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especial

publicado el 12 de julio de 2010

La trilogía de Daimaijin, brazo ejecutor del Dios de la Montaña*

Siguiendo la estela de las superproducciones bíblicas propuestas por Hollywood –Los diez mandamientos (The ten commandments, Cecil B. De Mille, 1956), Ben-Hur (Ben-Hur, William Wyler, 1959)– a finales de 1950 triunfó en Japón el género histórico-mitológico, con grandes presupuestos y espectaculares escenas de masas. Títulos como Nichiren to moko daishuurai [Nichiren y la gran ofensiva de los mongoles, Kunio Watanabe, 1958], La leyenda de Buda (Shaka, Kenji Misumi, 1961), La gran muralla (Shin no shikotei, Shigeo Tanaka, 1962) o Los tres tesoros (Nippon tanjo, Hiroshi Inagaki, 1959), ilustran la combinación entre el género fantástico tradicional japonés y diversas influencias occidentales, pero entre ellos destaca de manera especial la serie de tres películas protagonizadas por Daimajin (Majin el grande) producidas por la compañía Daiei.

Pau Roig | Hábil combinación argumental y estética de las películas japonesas de época (la acción transcurre en el siglo XVIII) con las características de las kaiju eiga o películas de monstruos –la serie sobre Gojira / Godzilla iniciada por Inoshiro Honda en 1954 y producida por la Toho–, con influencias a nivel ideológico del sintoismo, Daimaijin obtuvo un éxito sin precedentes en su país de origen pero sigue siendo (demasiado) poco conocida fuera de sus fronteras. Las tres películas fueron realizadas el mismo año por tres directores distintos –Kimiyoshi Yasuda (1911-1983), Kenji Misumi (1921-1975) y Kazuo Mori (1911-1989)– pero prácticamente el mismo equipo técnico, apartado en el que destacan de manera especial el compositor Akira Ifukube (1914-2006), el guionista Tetsuro Yoshida (nacido en 1929) y el técnico en efectos especiales y futuro director Yoshiyuki Kuroda (nacido en 1928), poco después responsable de uno de los títulos fundamentales del fantástico japonés, Yokai daisenso (1968) [1]. A pesar del interés claramente decreciente de la serie (el primer título es muy superior a los dos siguientes), todos comparten una serie de características bien marcadas. En primer lugar, un profunda espiritualidad religiosa relacionada con el destino y que contempla “lo fantástico” no como un choque o irrupción de lo sobrenatural en el mundo real sino como una especie de sentimiento inseparable de la propia realidad: Daimaijin existe, forma parte de la vida cotidiana de los habitantes de la zona, que le rinden culto y le piden ayuda en momentos de crisis o de necesidad, llegando incluso a ofrecerle su propia vida en sacrificio. Sensible a las plegarias de los niños y las mujeres y al mismo tiempo ejecutor brutal de la voluntad de dios, Daimaijin representa, en su invulnerabilidad y en su rabia despiadada, el peso del destino y el castigo terrible para todos aquellos que desobedezcan la voluntad divina y no sean justos con el pueblo (“Paciencia y humildad” es una frase repetida en los tres filmes por los representantes del pueblo, reflejo de su fe en el Dios). En estrecha relación con esta profunda espiritualidad, Daimaijin [Majin el Grande], Daimaijin Ikaru [La cólera de Majin] y Daimaijin Gyakushuu [Majin contraataca] comparten también, en igual o mayor medida, un respeto casi mágico por la naturaleza, ejemplificado en los espectaculares escenarios naturales en los que transcurre la acción, lejos de núcleos urbanos, pero que adquiere una relevancia especial en la asociación de Daimaijin en cada uno de los títulos con tres principios fundamentales de la Tierra: el agua, el fuego y la nieve. Una atmósfera abiertamente sobrenatural, entre majestuosa e inquietante, domina los tres lugares sagrados en los que la estatua del dios espera el momento para volver a la vida y castigar a los tiranos. En un sentido similar, las tres películas ponen de manifiesto también la pasión del cine japonés por el remake e incluso por el auto-remake, por acercarse una y otra vez a las mismas historias con muy pocas variaciones: constituyen, incluso antes que películas fantásticas, melodramas de samuráis que hablan de la tiranía, del exceso de ambición y de la corrupción, pero también de la fe y la justicia, del honor y la solidaridad.

