FICHA TÈCNICA
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Cuando acecha la maldad |
Hay muchos filmes de terror que plantean un triunfo del Mal sin paliativos. Desde 'La semilla del diablo' de Roman Polanski hasta 'El príncipe de las tinieblas' de John Carpenter o 'Dawn of the Dead' de George A. Romero. Son historias nihilistas que pueden funcionar como metáforas del destino, el triunfo de la muerte o el colapso. Una suerte de anti relatos que no solo se justifican por cavar hondo en alguna pulsión más o menos confesable en el espectador, o por satisfacer algún impulso sádico, sino que quieren construir una metafísica del Mal. 'Cuando acecha la maldad', del director argentino Demián Rugna, también se mueve entre estos tres vértices (el destino inevitable, el colapso y el sadismo) y, además, quiere ir más allá. Es decir, la película no quiere ser solo un cuento de horror argentino, sino que apuesta por dar vida al Mal en sí —de aquí la figura del encarnado que aparece en el filme— sin solución, luz o esperanza posible. Ahora veremos si lo consigue.
Marta Torres | La película del director de Aterrados se sitúa en algún lugar del campo argentino, y empieza cuando dos hermanos descubren un embichado (una especie de poseído) en una de las barracas habitadas por familias necesitadas en la propiedad de un terrateniente. El embichado es una suerte de caparazón que alberga el Mal y le da entrada a nuestro mundo. Es una mitología que el director ha creado para este filme y que recuerda mucho a los largos procesos de nacimiento de la maldad que tanto gustan a Jaume Balagueró y que ha llevado al cine en Los sin nombre, Darkness o la más cercana Venus, por citar algunos ejemplos. El empiece de la película de Rugna es pausado y terrorífico. Una suerte de película de horror rural que se toma su tiempo para ir descubriéndonos, poco a poco, como la infección va extendiéndose haciendo uso del material cinematográfico: el tempo, el paisaje, la tensión, la sangre, las vísceras y el asco. Sin embargo, pronto el filme pierde el ritmo y se precipita en una huida hacia ninguna parte, acumulando elementos e imágenes propias o de mitologías afines (las sombras de Darkness, el ganado diabólico de La bruja…). A pesar de la acumulación de imágenes y argumentos, Cuando acecha la maldad no llega a las cimas de oscuridad del director catalán y se queda en la superficie. Rugna se limita a crear una versión depurada de una película gore, eliminando, eso sí, el sentido del humor que hace tolerables los festivales de sangre y vísceras habituales del género.
El director apuesta por hacer una película burda y seca, y plasmar la maldad en escenas literales dirigidas a la moral y al estómago del espectador. Gracias a esta estrategia, consigue algunas escenas memorables que funcionan como chispas de genio en un filme empantanado, sin profundidad ni apenas tensión. Más allá de estas escenas, la película acaba apoyándose en clichés, sobreactuaciones y diálogos exasperantes, sacrificando la atmósfera a los efectos de maquillaje. Tampoco aprovecha dos grandes ideas del filme, y es una lástima. La primera es la invención de un folk-horror adaptado al campo argentino. Una gran idea a la cual podría haber dotado de una amplitud crítica más afilada, ya que son funcionarios del gobierno los que eliminan a los embichados. Dentro de esta imaginería, podría haber tirado del hilo de su versión metafísica, los que se enfrentan a los embichados no usan cruces ni mientan a Dios, sino que emplean extraños instrumentos esotéricos y una retórica difusa sobre demonios y contagios. La segunda es el uso del gore como elemento narrativo, además de visual. Sin embargo, nada de esto evoluciona ni tiene más recorrido en el filme. Hay en Cuando acecha la maldad ideas muy interesantes: la creación de mitologías propias y el uso de un gore directo, seco y, a la vez, depurado, que se pierden en un relato espeso y masticado, sin atmósfera ni objeto.
Podría decirse que el propósito del filme es emplear la violencia extrema para socavar prejuicios morales (Dios, la familia), e incluso cinematográficos (reivindicar el cine gore frente al «pacato» terror estadounidense), que fuera de un ámbito muy determinado tienen poco recorrido. Presentar el ataque a la familia como el súmmum de lo diabólico no es ninguna novedad en sí misma, y reivindicar el terror gore a la argentina más allá de las formas y la estética estadounidense es bastante eficaz para conseguir que tus compatriotas se vuelquen en tu producto, como de hecho ha pasado, pero no aporta mucho más. La violencia extrema en Cuando acecha la maldad no es rebelde ni valiente, aunque sí puede defenderse como adecuada e incluso rentable entre los seguidores del fantástico.
Citaba antes dos filmes de Jaume Balagueró para referirme al triunfo del mal: Los sin nombre y Venus. Los recupero porque ambos dan forma a las ideas truncadas de Rugna en Cuando acecha la maldad. Los sin nombre es un filme frío, limpio, sin raíces (sucede en Barcelona, pero podría ser Berlín) pero que explora de forma muy eficaz la naturaleza del Mal y los vínculos madre-hija, Venus, en cambio, está contaminado por un barrio y sus gentes (el edificio que da nombre al filme). En ambas, el componente humano acaba por dar sustancia al terror cósmico que invoca el director. El filme de Rugna se mueve bien en los parámetros del gore, pero no sabe darles un matiz humano, por lo que falla su reverso demoníaco. Para Rugna, el Mal es la violencia extrema entre seres humanos y, sobre todo, entre familiares, pero en su película no hay vínculos reales que nos importe destruir. No funciona porque, honestamente, nos da igual lo que les pase a los protagonistas. Existe la intención de que el abismo nos devuelva la mirada —una de esas escenas que iluminan la película— sin embargo, hasta el Mal necesita un poco de orden para traspasar la pantalla e infectar el cerebro del espectador. Aunque quizá sea esta indiferencia la verdadera metafísica de lo diabólico y, sin quererlo, haya dado el director con la tecla que explica la esencia de lo malvado: la superficialidad.
Artículo publicado el 5 de enero de 2024