publicado el 1 de agosto de 2005
Juan Carlos Matilla | EN SU ESPLÉNDIDO ENSAYO LA LITERATURA Y EL MAL (La littérature et le mal, 1957), el pensador francés Georges Bataille sostenía que, en su esencia, la literatura reflejaba la faz más escondida del espíritu humano, aquélla que reúne las nociones de rebelión, de irracionalidad y del mal en su estado más puro y abstracto. De esta manera, la literatura se revela como el medio más eficaz e idóneo para investigar y reflejar los motivos más inquietantes y ocultos de nuestra sociedad. Así, la creación literaria además de ser un vehículo de conocimiento conllevaría una relación de complicidad con la idea de maldad por lo que al final provocaría que toda actividad literaria implicase una cuestión moral.
Esta atractiva visión de lo literario como portal de lo oculto o demoníaco (entendiendo este concepto desde una perspectiva global y no simbólica) se puede adaptar a la turbulenta lectura de la excelente novela del escritor estadounidense Walter Mosley, El hombre del sótano (The Man in my Basement, 2004), una perturbadora obra de misterio en la que, al igual que en los textos de Bataille, la personificación del Mal se nos muestra como un sombrío aunque esclarecedor motivo que ilumina los aspectos más oscuros de la naturaleza humana.
La obra narra la extraña peripecia de Charles Blakey, un joven negro de anodina vida que un buen día recibe la siniestra propuesta de un enigmático hombre blanco, Anniston Bennet, quien le pide encerrarse en su sótano con la supuesta intención de expiar sus múltiples crímenes. Dotado de una enjuta y misteriosa presencia física, Bennet parece conocer todos los recovecos del alma de Blakey pero, a pesar de sus reticencias, el joven decide finalmente aceptar al inquilino, lo que provocará una ambigua relación entre ambos, marcada por las sospechas, el misterio y la percepción de la infamia.
Con ecos más que evidentes a la tradición fáustica, al hard-boiled estadounidense, al cine de David Lynch (Bennent se puede ver como un trasunto del misterioso personaje encarnado por Robert Blake en Carretera perdida) e, incluso, a la estructura clásica del cuento de hadas, El hombre del sótano destaca por su ritmo moroso pero a la vez intenso, su atmósfera sombría y angustiosa, y por su siniestra y singular concepción del Mal que lejos de atrapar al ser humano en el más oscuro de los abismos le otorga una gran clarividencia (llena de cinismo, eso sí) sobre la perversidad humana. En resumen, una obra compleja y apasionante que sabe conjugar lo mejor de la novela negra con la reflexión de índole casi filosófica.