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especial

publicado el 28 de julio de 2006

Cuatro aproximaciones inauditas a la figura del vampiro

Como complemento al especial sobre los filmes de la Universal que estamos ofreciendo estos meses, hemos decidido dedicarle un espacio al vampiro más célebre de todos los tiempos: el conde Drácula, fuente inagotable de adaptaciones cinematográficas y variaciones fílmicas sobre el mito vampírico. Entre todas ellas, hemos rescatado cuatro títulos que han tratado la figura de Drácula desde un enfoque a contracorriente, del todo heterodoxo. En fin, un especial no apto para espíritus conformistas.

Juan Carlos Matilla / Luis Rueda | Inmortalizado en la gran pantalla gracias a las aportaciones de directores como Friedrich Wilhelm Murnau, Tod Browning, Terence Fisher y Francis Ford Coppola, el conde Drácula es uno de los grandes iconos del cine de terror de todos los tiempos y, como tal, ha generado una ingente cantidad de artículos y estudios que han glosado los principales hallazgos expresivos de las adaptaciones del original de Bram Stoker que, sobre todo, llevaron a cabo las productoras Universal y Hammer Films. Sin querer despreciar estos títulos (que sin duda idolatramos), hemos querido dejar al margen las obras clásicas del género de vampiros para centrarnos en las propuestas más insólitas y extravagantes.

Los cuatro filmes que hemos seleccionado cubren un amplio espectro de posibilidades expresivas: el cine de serie B más anárquico e irreverente (el Drácula contra Frankenstein de Jesús Franco), un filme mainstream típico de Hollywood, aunque no obtuviera el beneplácito de la taquilla (el Drácula de John Badham), una propuesta de cine de autor intelectualizada, sólo para minorías (el Nosferatu. Vampiro de la noche de Werner Herzog) y, por último, una rareza absoluta y poética, a años luz del resto de adaptaciones que se han hecho hasta la fecha (el Dracula. Pages from a Virgin’s Diary de Guy Maddin). Eso sí, todas ellas son genuinas aproximaciones al mito de Drácula, febriles adaptaciones del relato de Bram Stoker que se apartan conscientemente del canon tradicional y optan por un tratamiento genuino y singular del original vampírico. Cuatro rarezas que esperamos sean del agrado de todos los lectores.

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Drácula contra Frankenstein
(1972)
Director: Jesús Franco
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Destruyendo el mito

Tras filmar la ortodoxa El conde Drácula (1970), el inefable Jesús Franco decidió adaptar la figura de Drácula a su personal (y anárquica) forma de entender los mitos terroríficos. Una vez demostrado que podía trasladar los entresijos de la novela de Bram Stoker con total fidelidad al original, el autor de Gritos en la noche (1962) realizó uno de sus mejores y más libres trabajos con Drácula contra Frankenstein (1972), una monsters-mash alucinada en la que Franco llevó a cabo uno de sus experimentos de deconstrución más hilarantes y estilizados. Con un argumento absurdo (que es puro dadaísmo), Franco juntó las figuras del insigne vampiro (protagonizado por su actor fetiche Howard Vernon que aquí se limita a forzar una grotesca mueca durante todo el metraje), el doctor Frankenstein (encarnado por Dennis Price, cuya impavidez gestual le asemeja a una estatua de cera) y el hombre lobo (representado por un especialista saltarín que se hace dueño absoluto de la función en cuanto aparece), en un relato desquiciado en el que el enajenado doctor se convierte en el sumo sacerdote de la acción (restándole así esa condición a Drácula que, por tradición, siempre ha sido el gran demiurgo de la narrativa gótica).

Franco redujo el personaje de Drácula (y por extensión, el de Frankenstein y el hombre lobo) a la condición de mero arquetipo que, por su naturaleza maleable, permite ser destruido y rehabilitado a placer. Como si fuera un artista pop o un demente hacedor de puzzles (depende del punto de vista que se adopte), el realizador compuso un frenético cartoon pseudo-gótico a base de ensamblar piezas heredadas de otras fuentes, a la manera de un febril collage, cuyo único objetivo era dinamitar las convenciones del género del horror film acuñado por la Universal y convertirlo en un pastiche irónico, trasgresor y con un espíritu rebelde, digno de la mejor gamberrada pulp. En las antípodas de la elegancia y capacidad metafórica de los filmes de la Hammer (una productora que Franco siempre despreció porque, según él, pecaba de pedantería y afectación), el creador de Las vampiras (1971) bordea el sin sentido y la vanguardia más descarada (y cloaquera) en esta obra destinada a remover las pasiones de sus detractores y a retorcer los argumentos de sus defensores.

