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especial

publicado el 20 de junio de 2011

Filipinas en rojo. El cine de vampiros de Gerardo de Leon

La reivindicación exagerada, y a menudo terriblemente reaccionaria, del cine de género de serie B y serie Z procedente de países pobres o poco desarrollados ha provocado en los últimos años que producciones indonesias, turcas, filipinas o indias surgidas a rebufo de éxitos occidentales y destinadas al consumo interno hayan sido elevadas a la categoría de joyas imperdibles del cine basura, convirtiéndose en motivo de mofa y regodeo por parte de numerosos aficionados. Es el caso de algunas de las (peores) realizaciones de Gerardo De Leon (1913-1981), a la sazón también las más conocidas internacionalmente –La isla del terror (Terror is a man, 1959), Las novias del monstruo (Brides of blood island) y Mad doctor of blood island, firmadas en 1968 a cuatro manos con el realizador Eddie Romero– pero no de sus injustamente olvidadas incursiones en el horror vampírico, Kulay dugo ang gabi (1964) y Ibulong mo sa hangin (1966).

Pau Roig | Pionero del cine en el país asiático –su debut en la dirección de largometraje se remonta a 1947, aunque había empezado su carrera como actor algunos años antes y había firmado numerosos cortometrajes–, De Leon contribuyó de manera decisiva a la creación de la industria cinematográfica filipina, siendo el director más galardonado de la historia por su Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas: siete premios al Mejor Director (y también a la Mejor Película), el primero por Sawa sa Lumang Simboryo (1952). Desde mediados de esa década, considerada la primera edad de oro del cine filipino (con cuatro grandes estudios volcados a la producción de películas y una media altísima de largometrajes anuales), De Leon y Romero apostaron de manera decidida por los géneros más comerciales pensando en su explotación internacional, sobretodo en el mercado de los cines de barrio y los autocines norteamericanos. Como explica otro de los pioneros del cine filipino, Lamberto Avellana (1915-1991), “un guión se escribía en dos días, se rodaba en once y en cinco días de exhibición ya había recuperado su coste, por los que nos lanzábamos a hacer otra igual” [1]. Las baratísimas condiciones de rodaje en el país y su particular geografía despertaron rápidamente el interés de distribuidores y exhibidores de Estados Unidos, encantados con la posibilidad de otorgar a sus producciones un exotismo y unos escenarios naturales impensables en su país de origen. Tras dirigir algunas películas bélicas de gran popularidad, Eddie Romero decidió cambiar de registro y unió esfuerzos con De Leon, al que consideraba su mentor, para realizar La isla del terror: pese a lo pedestre de su trama, lejanamente inspirada en 'La isla del Dr. Moreau' de H. G. Wells, la película obtuvo una notable acogida comercial y daría lugar poco después a un díptico de características similares pero rodado en color: el notable y desproporcionado éxito de Las novias del monstruo y Mad doctor of Blood Island, con su ingenua mezcla de aventuras selváticas, ciencia ficción de rebajas y horror (pseudo)sangriento motivaría incluso el rodaje de una continuación firmada en Estados Unidos por el temible Al Adamson, Brain of blood (1972). Romero demostraría con estas y otras producciones su condición de maestro de la explotación comercial de la más baja estofa, si bien nunca se ha señalado con el suficiente rigor que los pobres resultados artísticos de estas derivaciones comerciales de producciones clásicas sobre científicos enloquecidos poco o nada tienen que ver con el interés y la pasión que De Leon había mostrado anteriormente por el género; tras firmar en 1950 una de las primeras películas de terror filipinas, Kamay ni Satanas [La mano de Satanás], entre La isla del terror y las dos entregas de la “Isla sangrienta” firmaría dos producciones que denotan una inesperada pero muy grata influencia del horror gótico europeo, mucho más cerca de las producciones de la Hammer Film en Gran Bretaña o de las realizaciones del maestro italiano Mario Bava que de las monster movies y demás sucedáneos de segunda o tercera división de procedencia estadounidense. Tanto Kulay dugo ang gabi como Ibulong mo sa hangin, en efecto, “combinaban con acierto el cine europeo de vampiros con los correspondientes mitos filipinos del aswang y el mandurugo. La especial situación de las Filipinas en el plano religioso, siendo el único país de mayoría católica en toda Asia, hace que estos trabajos de fusión funcionen muy bien de varios y sorprendentes modos. En ambas películas los temas del pecado, la culpa y la redención a través del sufrimiento y el amor son tan poderosos como en los clásicos italianos del cine de vampiros” [2]. Ambos filmes transcurren en comunidades rurales cerradas y recelosas de cualquier elemento nuevo u extraño, atrapadas en una suerte de pasado oscuro que constituye el caldo de cultivo ideal para que las supersticiones y leyendas terroríficas más impensables cobren vida, contrapuestas siempre con la defensa / glorificación del catolicismo.