1. Daimaijin [Majin el Grande]

Durante la Edad Media, el malvado Samanosuke Odate (Yutaro Gomi), jefe de la guardia, se alza contra la familia Hanabusa, que gobierna pacíficamente una comunidad rural, aboliendo los ritos religiosos e implantando una dictadura. Los únicos supervivientes de la masacre, el príncipe y la princesa de los Habanusa, Tadafumi y Kozasa (Yoshihiko Aoyama y Miwa Takada), de corta edad, son rescatados por uno de sus más fieles sirvientes, Kogenta (Jun Fujimaki), y se refugian en una cueva de la montaña sagrada, situada en el Valle de los Lobos y a la sombra de la colosal estatua de piedra de Majin, dios en el que los habitantes de la zona confían para poder librarse algún día de la esclavitud. Diez años después, cuando el príncipe Tadafumi ya ha alcanzado la mayoría de edad, Kogenta es capturado por el ejército de Samanosuke durante una visita a la ciudad, y el dictador decide destruir la estatua del dios para cortar de raíz los indicios que apuntan a una inmediata revuelta. Pero cuando los soldados intentan clavar una gran estaca de hierro en la cabeza de la estatua, borbotones de sangre empiezan a caer de la herida...

Primer título de la serie, Daimaijin destaca por su espléndida combinación de ternura y crueldad, ingenuidad y violencia, no superada en los dos siguientes títulos de la serie (y en prácticamente ningún otro título nipón de la época). Mezcla de manera admirable la estética y las características del cine de época con elementos modernos procedentes de las películas de monstruos surgidas a partir de Japón bajo el terror del monstruo (Gojira, Inoshiro Honda, 1954), y es que la sombra de lo sobrenatural se cierne sobre el Valle de los Lobos, celosamente guardado por la maga Shinogu, tía de Kogenta: los soldados de Samanosuke, así, no conseguirán encontrar el camino hacia la estatua y se perderán en la profundidad del bosque, o Takehito, el niño que entrará en el valle para pedir al Dios que impida la crucifixión de su padre, será atacado por la rama de un árbol que gracias al montaje adquiere por unos segundos la apariencia de la mano de un esqueleto. Obsesionado con la construcción de una nueva fortaleza, Samanosuke ha elevado sobremanera los impuestos sobre las cosechas de los habitantes de la comunidad y obliga a hombres y niños a trabajar sin descanso como esclavos, maltratados e incluso torturados hasta la muerte por los soldados. Cuando el príncipe Tadafumi es capturado al intentar rescatar a Kogenta y ambos son condenados a morir crucificados, Kozasa se arrodillará delante de la estatua del Dios en compañía de Takehito y ofrecerá su vida a cambio de la de su hermano: Takehito impedirá en el último momento que Kozasa se suicide lanzándose por la cascada de la montaña sagrada, justo en el momento en que un terrible terremoto sacudirá el Valle de los Lobos. La figura del Dios Diabólico, como ocurre con el monstruo en el primer título de la serie Gojira / Godzilla, cobra vida tan sólo en la última parte del metraje para poner fin a la terrible dictadura de Samanosuke. Su aparición, igual que en las dos entregas posteriores, es de connotaciones netamente apocalípticas. Las nubes tapan el sol, el cielo se vuelve rojo y la tierra tiembla bajo sus poderosas pisadas. Su cara serena y afable de piedra se transforma en el rostro de un demonio de colores rojos y verdosos: inmune a cualquier arma y con una fuerza descomunal, la figura imponente de Daimaijin tiene su justa correspondencia en su rabia y en su sadismo. Samanosuke, que ha visto destruida en pocos minutos una fortaleza construida durante meses, morirá en sus manos de la manera más terrible posible: el Dios Diabólico se arrancará la estaca de hierro que los soldados habían intentado clavarle en medio de la cabeza y se la clavará en medio del corazón, crucificándolo en una columna de madera, casi el único resto que se mantiene en pie de su castillo. Los efectos especiales de Yoshiyuki Kuroda, que combinan stop-motion o animación fotograma a fotograma, maquetas y tomas de diferentes proporciones con un actor disfrazado (Riki Hoshimoto interpretó a Daimaijin en los tres títulos de la serie) son extraordinarios y nada tienen que envidiar, antes al contrario, al trabajo del más prestigioso Eiji Tsuburaya. Al final, sólo las lágrimas puras de Kozasa, arrodillada nuevamente a los pies del Dios, conseguirá calmar su sed de venganza y destrucción. Reestablecida la paz y la justicia, el cielo se destapará y la colosal figura del Dios se desmoronará hasta desaparecer convertida en arena.

