publicado el 25 de junio de 2009
Los años ochenta del siglo XX marcaron, más para mal que para bien, un importante punto de inflexión en el cine de terror, por varios y variados motivos que tienen su origen principal en Viernes 13 (Friday the 13th, 1980), según el Profesor una de las películas más influyentes del género de los últimos treinta años (en el peor sentido del término, se entiende). El filme de Sean S. Cunningham inauguró el temible pero refrescante subgénero de los campamentos de verano (re)convertidos en matadero de adolescentes idiotas, pero también el “todo vale” dentro del género: especialmente a partir de sus continuaciones (y de sus rápidas imitaciones y derivaciones), el horror cinematográfico abandonó cualquier tentación sutil y el menor rastro de ambigüedad en beneficio de psicotrónicos espectáculos (auto)conscientes y más o menos paródicos pero que tenían –y siguen teniendo– su única razón de ser en la explotación comercial pura y dura.
1. Los más listos de la clase: The burning (Tony Maylam, 1981)
Algunos años antes de convertirse en dos de los productores / distribuidores independientes más influyentes e importantes de la industria cinematográfica estadounidense, los hermanos Bob y Harvey Weinstein fueron los primeros en explotar la conjunción campamento de verano / adolescentes descerebrados y con las hormonas alteradas / psicópata enmascarado inaugurada por Viernes 13. De hecho, contaron para ello con el concurso del mismo técnico de maquillaje del filme de Cunningham, el reputado Tom Savini, si bien muchos de los brutales asesinatos que se suceden a lo largo del metraje fueron severamente censurados en el momento del estreno (y recuperados después para la edición en vídeo y dvd: no se puede estar en la industria de Hollywood y no ser políticamente correcto, aunque sólo sea de cara a la galería). The burning se estrenó en Estados Unidos el 8 de mayo de 1981, tan sólo una semana después de la premiere oficial de Viernes 13, 2ª parte (Friday the 13th part 2, Steve Miner), y contó con un presupuesto sensiblemente superior. Harvey Weinstein ha repetido en numerosas ocasiones que el guión del filme estaba terminado antes del estreno de Viernes 13, teóricamente inspirado en una leyenda más rural que urbana que se explica en algunos campamentos de los estados de Nueva York y Nueva Jersey (la historia del maníaco “Cropsy”), y puede que no le falte razón: los aficionados más curtidos, o simplemente aquellos que recuerden la escena inicial de Scream (Vigila quien llama) (Scream, Wes Craven, 1996), saben que el asesino del filme de Cunningham no es Jason Voorhees –indiscutible protagonista de la serie a partir de la tercera entrega, firmada por Miner en 1982– sino su madre. Lo que parece fuera de toda duda es que los Weinstein y el director Tony Maylam habían visto Viernes 13, y también su referente inmediato, La noche de Halloween (Halloween, John Carpenter, 1978), y que prefirieron decantarse por los efectismos de brocha gorda y el gore gratuito del filme de Cunningham que por la sobriedad y sequedad expositiva de Carpenter, acentuando de paso los contenidos más reaccionarios y retrógrados desde entonces inevitablemente ligados al cine de psicópatas (una excusa como otra, por cierto, para ofrecer más escenas de desnudos y de chicas ligeras de ropa: la promiscuidad y la lujuria, aún más a tan tierna edad, deben ser severamente castigadas).
La mostración directa y grosera de muertes más salvajes y violentas que las de Viernes 13 es en realidad el único aliciente de The burning, un cóctel de sexo y sangre rodado con cierta holgura de medios y calculado hasta el más mínimo detalle: sólo así se explica, por ejemplo, la banda sonora escrita expresamente para la ocasión por el mítico teclista Rick Wakeman, exmiembro del grupo de rock progresivo Yes, y que el filme fuera el primero en inaugurar la lista de video nasties de Gran Bretaña, país en el que no se vería sin censurar hasta el año 2002. La trama, mal le pese a Weinstein, poco o nada aporta a la historia planteada por Viernes 13 y propone otro asesino en masa de adolescentes, Cropsy (interpretado por Lou David): se trata del antiguo vigilante del campo de verano Blackford, cuyo cuerpo quedó terriblemente desfigurado tras el incendio derivado de una broma de mal gusto perpetrada por un grupo de adolescentes (de ahí el título original, traducible por algo así como “La quema”). Antes de morir abrasado con un soplete y armado con unas enormes tijeras de jardinero, se dedicará a masacrar sin contemplaciones a los adolescentes de un campamento de verano cercano –llamado Stone Water– con momentos tan recordados y polémicos como el que transcurre en un río cercano: cinco jóvenes deciden fabricar una balsa para poder volver al campamento (Cropsy se ha encargado de hacer desaparecer sus canoas) y todos, sin excepción, serán masacrados a tijeretazos sin el menor pudor y sin concesiones. En el inevitable epílogo se especula con la posibilidad de una secuela que, de manera sorprendente, nunca llegaría a realizarse: el filme supuso el bautismo cinematográfico de los actores Holly Hunter y Jason Alexander (también el futuro director Jack Sholder aparece acreditado como montador), y si bien la carrera de los hermanos Weisntein pronto empezaría a subir como la espuma, la del director Tony Maylam se hundiría muy pronto en un segundo o tercer plano de la industria.