Bastante por encima de Ibulong mo sa hangin, Kulay dugo ang gabi (conocida internacionalmente cómo Blood is the color of night, The blood drinkers, Color of night y The vampire people) es una muestra incontestable del talento y la pericia de De Leon. Si a nivel argumental constituye un disperso y un tanto atropellado refrito de ideas y elementos del cine de vampiros clásico, a nivel visual supone un sugerente experimento de luces, sombras y colores no muy alejado de las más alucinadas realizaciones de Bava y que entronca, a no pocos niveles, con los más vanguardistas recursos formales del cine mudo europeo; el director suplió la falta de negativo en color alternándolo con el blanco y negro y virando determinadas escenas a azul (la impresionante escena inicial del entierro), rojo y amarillo en función del estilo, el tono y la intención de las distintas escenas, primando la expresividad por encima de la funcionalidad o el efectismo: en determinados momentos incluso los personajes se percatan del repentino cambio de luz, un recurso que en la mayoría de los casos prepara el terreno para los ataques de los vampiros. La brillante composición de los encuadres e incluso la planificación de diversas secuencias choca en determinados momentos contra un desarrollo narrativo ingenuo y no carente de incoherencias, pero en poco o nada remiten al codirector de La isla del terror y Las novias del monstruo. De Leon convierte la falta de recursos y presupuesto en una virtud, sacando un notable provecho de la imponente presencia física del actor Ronald Remy en la piel del Dr. Marco, trasunto del mismísimo Diablo que capitanea una poderosa secta de no-muertos que tiene como objetivo resucitar a su amada Katrina con el trasplante del corazón de su hermana gemela Charito (Amalia Fuentes interpreta ambos personajes). Hija de una rica terrateniente que la dio en adopción veinte años atrás y que ahora pretende recuperarla, la desdichada Charito está enamorada de un vigoroso e inocente joven del pueblo (Eddie Fernández) e ignora en un principio su verdadera identidad: sus padres adoptivos, pobres pero afables campesinos, serán las primeras víctimas de los ataques de la secta y volverán de la tumba para alimentarse de sangre humana antes de ser destruidos con sendas cruces de madera clavadas en el corazón. Rico en contrastes de todo tipo y condición, el guión firmado por César Amigo a partir del cómic homónimo del principal especialista filipino en la materia, Rico Bello Omagap, cuenta con ideas estéticas y argumentales que subrayan de diferentes maneras el enfrentamiento en principio desigual entre el Bien y el Mal, representado ya por los dos personajes femeninos antagonistas: las chocantes gafas de sol que lucen el vampiro y sus secuaces –entre los que destaca la sensual Eva Montes, con la que Marco mantiene una enfermiza relación sexual de claras connotaciones sadomasoquistas–, el flamante coche que utilizan para desplazarse en contraposición con los destartalados carruajes de la zona, la fácil pero muy efectiva lucha de luces y sombras que llega a su punto culminante en el largo clímax final, con los pueblerinos capitaneados por el sacerdote de la comunidad persiguiendo a los no-muertos armados con bengalas a través del bosque...

La influencia del terror occidental, sin embargo, en ocasiones juega malas pasadas a guionista y realizador, de manera especial en la torpe y demasiado recurrente visualización de Basra, un quiróptero gigantesco que parece salido de El murciélago diabólico (The devil bat, Jean Yarbrough, 1940) y al que el propio Dr. Marco se refiere como “Maestro”, pero del que se podría haber prescindido perfectamente. En determinados momentos, de hecho, parece como si De Leon no se atreviera a ir más allá de los tópicos establecidos por anteriores producciones del subgénero, una falta de determinación (quizá autoimposición) que no resta poder de fascinación al conjunto pero que choca de manera frontal contra los alucinados experimentos cromáticos y el atmosférico trabajo de puesta en imágenes, de manera especial en una de las pocas escenas rodadas en color de toda la película, una de las más extravagantes y sorprendentes del terror sobrenatural de la época: tras un fallido exorcismo practicado por un sacerdote, el Dr. Marco y una revivida Katrina se encuentran de repente en un luminoso prado de hierba verde repleto de flores de vivos colores, un instante de calma, de paz y de pureza, que las dos criaturas de la noche apenas tendrán tiempo de disfrutar, ya que la falta de fe inherente a su monstruosa condición los condena sin remisión a la oscuridad. No es de extrañar, en este mismo sentido, la desaparición final de Marco antes que pueda ser definitivamente destruido: el Diablo nunca muere.

