibles), intentando dar la impresión de una suerte de complot global que no beneficia en nada al suspense que requería la trama porque invita al público, casi de entrada, a sospechar de la práctica totalidad de los personajes secundarios: todos parecen estar relacionados de alguna manera o con la secta o con el grupo de sacerdotes católicos que pretenden impedir el asesinato del último justo aún a costa de su vida (si los justos no son sacrificados mediante un puñal ritual, su alma al morir se reencarna en un ser humano que ha nacido en el momento de su muerte). Los espectadores, de esta manera, siempre saben más que el personaje protagonista, y licencias cercanas al absurdo como la relación amorosa que establece con un mujer joven que no conoce de nada y que ha entrado de manera sospechosa en su vida (Ana Claudia Talancón), o la muy forzada relación de oposición que se establece entre un riguroso detective de la Interpol que sólo verlo ya no hace presagiar nada bueno, y el policía veterano y desencantado encargado de la búsqueda y captura de Teo repercuten negativamente en los resultados finales, con un desenlace, eso sí, teñido de sugerente ambigüedad. P.R
El asesino y el mártir
WAZ (Tom Shankland, 2007)
Oficial Fantàstic
Debut en la dirección del británico Tom Shankland, WAZ se presentaba en la sección oficial como una nueva vuelta de tuerca dentro del subgénero del thriller protagonizado por psychokillers (con Seven y Saw en el punto de mira), una estrategia de promoción que tras la visión del filme, se reveló como una astuta operación de marketing aunque muy alejada del verdadero sentido del filme. Cierto es que la película adopta algunos de los motivos más reconocibles de este subgénero como la apropiación de elementos tomados del cine de terror, el elevado acento naturalista, la consabida trama dotada de una alta dosis de sadismo, una estructura basada en los crímenes en fuera de campo y en el análisis del aftermath, y una gran carga de fatalismo y profundidad psicológica. Pero también es cierto que el filme de Shankland intenta, en la medida de lo posible, distanciarse de algunas de las líneas principales de este tipo de thrillers para alcanzar una personalidad propia. De esta manera, sustituye la habitual tendencia a la sofisticación visual de estos filmes por un estilo sucio, seco e hiperrealista; renuncia siempre que puede a la narración policíaca clásica y se decanta por un tono de marcado enfoque introspectivo; y rechaza los habituales arabescos psicopatológicos del asesino para realizar un turbia reflexión sobre los límites del sacrificio humano, la capacidad redentora del amor y la relación entre la culpa y la redención. Ahí es nada.
Filme sobre la figura de un asesino que somete a sus víctimas a un turbio juego de torturas donde éstas deberán decidir si entregan sus vidas a cambio de las de sus seres más queridos, WAZ no acaba de conseguir todos sus objetivos debido a que el director nunca acaba de concretar e insuflar un verdadero sentido estético y ético a todo el laberinto de ideas, ambiciones y motivos que maneja. La película aspira a demasiadas cosas y la inexperiencia de Shankland tras las cámaras sólo consigue poner en evidencia sus defectos por encima de sus virtudes, como el monocorde ritmo narrativo, el estilo visual algo aséptico y una temeraria obsesión por enfocar todo el material dramático en un twist final tan inesperado como poco conseguido. No voy a decir nada sobre la naturaleza de este giro final aunque sí me gustaría apuntar que, a pesar de su gratuidad, resulta necesario para extraer todo el lirismo atroz y macabro que encierra la última (y mejor) secuencia del filme, un antológico segmento de tortura y suplicio rodado con aplomo y sentido de lo exacerbado. A la vista de esta última secuencia, quizás hubiera sido mejor que Shankland hubiera desvelado el secreto de la película mucho antes para así poder desarrollar mejor la sugerente idea que encierra su bello y desesperado final: un retrato paroxístico y emotivo del martirio. En definitiva, una oportunidad perdida. J.C.M.