2. Explotando el filón: Madman (Joe Giannone, 1982)
Conocida en España con el título Demencial, Madman fue otro de los filmes en explotar rápidamente el filón abierto por Viernes 13, más aún viendo los extraordinarios rendimientos en taquilla de las dos continuaciones firmadas por Steve Miner: la segunda parte costó un millón de dólares y recaudó más de seis en su primer fin de semana de exhibición en Estados Unidos; la tercera costó cuatro millones y su recaudación final sólo en Norteamérica superó los treinta y seis. Estrenada casi seis meses antes que Viernes 13, 3ª parte (Friday the 13th part III), la película no aporta ninguna variación a su principal modelo de referencia a excepción, quizá, de mayores dosis de desfachatez: todo consiste en juntar en un campamento de verano a unos cuantos niños, vigilados –es un decir– por unos cuantos profesores y profesoras con las hormonas tan alteradas o más que las de los adolescentes, con un asesino psicópata cuanto más grotesco mejor, en este caso concreto “Madman” Marz (Paul Ehlers), una especie de “Papá Noel” campestre y enloquecido (larga barba blanca, barriga redonda y prominente) que en lugar de hablar pronuncia sólo extraños berridos. Cuenta la leyenda, explicada al principio del metraje durante una oscura noche alrededor de un fuego, faltaría más, que tiempo atrás asesinó brutalmente a su mujer y a sus dos hijas para acabar muriendo ajusticiado a manos de sus propios vecino, pero su cuerpo desapareció sin dejar ni rastro… La factura visual de Madman se sitúa bastante por encima del lado del look desaliñado habitual de muchos filmes de psicópatas producidos en la misma época, aunque de poco sirve ante la inoperancia total de un guión extraído a pico y pala de filmes anteriores del género y que se reduce a una grosera sucesión de brutales asesinatos: en este caso, ni siquiera la identidad del asesino se mantiene en secreto y hay un plano final sorpresa que no es tal porque está copiado directamente de Cumpleaños mortal (Happy birthday to me, J. Lee Thompson, 1981). La copia, el plagio más descarado, según el Profesor, puede y debe considerarse una tendencia natural del slasher norteamericano: Sean S. Cunningham ya había calcado numerosos planos e incluso una escena entera de Bahía de sangre (Antefatto, Mario Bava, 1971) en Viernes 13. Aunque un desenlace abierto insinuaba la más que probable realización de una continuación, Joe Giannone nunca volvería a dirigir ninguna otra película y la reivindicable heroína protagonista, Gaylene Ross, en su segunda película tras Zombi (Zombi / Dawn of the dead, George A. Romero, 1978), sólo participaría en un filme más, Creepshow (Id., 1982), también firmado por Romero, convirtiéndose en realizadora tiempo después.