Ibulong mo sa hangin (conocida internacionalmente como Blood of the vampires, Curse of the vampires y Whisper to the wind) acentúa tanto los componentes melodramáticos presentes en Kulay dugo ang gabi (incluidos leves pero gratos apuntes del cine clásico de “capa y espada”) como la presencia de la religión, poniendo el acento otra vez en el vampirismo como elemento destructor de un núcleo cerrado, en este caso una familia rural aristocrática venida a menos y víctima de una terrible maldición. No por casualidad, el inicio muestra la negativa del patriarca de los Escodero a la boda de su hija Leonora (Amalia Fuentes de nuevo), pero no por orgullo de casta ni por prepotencia, como descubrirá la joven poco después: su madre fallecida (Mary Walter) es una criatura de la noche que se alimenta con la sangre de personas inocentes. Pese a los desesperados intentos del que fuera su marido la vampira conseguirá escapar de la lóbrega cripta en la que vive confinada, y en la que es azotada sin tregua cada noche, y convertirá en vampiro a su ambicioso hijo Eduardo (Eddie Garcia). El joven Escodero no tardará en utilizar sus recién adquiridos poderes para someter y después convertir en su esposa a una rica terrateniente de la zona, primer paso para hacerse con el dominio de todo el pueblo. Con menos soltura que en su anterior realización pero similar entusiasmo, De Leon alterna con fortuna desigual ideas y elementos recurrentes del subgénero vampírico (véase la simbólica utilización de filtros de color azules y rojos o la atmosférica virulencia de algunos de los ataques de los chupasangres, entre los que destacan de manera especial la posesión vampírico de la esposa de Eduardo la misma noche de bodas o la pesadilla que vivirá la protagonista en el cementerio) con recursos y licencias demasiado ingenuos, caso de la especie de ondas sonoras celestiales que pondrán fin a las atrocidades de Eduardo o la excesivamente almibarada relación de amor más allá de la muerte de Leonora con su prometido Daniel (Romeo Vasquez): fallecido tras el accidente del carruaje con el que la pareja pretendía escapar de la maldición, volverá de la muerte para liberar a su amada de las garras de los vampiros.

  • [1] Citado por TOMBS, Pete, en “Mondo macabro. El cine más alucinante y extraño del planeta”, Barcelona: Círculo Latino, 2003, pág. 66.

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  • [2] Op. Cit., pág. 68.

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    FICHAS TÉCNICO-ARTÍSTICAS:

    Kulay dugo ang gabi. Filipinas / EUA, 1964. 88 minutos. Color. Dirección: Gerardo de Leon Producción: Cirio H. Santiago Guión: César Amigo, sobre una historia de Rico Bello Omagap Fotografía: Felipe Sacdalan Diseño de producción: Ben Otico Montaje: Atilano Salvador Intérpretes: Ronald Remy (Dr. Marco), Amalia Fuentes (Charito / Katrina), Eddie Fernandez (Victor de la Cruz), Eva Montes (Tanya), Celia Rodriguez, Renato Robles, Mary Walter, Paquito Salcedo (Elias).

    Ibulong mo sa hangin. Filipinas / EUA, 1966. 87 minutos. Dirección: Gerardo de Leon Producción: Amalia Fuentes, para AM Productions / Hemisphere Entertainment / Sceptre Guión: Ben Feleo y Pierre L. Salas Fotografía: Mike Accion Música: Tito Arevalo Dirección artística: Ben Otico Montaje: Ben Barcelon Intérpretes: Amalia Fuentes (Leonora Escodero), Romeo Vasquez (Daniel Castillo), Eddie Garcia (Eduardo Escodero), Johnny Monteiro, Mary Walter (Doña Consuelo Escodero de Victoria), Rosario del Pilar, Francisco Cruz, Quiel Mendoza.


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