2. Daimaijin Ikaru [La cólera de Majin]

Durante la Edad Media, el ejército de Lord Danjo de la casa de Mikoshiba (Takashi Kanda) cruza el lago que marca la frontera de su reino e invade los dominios de Lord Juro de la casa de Chigusa, sometiendo a su pueblo a una terrible dictadura. Sayuri (Shino Fujimura), hermana de Lord Juro (Kojiro Hongo), pide ayuda a Daimaijin, cuya estatua se alza majestuosa en el interior de una cueva situada en una isla del lago. Los soldados de Lord Danjo, comandados por Mikoshiba, llegarán poco después a la cueva y tratarán de destruir la estatua de con dinamita... Pese a incorporar algunos elementos nuevos a la historia, Daimaijin ikaru repite casi al pie de la letra la estructura y el desarrollo argumental de Daimaijin, hasta el punto que ambos filmes pueden ser considerados variaciones de una misma historia: la figura del Dios se erige nuevamente en salvadora de un pueblo brutalmente oprimido por una dictadura corrupta. A diferencia del filme anterior, el director Kenji Misumi y el guionista Tetsuro Yoshida emplean con mucha más intención el recurso de la ambigüedad y la sugerencia, consiguiendo escenas de un gran poder de sugestión: después de la (aparente) destrucción de la estatua de Daimaijin, la barca de un grupo de soldados de Lord Danjo aparece a la deriva en las aguas del lago repleta de cadáveres; uno de los soldados muertos tiene un trozo de la mano de piedra del Dios clavada en el corazón. La primera mitad del filme, de hecho, juega con la posibilidad que Daimaijin haya sido realmente destruido, pero el Dios aguarda en las profundidades del lago el momento de volver a la vida. Si en el primer título de la serie aparecía claramente identificado con la Tierra, ahora será el agua, otro de los elementos primordiales de la Naturaleza, la que juegue un papel determinante en el desarrollo de la historia. Haciendo caso de nuevo a las súplicas de una mujer, Sayuri, Daimaijin (re)surgirá de las profundidades del lago para castigar a los opresores, destruyendo completamente su castillo y matando sin piedad al malvado Lord Danjo, crucificado en las velas en llamas del barco en el que había intentado escapar de la masacre. Y serán nuevamente las lágrimas de una mujer, la misma Sayuri, vertidas sobre las aguas del lago, las que calmarán la furia del dios; convertido en agua, Daimaijin desaparecerá en las profundidades del lago junto con la isla que guardaba su estatua, pero siempre protegerá a su pueblo: desde el fondo de las aguas se oye el sonido de la campana que los hombres de Lord Danjo habían arrojado al lago para impedir que los habitantes del pueblo pidieran ayuda.

3. Daimaijin gyakushuu [Majin contraataca]

A diferencia de los dos títulos anteriores de la serie, Daimaijin gyakushuu empieza con una violenta tormenta de nieve y viento y con escenas apocalípticas de destrucción que de alguna manera anticipan el desenlace de la historia. Igual que Daimaijin y Daimaijin ikaru, narra la historia de la brutal opresión de los habitantes de una pequeña comunidad rural a la que una corrupta dinastía de samuráis ha convertido en sus esclavos. A diferencia de las dos primeras entregas, sin embargo, adopta un tono marcadamente infantil, en algunos momentos quizá demasiado ingenuo, aunque sin renunciar a puntuales explosiones de crueldad y sadismo. Los protagonistas de la historia son cuatro niños pequeños que deciden abandonar su pueblo para ir a buscar a sus padres, leñadores de las montañas que han sido apresados por el malvado Señor Arakawa, que los obliga a trabajar en la construcción de una gran fortaleza en el Valle del Infierno. En su larga travesía a través de las montañas deberán hacer frente a todo tipo de adversidades, vigilados de cerca por un misterioso halcón, en realidad mensajero de Daimaijin, que los salvará de caer en las manos de los samuráis enemigos antes de ser abatido por un disparo. La estatua del Dios Diabólico, situada en la cima de una zona montañosa de difícil acceso desde la que se divisa toda la zona, contempla en silencio la desgracia de los cuatro niños: uno morirá al ser arrastrado por la corriente de un río y los otros tres estarán a punto de morir congelados; uno de ellos se ofrecerá en sacrificio al Dios para que sus compañeros puedan salvarse y se lanzará por un barranco, hundiéndose en la nieve. Daimaijin resucitará en este momento, fundiendo la nieve y el hielo con sus pisadas, y desenterrará al pequeño, poniéndolo a salvo justo antes de acabar con la vida del malvado Arakawa, arrojado sin contemplaciones en el estanque de sulfuro en el que gustaba ajusticiar a sus prisioneros. Los tres niños supervivientes se reencontrarán con sus padres y sus lágrimas calmarán la furia del dios ya por última vez: convertido en nieve, Daimaijin se derretirá en medio de las montañas para no regresar jamás.

  • [1] Ver AA.VV., Cine fantástico y de terror japonés (1899-2001), San Sebastián: Donostia Kultura / Semana del Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián, 2001, págs. 62 y ss.

    *Nueva versión de un artículo publicado originalmente en “Daikaiju” nº 3 (Algeciras: verano de 2004), págs. 17–25.


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