FICHA TÈCNICA
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Han existido diversos intentos de crear para Madrid una mitología propia. Lo hizo Almodóvar a base de melodrama y pop castizo o el propio Álex de la Iglesia en 'El día de la Bestia', donde conectó el Anticristo con las Torres Kio y la parapsicología de las primeras televisiones privadas con el 'heavy metal' de barrio. Más recientemente, Jaume Balagueró resucitó la cultura más popular e incluso cañí con 'Venus', un filme localizado en unas viviendas baratas del mismo nombre en el que supo unir con acierto el terror cósmico con el desarrollismo. La película inauguró también el sello The Fear Collection de Sony Pictures y Pokeepsie Film, la productora de Álex de la Iglesia y Carolina Bang especializada en terror que ahora estrena un nuevo producto de características similares, 'Anatema', de Jimina Sabadú con guion de la misma Sabadú y Elio Quiroga.
Marta Torres | Como en los ejemplos anteriores, Anatema intenta crear para Madrid una mitología propia y parte también de la sustancia de su folklore popular y, sobre todo, de su cartografía urbana. No en vano empieza con unos versos de León Felipe que, en el poema La ciudad, establece sus límites: "Al Norte limita con el Ospicio, al Oeste con la fortaleza del Convento, al Sur con el Manicomio y al Este con el Cementerio". Entre estos límites mentales, precisamente, parece moverse Anatema, que recupera del rico hummus de la psicogeografía ideas sobre la infección del Mal a través de la forma y el fondo de las ciudades. En este caso, el Mal yace enterrado en el subsuelo de Madrid, en las catacumbas de la ficticia iglesia de Simeón el Estilita, un santo asceta del norte de Siria que propugnaba un alejamiento radical del mundo. Como en La torre de los siete jorobados, el libro de Emilio Carrere llevado al cine por Edgar Neville (1944), oportunamente citada en la película, el subsuelo esconde las vergüenzas de la ciudad. Si en el filme de Herman Neville, Madrid acoge una ciudadela subterránea en la que se refugiaron los últimos judíos, en la película de Sabardú la iglesia, nueve veces mayor en el subsuelo que en la superficie, oculta el Mal en estratos consecutivos: bombas fascistas, los cadáveres de los hijos de las madres solteras y horrores lovecraftianos sellados en su día por las comunidades mudéjares de la ciudad.
Los encargados de investigar estos horrores son un grupo de gente de la Iglesia, la hermana Juana (Leonor Watling) una monja arquitecta con pasado paranormal, el padre Ángel (Pablo Derqui), Cuiña (Jaime Ordoñez) y la joven Mara (Keren Hapuc), que se enfrentan al mismo tiempo al misterio de la iglesia de Simeón, "una broma a espaldas de Dios", como a las autoridades eclesiásticas. El filme aprovecha la moda actual de las monjas protagonistas y lo entronca con el género siempre rico de las aventuras esotéricas pero sin sacar demasiado partido a ninguna de sus ideas. Lo que podría haberse convertido en una suerte de Indiana Jones protagonizado por dos monjas (no olvidemos que una es arquitecta y la otra, arqueóloga), adopta desde el principio un tono demasiado serio que pone en evidencia sus problemas de ritmo, montaje y coherencia interna. La película insiste en subrayar y repetir esquemas una y otra vez, mientras deja en meras ocurrencias sus mejores ideas como el sello de Simeón, la existencia misma de la iglesia o la complicada cámara de filmación, el trigonoscopio, que encuentran en el rastro y que podría haber entroncado el filme con No-Do de Elio Quiroga y sus ideas de la pervivencia del Mal en el celuloide. En lugar de eso, Anatema deviene en un producto flojo y extrañamente tímido para con sus propios aciertos: convertir a sor Juana en una suerte de Simeón el Estilita que debe vencer los miedos que le envía el diablo solo puede funcionar si se lleva la idea hasta el final, convertir el subsuelo de Madrid en un cementerio primordial requiere una puesta en escena con personalidad. En realidad, Anatema pone de manifiesto la distancia insalvable entre una buena sinopsis y una buena película.
Decíamos que el filme empieza con el fragmento de un poema que marca los límites de la ciudad. Lo que no incluye es el final de este mismo poema, que reproducimos aquí por ser de alguna forma concluyente con el resultado final de la película: "Pues no… no es muy grande esta ciudad, ni muy original tampoco. Tiene exactamente los mismos límites que mi pueblo".
Artículo publicado el 8 de noviembre de 2024