Fiel a su estilo visual, Franco construyó el entramado formal de Drácula contra Frankenstein mediante su habitual puesta en escena: zooms continuos y radicales, cámara omnipresente, ángulos imposibles, efectos visuales de barraca de feria, luces constrastadas, agresivos efectos de montaje, continuos juegos con numerosos símbolos visuales (la niebla, los gatos, las campanas, los relojes) y delicadas soluciones visuales (porque también las tiene) como el morboso juego de plano/contraplano en el que los ojos de uno de los personajes, el del director del psiquiátrico, observan con delectación la mirada inerte de una víctima del vampiro, escrutando la profundidad del abismo, o el bello plano en el que Franco filma (con su pertinente y vertiginoso zoom) en el reflejo de un espejo ovalado y deformante la figura de la criatura de Frankenstein raptando a una bella joven, un plano que, en sí mismo, es un símbolo del proceso de distorsión de los mitos clásicos que llevó a cabo el director en este imposible filme de horror.

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Nosferatu. Vampiro de la noche
(Nosferatu, Phantom der Nacht, 1978)
Director: Werner Herzog
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El lastre del tiempo

Si Jesús Franco decidió perpetrar un tremebundo cómic sobre la figura del vampiro, el cineasta alemán Werner Herzog llevó a cabo un ejercicio de estilo completamente contrario en Nosferatu. Vampiro de la noche (Nosferatu, Phantom der Nacht, 1978): utilizar la figura de Drácula como principal motivo a partir del cual elaborar un enaltecido tratado casi filosófico sobre la inmortalidad y la muerte (en la mejor tradición filosófico-literaria alemana). Quizás, el único punto en común entre ambos filmes sea el hecho de que los dos directores realizaran una gesta similar: incorporar los principales rasgos del vampiro en sus antagónicos discursos personales. Así, Herzog desarrolló su particular visión del mundo (romántica, nihilista y con un acentuado simbolismo) a partir de la manipulación de un personaje, el Nosferatu creado en 1922 por F. W. Murnau, al que convirtió en uno de sus característicos héroes (como Kaspar Hauser, Fitzcarraldo o Stroszek), seres desplazados y marcados por el sufrimiento existencial, en permanente exilio interior.Suntuoso filme de preciosistas imágenes y un rico tratamiento lumínico (donde se percibe la huella de pintores como Georges de La Tour, Rembrandt, sir John Everett Millais y Johannes Veermer), Nosferatu. Vampiro de la noche intenta ser un sentido homenaje al cine expresionista y, en particular, al original de Murnau (aunque, precisamente, sea la parte menos atractiva de la obra ya que su mimetismo formal resulta harto desagradable) y, a la vez, una derivación poética de algunos de los motivos más interesantes del mito de Drácula (que no han sido cultivados en exceso).

En particular, destacan dos de estos rasgos: la corrupción que el mal realiza en la naturaleza y la decadencia inherente al vampiro. Al principio del filme, cuando el personaje de Jonathan Harker (interpretado por Bruno Gantz) se aproxima a los dominios de Drácula, Herzog filma la naturaleza circundante mediante su estilo habitual: uso de un score misterioso, ángulos forzados y extraños movimientos de cámara. Esta peculiar y onírica puesta en escena no era nada frecuente en el cine de vampiros tradicional, que siempre se ha mostrado más interesado en filmar paisajes lúgubres, según la tradición goticista más ortodoxa. En Nosferatu. Vampiro de la noche, la naturaleza amenazante que contempla Harker, llena de saltos de agua descomunales y profundas grietas en la roca, parece estar, de alguna manera, maldecida por la leyenda y la superstición que rodea al vampiro. Los territorios del conde serían una suerte de paisaje existencial, íntimo y extraño, que funcionan como brillante prólogo al encuentro de Harker con Drácula, un ser decadente que malvive dentro de una experiencia vital condenada al ocaso. Herzog filma al vampiro (encarnado por Klaus Kinski) como un ser que soporta sobre sus espaldas el inexorable paso del tiempo sin que nada ni nadie le devuelva la pasión por la realidad, ya que ésta ha perdido ya todo su interés. Drácula es un ser excluido de sí mismo, perteneciente a un tiempo que ya no existe. Por eso el director rehuye decorar los espacios donde mora el conde con el habitual gusto romántico de otros filmes sino que lo llena todo de objetos, telas y luces vetustas, apagadas y mortecinas. Objetos, en definitiva, que recuerdan un pasado de esplendor que ha desaparecido sin remedio. Estos espacios llenos de vacío, deshabitados y ruinosos (que al igual que la primera secuencia del filme, el travelling que muestra una galería de cadáveres momificados, son un siniestro símbolo del poder destructivo del tiempo) insisten en una poética más melancólica que macabra sobre la decadencia existencial y el desgarrador efecto del paso del tiempo, motivos centrales de la filmografía de Werner Herzog, un clásico a recuperar.

