publicado el 1 de septiembre de 2009
Hace ya tres años que en Estados Unidos funciona una iniciativa brillante relacionada con nuestro género favorito: se llama "After Dark Horror Fest" y es un festival itinerante que exhibe al mismo tiempo ocho producciones del género en diversas salas repartidas por distintas ciudades. Se trata de títulos independientes, de presupuestos no demasiados elevados, considerados demasiado gráficos, morbosos y / o truculentos para el público mayoritario, y que con posterioridad se editan en dvd en lujosos packs –escrupulosamente inéditos en nuestro país– bajo el epígrafe “8 films to die for” (“8 películas por las que morir”). El Profesor, de incógnito, ha asistido a las tres ediciones celebradas hasta ahora pero no ha vuelto demasiado convencido, y es que la incorrección política y el potencial nivel de subversión del terror en su vertiente digamos más visceral muchas veces no van unidos al nivel deseable de inventiva e originalidad.
La primera edición del After Dark Horror Fest tuvo lugar entre los días 9 y 11 de noviembre del 2006 en unos quinientos cines de treinta y cinco ciudades estadounidenses, y lo mejor que puede decirse, que no es mucho, es que las dos mejores películas a exhibición / competición no eran norteamericanas: la notable ópera prima de Nacho Cerdá Los abandonados –estrenada comercialmente en Estados Unidos el 23 de febrero de 2007 tras el éxito conseguido en este certamen– y la hipnótica Reincarnation (Rhinne, 2005) del imprevisible Takashi Shimizu. El resto de títulos no les va a la zaga, aunque por lo menos se alejan –de manera muy titubeante e irregular– del irrespirable clima de corrección política que ahoga buena parte de las producciones de primera línea procedentes de Estados Unidos. Se trata de Unrest (Los que no descansan) (Unrest, Jason Todd Ibson), Penny dreadful (Richard Brandes), The gravedancers (Mike Méndez), Los Hamilton (The Hamiltons, The Butcher Brothers), Dark ride (Craig Singer) y Zombies (Wicked little things, J. S. Cardone), a los que se añadieron, a modo de colofón o de pequeña sorpresa, Snoop Dogg’s hood of horror, filme de episodios dirigido por Stacy Title a mayor gloria del rapero protagonista de Bones (Id., Ernest Dickerson, 2001) y The tripper, debut en la dirección del actor David Arquette. La película de Cerdá se presentó en el festival de Sitges del 2006 y ha tenido un amplio seguimiento en Judex, por lo que no vamos a comentarla otra vez aquí; tampoco analizaremos el filme de Shimizu, en opinión del Profesor pendiente de un estudio más riguroso en nuestro fanzine.
1. Un cadáver con malas pulgas: 'Unrest' ('Los que no descansan')
Galardonada a posteriori en los festivales especializados de Austin, Chicago, Phoenix y Los Angeles, la modesta propuesta de Jason Todd Ibson parte de una historia hasta cierto punto original y gratamente macabra pero que no acaba de sacar ningún partido a sus ingredientes por culpa de un desarrollo de lo más convencional. El realizador consigue momentos de gran tensión en la visualización de las clases de anatomía en las que participan los estudiantes protagonistas, mostradas con frialdad pero con un lujo de detalles enfermizo (aún más teniendo en cuenta el hecho, según reza la publicidad, que fueron utilizados cadáveres reales). El mal rollo, el morbo de la situación de partida, sin embargo, se va diluyendo a medida que avanza el metraje hasta el punto de perder su propia razón de ser, convirtiéndose en un espectáculo entre grotesco y absurdo que no aporta casi nada al conjunto, como ejemplifica la escena en que los dos protagonistas deben introducirse de cuerpo entero en el interior del tanque de formol en el que se conservan los cuerpos para evitar que se descompongan. Igual que decrece la atmósfera, el interés y el potencial nivel de inquietud del conjunto se estancan a pasos agigantados a medida que se van conociendo más detalles de la supuesta maldición relacionada con el fiambre de una mujer repleto de extrañas marcas y heridas. La intrépida doctora que incorpora Corri English, aficionada a quitarse la camiseta a la mínima oportunidad que tiene pero nunca el sujetador, tardará cerca de una hora en descubrir su verdadera identidad: se trata de una arqueóloga que enloqueció tras descubrir una tumba azteca relacionada con sacrificios humanos en una cueva inexplorada de Brasil (¿?).