3. Campamento sangriento: la franquicia definitiva
Pero si hay un filme que hizo de la explotación a todos los niveles de Viernes 13 su única razón de ser, elevando sus más desvergonzados defectos hasta el paroxismo, éste fue Campamento sangriento (Sleepaway camp, Robert Hiltzik, 1983), inicio de una demencial franquicia que tendría hasta cuatro secuelas: Campamento sangriento 2 (Sleepaway camp 2: Unhappy campers, 1988) y Campamento sangriento 3 (Sleepaway camp: Teenage wasteland, 1989), dirigidas por Michael A. Simpson, Return to sleepaway camp (2008) y Sleepaway camp reunion, dirigidas por Hiltzik (la última de ellas se encuentra aún en fase de producción). El título fundacional de la saga es el que más se aleja, a priori, del filme de Sean S. Cunningham: el campamento de verano no es de adolescentes, si no de niños y niñas de trece o catorce años, el asesino no cubre su rostro con ninguna máscara pero no se nos muestra su cara en ningún momento, y la primera víctima es un cocinero que trata de abusar sexualmente de una menor. El giro final del guión –cuando es revelada la verdadera identidad, o deberíamos decir la verdadera naturaleza del psicópata– sí que es parecido al de Viernes 13 pero bastante más grosero y delirante. Siendo estrictos, en todo caso, un prólogo harto chapucero y algunos flashbacks introducidos de cualquier manera en el desarrollo de la trama dejan entrever el desenlace antes de la mitad del metraje: los protagonistas del filme son Ricky (Jonathan Thiersten), un niño un tanto engreído aficionado en buscarse problemas aunque sea con chicos mayores y más fuertes que él, y su prima Angela (Felissa Rose), aquejada de graves problemas psicológicos tras haber perdido a sus padres en un trágico accidente ocho años atrás. La verdad, tampoco hace falta ser un lince para adivinar por dónde van a ir los tiros…
Campamento sangriento 2 y Campamento sangriento 3 pueden considerarse hasta el momento los dos títulos principales de la franquicia. Prescindiendo incluso del título fundacional, ambas producciones multiplican por dos y hasta por tres los contenidos más violentos y sexuales y, con ellos, los tics más reaccionarios, por no decir abiertamente fascistas, presentes en la mayoría de filmes centrados en masacres de adolescentes demasiado predispuestos al sexo, las drogas y el alcohol. El director Michael A. Simpson y el guionista Fritz Gordon prescinden de cualquier misterio –el título anterior mantenía en secreto la identidad del asesino hasta los instantes finales– y recuperan de entrada el personaje de Angela Baker (interpretado por Pamela Springsteen, hermana de Bruce Springsteen, sustituyendo a Rose), una monitora aficionada a asesinar de la manera más grotesca / grosera posible a los adolescentes más gamberros y promiscuos a su cuidado en un campamento de verano del todo improbable, bautizado aquí como 'Rolling Hills' en lugar de 'Arawak'. El filme carga las tintas en la manifiesta estupidez de la mayoría de los personajes secundarios y en ningún momento juzga, más bien justifica, la actitud presuntamente irónica pero terriblemente reaccionaria de la enloquecida protagonista (capaz incluso de freír literalmente a una de sus víctimas en una barbacoa), hasta el punto de convertirla en una especie de heroína dispuesta a liberar los Estados Unidos de adolescentes inmorales. Ambos filmes fueron rodados al mismo tiempo, lo que explica, aunque no justifica, que el clímax final de Campamento sangriento 2 no se resuelva de ninguna manera.
Return to sleepaway camp, por su lado, supone el regreso triunfal a la franquicia de su creador original, un filme del todo inesperado –durante todo el metraje uno tiene la sensación de estar viendo una producción realizada en la década de los ochenta– y que no merecería ni una línea en cualquier antología rigurosa sobre el subgénero. Prácticamente un remake del título original dirigido de 1983, el filme recupera de nuevo al personaje de Angela Baker (de nuevo interpretada, es un decir, por Felissa Rose: se pasa casi todo el metraje haciéndose pasar por el sheriff responsable de la seguridad del campamento de turno, rebautizado ahora como campo 'Manabe') y yuxtapone sin el menor atisbo de vergüenza ajena bromas pesadas, chistes de gusto muy dudoso con asesinatos sangrientos sin cambiar una sola coma de un esquema de probado éxito comercial pero que hace ya mucho tiempo que perdió su razón de ser, si es que alguna vez la tuvo.
