FICHA TÈCNICA
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Hay algo en el reciente cine de Paul Verhoven (El libro negro, Elle) que nos seduce por irreverente y supuestamente a contracorriente de los tiempos actuales, pero no es menos cierto que esa mirada peculiar y atractiva del realizador octagenario también adolece recientemente de sorpresa, anticipación y capacidad de trascender cierta idea de clasicismo, si bien no monocorde al menos reconocible en garante de un estilo a medio camino entre la excitante contracultura europea (Delicias turcas, Eric, oficial de la Reina) y el cine comercial con cierto bouqué revolucionario y sardónico (Robocop, Starship Troopers). Con Bennedetta, adaptación de una novela de Judith C. Brown, Verhoeven nos lleva a la Italia del siglo XVII. Benedetta Carlini llega al convento de Pescia, en la Toscana, y asegura ser capaz de hacer milagros desde que era joven, allí pronto adoptará una forma de vida licenciosa pero en sintonía con su idea de la espiritualidad mientras traza un herético y erótico pulso contra el corrupto organigrama de la Iglesia.
Lluís Rueda | Un fábula acertada a favor de la libertad individual, la mentira y el poder que combina elementos de Los señores del acero, al menos en sus fugas oníricas o místicas y, desde luego, de El cuarto hombre, con la que comparte un prurito visionario y lisérgico ya que sus protagonistas trascienden la realidad sea a través de lo milagroso o del alcoholismo. Benedetta juguetea con acierto en diversos frentes, como en sus apuntes de comedia negra con un pie en las nunsplotation y en suversirvos clásicos europeos como Los demonios (The devils, 1971) de Ken Russell o La religiosa (La religieuse, 1966) de Jacques Rivette, un filme que a buen seguro Verhoven a tenido muy en cuanta a la hora de realizar su conjetura de santa empoderada en un mundo tomado por la intransigencia, la tosquedad, la enfermedad (la peste) y el difícil equilibrio individual y colectivo de la mujer en la edad media.
El retrato de Benedetta (Virgine Efira) es el de una mujer compleja, egoísta y amoral, y esa es la fórmula Verhoeven para conformar una heroína que se mueve en los estamentos religiosos y en el escalafón de poder del convento como una ambiciosa mujer que cifra en el cuerpo y en el placer una extensión mística de la carne, de lo pecaminoso, como una vía para trascender. Y es que el perdón es un matiz necesario en una estructura podrida y que deberá resistir la amenaza de una plaga diabólica. El discurso del filme resulta poco aleccionador en términos de espiritualidad y sumisión a la palabra de Dios para erigirse en una diabólica comedia. Si embargo es la propia ambición genérica, loable por otra parte, la que provoca que el ritmo se resienta y el mensaje se diluya. Como opereta sexual y erótica es insuficiente, como retrato de época un tanto caricaturesca y como canto de cisne al individualismo algo tramposa y a ratos autojustificativa. Ciertas decisiones generan dudas, pero Benedetta transmite el suficiente talento en las fugas místicas, en el poder iconográfico y en la lectura nihilista y tremendista de la epopeya místico-carnal de Benedetta Carlini.
Estamos ante un filme inconscientemente retro y cuyo sesgo feminista lo convierte en significativo y combativo, en oposición a la plena modernidad y a contracorriente de las nuevas tesis de diversidad y libertad. Pero su progresista médula espinal está ahí, para quien quiera y pueda verla. Benedetta es un producto riguroso en la exposición de sus valores, de igual modo que lo era El libro negro. Seria muy reduccionista quedarse en su pátina desaliñada de humor irreverente o en su celebración de lo sexual, divina y sofisticada, pero accesoria en el discurso.
La música que se desprende de Benedetta suena liberadora y reconforta. No hay nada que perdonar a este filme desigual, pero cautivador a fogonazos. Nadie diría que es necesario pero sí apetecible en los tiempos que corren o en cualquier década en la que hubiese aparecido, y es que Verhoven es ese sello de un clasicismo sucio e imperfecto, osado y significativo aunque el tiempo transcuya. Como espectadores agachamos la cabeza ante un filme que probablemente no volveremos a recuperar hasta dentro de un década, para ver como envejece, rejuvenece o resucita según el signo de los tiempos.
Artículo publicado el 30 de septiembre de 2021