2. La amaxofóbica y el psicópata: 'Penny dreadful'
Penny dreadful saca un cierto partido de un argumento de lo más trillado pero que transcurre en un único escenario y con una única protagonista: intentando superar su fobia a los coches, Penny (Rachel Miner) viaja junto a su psicóloga (la prácticamente olvidada Mimi Rogers) a una remota zona rural dónde tiempo atrás sus padres murieron en un terrible accidente automovilístico. Después de recoger a un misterioso autoestopista encapuchado en una carretera montañosa por la que no circula nadie, el viaje en un principio catártico de la adolescente se transformará en una oscura pesadilla. Atrapada en el interior del vehículo sin poder salir junto al cadáver de la psicóloga (después de asesinarla, el maníaco de turno no tenía nada mejor que hacer que estrellar su coche entre dos árboles para impedir cualquier posibilidad de fuga), la chica deberá hacer frente a un miedo mucho más real y tangible que su amaxofobia. La esforzada, brillante, interpretación de Rachel Miner resulta decisiva en muchos momentos para mantener el interés de la propuesta, aunque no puede evitar que en el último tercio de metraje el conjunto empiece a dar vueltas sobre sí mismo con personajes secundarios que más que agilizar entorpecen el desarrollo de la acción (la pareja del todo improbable que cada noche se encuentra en el bosque para darse un revolcón, el orondo dependiente de una especie de cacharrería: todos sin excepción serán masacrados por el psicópata); como si tuviera miedo de explotar las posibilidades de una historia tan mínima pero muy contundente, el director Richard Brandes remata la faena con un final anticlimático que no resuelve nada.
3. No bailaré sobre tu tumba: 'The gravedancers'
Segunda película de Mike Mendez después de The convent (El convento del diablo) (The convent, 2000), The gravedancers tiene su mejor baza, y al mismo tiempo su mayor defecto, en su modestia y falta de pretensiones: como ya ocurría con su ópera prima, el realizador no se toma en casi ningún momento en serio una historia delirante que con un poco más de brío y de ganas se podría haber convertido en un trepidante cómic terrorífico. El punto de partida argumental ya resulta un pelín pasado de vueltas: después de muchos años sin verse, tres amigos (Dominic Purcell, Josie Maran y Marcus Thomas) se reúnen en el funeral de una amiga que ha muerto en un accidente. Borrachos en el cementerio, recitarán un misterioso poema que han encontrado al lado de su lápida sin saber que se trata de una terrible maldición; después de bailar encima de tres tumbas, se verán acosados por los fantasmas de los cadáveres que reposan en ellas: una profesora de música que mató a su amante y su mujer a hachazos, un niño pirómano que quemó su casa con toda su familia en el interior, y un hombre respetable y filántropo que en realidad era un maníaco sexual. En la primera media hora de metraje Mendez consigue momentos de gran tensión y poder de inquietud jugando con los mínimos elementos imprescindibles, pero a partir de la aparición del investigador paranormal que incorpora un aburrido Tchéky Karyo el filme se hunde en la previsibilidad y la autoparodia, reduciéndose a una trepidante pero estéril sucesión de apariciones fantasmales y fenómenos sobrenaturales que no divierte ni impresiona por culpa de unos efectos especiales de tercera división. Restan tan sólo unos pocos momentos de notable intensidad, caso de los estilizados flashbacks a modo de terroríficas visiones que muestran las siniestras actividades que ocupaban en vida a los tres difuntos vengativos.
