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especial

publicado el 28 de febrero de 2012

The Artist como síntoma

Marta Torres | La ficha IMDB de la película francesa The Artist, dirigida por Michel Hazanavicius, viene a ser la constatación más palpable del inquietante fenómeno que ha causado este filme encantador durante los últimos meses. Según esta ficha, la película ha sido premiada por el Instituto Americano del Cine (premios AFI), los directores de cine americanos (premios Eddie), el Instituto Australiano de Cine (AACTA), la crítica americana (Boston Society of Film Critics, Broadcast Film Critics Association, Florida Film Critics Circle Awards, National Society of Film Critics Awards, New York Film Critics Circle Awards, Phoenix Film Critics Society Awards, San Diego Film Critics Society Awards, Washington DC Area Film Critics Association Awards), la crítica canadiense (Vancouver Film Critics Circle) y la del Reino Unido (London Critics Circle Film Awards) además de los BAFTA del Reino Unido, los premios Cesar de la academia francesa, el Festival de San Sebastián, los Goya de la academia española, los Globos de Oro, los Independent Spirit Awards y, finalmente, los Oscar, además de un sinfín de premios de festivales menores que no detallaremos. The Artist ha sido capaz de cosechar este palmarés, más apabullante si añadimos que la mayor parte de estos premios se han correspondido con los de Mejor Película, Mejor Director y Mejor Actor, un año en que competía con El árbol de la vida (Terrence Malick), Melancolía (Lars Von Trier), La invención de Hugo (Martin Scorsese), El Topo o Drive, por citar sólo algunas películas con suficiente discurso y personalidad propia para haber conseguido algún reconocimiento.

Según la mayor parte de los críticos, la clave es la nostalgia. El filme francés puede ser hermoso o encantador, pero no hubiera tenido apenas repercusión si no fuera por su conexión con los miedos que tienen atemorizada a la industria*. El filme va más allá del rendido homenaje al cine de la era dorada de Hollywood, para presentarnos una copia inmaculada, casi literal, del cine glamouroso, mudo y en blanco y negro que cimentó el poder de las grandes productoras en los felices años veinte. Pero no se trata sólo de nostalgia. La película ofrece un final feliz a uno de los momentos más traumáticos que ha vivido el cine (el cambio del cine mudo al sonoro) y no es difícil ver paralelismos a la situación actual de crisis que vive la industria que, obsesionada, ha optado por el escapismo a un pasado que ya no puede volver. The Artist ha cautivado porque es una película fuera de su época, un colchón mullido, un tiquet hacia un pasado mitológico en el que la gente llenaba las salas para soñar… nada que sirva para avanzar, explorar nuevos lenguajes o permita al cine afirmarse como tal, en definitiva, la película es una boutade tan estéril como encantadora. Entendámonos, que aparezca una película como The Artist, con su agradable ironía, su uso inteligente del estilo que homenajea (nunca inocente) y sus guiños a Gen Kelly, el cine mudo y a la comedia es una delicia… que gane casi todos los premios, no.

*Aunque quizá le estemos buscando los pies al gato y la explicación de todo esté en Harvey Weinstein, el cofundador de Miramax, que vio el filme en Cannes y tuvo el buen ojo de comprar los derechos de distribución y lanzar la película hacia los Oscar y, como dice Meryl Streep, Harvey Weinstein es dios y la Academia sabe agradecer una buena acción de márqueting, la historia del humilde director que lleva adelante un proyecto que parece una locura y acaba triunfando en Hollywood es demasiado buena para no hacerla realidad.


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