4. Paréntesis ridículo:Viernes 13 meets Porky’s
Cheerleader camp (John Quinn, 1988) constituye una de las peores, o si se prefiere, más estúpidas explotaciones comerciales de Viernes 13 y de sus secuelas, pero es un título que ejemplifica la nunca del todo reconocida tendencia de las producciones de serie B o serie Z hacia la hibridación genérica, la mezcla de diferentes tonos, géneros y estilos. A simple vista, la película es un slasher prototípico, pero basta con ver un cuarto de hora de metraje para constatar que las características y las constantes del cine de psicópatas se mezclan, de manera harto chapucera, con una colección de chistes pretendidamente picantes (cortesía en mayor medida del orondo actor Travis McKenna y de su videocámara) y de ingenuas notas eróticas para adolescentes que emparentan el conjunto con otro de los grandes éxitos del cine comercial estadounidense de los años ochenta, Porky’s (Id., Bob Clark, 1982). Desde su mismo título, Cheerleader camp no oculta en ningún momento su condición de refrito barato y hecho de cualquier manera con el objetivo de rentabilizar lo más rápido posible su paupérrimo coste: el conjunto no acaba de adentrarse en el terreno de la parodia (in)voluntaria pero brilla con luz propia en el desolado panorama del cine de terror estadounidense de la época por la imbecilidad manifiesta de los diálogos y la marcada idiotez de las situaciones, yuxtapuestas una detrás de otra sin el más mínimo rigor y con un clímax final de antología: tras descubrirse la brutal ola de asesinatos los chicos y las chicas del campamento abandonan corriendo las instalaciones sin ni siquiera recoger sus pertenencias, mientras los insufribles protagonistas no consiguen arrancar su furgoneta. La carrera de John Quinn pronto se hundiría en los pantanosos márgenes de los direct-to-video eróticos; el Profesor ha confesado en la intimidad que nunca se ha atrevido a ver ninguna otra película suya, como tampoco ninguno de los miembros de nuestra Academia ha tenido estómago para acercarse a dos oscuras producciones videográficas estadounidenses de similares presupuestos, Zombie cheerleader camp (Jon Fabris, 2007), y Cannibal cheerleader camp (Paul Busetti, 2008).
5. Epílogo: el bochornoso caso de Trevor Moorhouse
Una cosa es imitar, o re(crear) historias ya llevadas con anterioridad a la gran pantalla, y otra muy distinta es copiar, o intentar copiar, ideas, elementos y personajes de manera burda y desvergonzada, la mayoría de las veces sin los mínimos recursos necesarios y sin la indispensable profesionalidad. Pese a su indiscutible mediocridad, los títulos comentados hasta ahora entrarían dentro del primer grupo, mientras que las dos entregas de una serie de muy equívoco título español –Campamento sangriento (Bloody murder, Ralph Portillo, 1999) y Campamento infernal (Bloody murder: Closing camp, Rob Spera, 2003)– se inscriben en el segundo. Ambos títulos conforman un plagio intolerable, más por torpe que por otra cosa, de la larga serie iniciada por Sean S. Cunningham en 1980, y no nos referimos al dibujo plano y estereotipado de personajes y situaciones, ni a un desarrollo marcado por la sucesión, en la primera entrega ni siquiera verdaderamente sangrienta, de brutales asesinatos, sino a la creación de un personaje calcado al del psicópata Jason Voorhees llamado Trevor Moorhouse y armado ni más ni menos que con una sierra eléctrica: diversos rumores y leyendas hablan de su existencia, pero serán los desprevenidos adolescentes y monitores del campamento de verano de 'Placid Pines' los primeros en verificar que se trata de una amenaza real. El primer título de la serie no funciona de ninguna manera y su ritmo plúmbeo y su estética de sospechosas reminiscencias televisivas remite a un bodrio de características similares firmada por el mismo Ralph Portillo poco antes, Fever lake (1996). El aumento notable de la sangre y el sexo es la única novedad de la secuela firmada por Rob Spera directamente para el mercado de la televisión por cable de Estados Unidos. Nuevamente escrita por John Stevenson y rodada con un presupuesto sensiblemente superior, esta continuación carece en un sentido estricto de notas de humor pero acumula escenas de un sadismo considerable que remiten a las continuaciones más violentas del film de Cunningham (Trevor Moorhouse llegará a cortar las dos piernas a una de las víctimas antes de reventarle la cabeza con una piedra). La trama mantiene hasta el final la duda sobre la verdadera identidad del asesino y se cierra con un desenlace precipitado y delirante directamente cogido del Viernes 13 original: el sheriff encargado de investigar los sangrientos crímenes (John Colton) es en realidad el padre de Trevor Moorhouse, antiguo director del campamento de verano. Dispuesto a vengar el terrible accidente que desfiguró el rostro a su hijo, Clayton Moorhouse acabará siendo decapitado por su propio vástago, que perdonará la vida a la insípida protagonista (Katy Woodruff) porque su hermano ya murió brutalmente asesinado en el mismo campamento cinco años atrás.