4. Vampirismo indie mal entendido: 'Los Hamilton'
Antes de perpetrar Abril sangriento (April fool’s day, 2008), uno de los títulos más insípidos –y ridículos– inscritos en la fiebre actual de remakes del género, los Butcher Brothers (epatante seudónimo de los productores Mitchell Altieri y Phil Flores) consiguieron cierto prestigio con esta vuelta de tuerca a los estilemas del llamado “American gothic” que propone una actualización / variación del mito vampírico mucho menos original y mucho más tramposa de lo que puede a parecer a simple vista, ya que sus (pocas) ideas buenas parecen haber sido copiadas de Los viajeros de la noche (Near dark, Kathryn Bigelow, 1987). Altieri y Flores recrean ideas y hasta escenas de este filme, y de algunos otros, para explicar la improbable y por momentos absurda historia de la familia que da título al filme, formada por cuatro hermanos de apariencia afable y normal que ocultan una mente psicótica y enferma: los asesinatos que cometen con pasmosa regularidad les obligan a mudarse de ciudad en ciudad en muy poco tiempo, dejando tras de sí un reguero de muertos. La verdadera naturaleza de los Hamilton no se explica hasta los últimos minutos de metraje, motivo por el que la trama está plagada de elipsis injustificables y de falsas pistas absurdas (la extraña “criatura” que la familia mantiene encerrada en el sótano de su casa, el gratuito recurso a la voz en off del único hermano que parece más o menos normal, aficionado a grabarlo todo con una pequeña cámara de vídeo). La voluntad realista y la estética pretendidamente documental de que hace gala el conjunto, también su carácter digamos subversivo y políticamente incorrecto, acaba resultando un artificio hueco cuyo trabajo de puesta nada atmosférico y su inexistente dirección de actores (todos los protagonistas sobreactúan de manera exagerada) hunden en los terrenos de la tomadura de pelo.
5. Atrapados en la casa del terror: 'Dark ride'
Dark ride es un delirante psycho-thriller claramente inspirado en La casa de los horrores (The funhouse, 1981) –aunque el filme de Tobe Hooper ni siquiera aparece citado en los títulos de crédito–, pero filmado de manera efectista y más bien torpe por el futuro director de la más arriesgada Perkins 14 (2008). Craig Singer se muestra incapaz de sacar ningún provecho de un escenario ideal para la creación de inquietud y presenta un grupo de adolescentes más o menos descerebrados –por encima de todos la ridícula autoestopista que incorpora Andrea Bogart– que nunca resultan atractivos u interesantes. Aunque juega la baza de la sequedad expositiva y trata de construir un trepidante ejercicio de estilo a la manera de una montaña rusa del terror en la que todo es posible, el realizador no puede evitar que una molesta sensación de déjà-vu se apodere rápidamente de un conjunto centrado en una más que manida sucesión de asesinatos sangrientos: atrapados en la casa del terror de un parque de atracciones a punto de volver a abrir sus puertas, los personajes deberán hacer frente a los furibundos ataques del hijo perturbado de su antiguo propietario, fugado del hospital psiquiátrico en el que fue encerrado diez años atrás por el brutal asesinato de dos niñas. La sorpresa final, cuando es revelada la identidad de uno de los supervivientes de la matanza, por otro lado, resulta cualquier cosa menos sorprendente (bueno, el Profesor se cayó del sofá pero no hay que darle mucha importancia: lo hace bastante a menudo).
6. No dejéis que los niños vengan a mí: 'Zombies'
Aunque el director previsto en un primer momento era el devaluado Tobe Hooper, Zombies supone el regreso del director y guionista J. S. Cardone al cine de terror después de la mediocre Los malditos (Vampiros del desierto) (The forsaken, 2001), y constituye un título hasta cierto punto a contracorriente del cine de terror imperante además de un proyecto con múltiples elementos de interés sobre el papel. La historia hunde sus raíces en la terrible explotación laboral a la que eran sometidos muchos niños a principios del siglo XX, la mayoría inmigrantes, obligados a trabajar en condiciones infrahumanas en una mina, para acabar constituyendo una variación del sobreexplotado mito de los muertos vivientes (o del vampirismo, o de lo que sea). Cardone, y el guionista Ben Nedivi no aprovechan prácticamente ninguna de las posibilidades que ofrecía una historia abierta a múltiples lecturas por culpa de un detonante argumental cogido por los pelos (el traslado de una mujer y sus dos hijas a una destartalada casa situada en una remota zona rural de Pennsylvnia, herencia de su marido fallecido) y por un tratamiento esquemático y previsible de personajes y situaciones (desde los improbables adolescentes de un pueblo cercano que entablan amistad con la hija mayor hasta la actitud, más ridícula que prepotente, del último descendiente de la familia propietaria de la mina, que pretende vender todo el pueblo para construir un complejo turístico de lujo). Los fantasmales niños son mostrados en todo momento como zombies antes que como niños, y en ningún momento se profundiza en las luces y las sombras de su (no) existencia y de su venganza; su primera aparición entre las sombras de los profundos y oscuros bosques de la zona, con su piel blanca brillante y sus labios y ojos hinchados de un rojo intenso, resulta muy sugerente, sí, pero después se repite hasta más allá del aburrimiento.