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Drácula
(1979)
Director: John Badham
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Ambigüedad sexual y decadencia victoriana

Sin ser especialmente rupturista, el Drácula realizado en 1979 por el británico John Badham (Fiebre del sábado noche) retoma el mito vampírico por excelencia aportando matices muy interesantes y siempre manteniendo una coherencia estética muy respetuosa tanto con la línea marcada por el tándem Christopher Lee-Terence Fisher como por interesantes obras previas como el Drácula interpretado por Louis Jourdan para la BBC británica.

Para esta ocasión, el mítico conde rumano fue encarnado por el estupendo actor Frank Langella (La novena puerta), hoy lastrado por una carrera profesional bastante irregular, quien encarnó a un Drácula muy físico, de inquietante mirada y cierta ambigüedad, ampliando de un modo inteligente el abanico seductor de Lee y moderando su abrupto machismo. Langela encarnó un conde muy sexual y a la vez exquisitamente refinado: un libertino de vida disipada en clara confrontación con el ambiente victoriano, de férrea moral, de la Inglaterra de principios del siglo XX. Y es que esta versión cinematográfica traslada la acción a un pueblecito de la costa norte de Inglaterra, y la sitúa en plena revolución industrial. Una de las novedades más llamativas que ofrece esta adaptación con respecto a la novela de Stoker, se centra en el rol canallesco del conde en contraposición a las vetustas costumbres inglesas, perfiladas con certeras dosis de fanatismo; si bien Badham nos presenta a un Drácula cuyo malditismo encarna la modernidad, igualmente interesante es el papel de Lucy (Kate Nelligan), mujer liberada e independiente dispuesta a dejar atrás el asfixiante entorno decimonónico que la oprime. Nuestra heroína es fácilmente seducida y ve en Drácula una vía de escape ideal para no verse abocada a una vida aburrida y marital.

La película, basada en la obra teatral de Hamilton Deane y John L. Balderstore (al igual que la versión cinematográfica dirigida por Tod Browning en 1931) introduce algunos cambios notables con respecto a la novela original: Mina (Jan Francis) es hija de Van Helsing (Laurence Olivier) y se convierte en la primera víctima del conde, de tal manera que Lucy adquiere todo el protagonismo del filme. Lo que hace realmente original la variación de roles que propone esta versión cinematográfica es que el espíritu rebelde, travieso y alocado, generalmente asociado a Lucy, se concreta en esta ocasión en la idea de mujer independiente, feminista e intelectualmente formada que vendrá con el nuevo siglo.

La condición pusilánime y retrógrada de los personajes masculinos se convierte en una escalada inquisitorial contra los deseos de Lucy, y el sexo funciona a la perfección como metáfora de la represión. Drácula se convierte en un elemento liberalizador para la aburrida vida de la joven, su componente femenino y su naturaleza de confidente es todo un hallazgo que enriquece el personaje y que Francis Ford Coppola tendría muy presente en su futura adaptación.

Punto y aparte merece en esta versión el personaje de Van Helsing, con un Laurence Olivier más terrenal y menos "psicópata" que su antecesor Peter Cushing; este nuevo mata vampiros representa el espíritu vengador del hombre común: sus motivaciones se mueven más en el plano de la tradición y la justicia. Poco tiene que ver este nuevo Van Helsing con el alienado ángel de la muerte representado por el esteta Cushing.

Por lo demás el regusto clásico que imprime John Badham al filme, con la imprescindible fotografía de Gilbert Taylor y el excelente trabajo de la partitura de John Williams, no decepcionará a los amantes de la figura del conde. Estamos ante una excelente versión del mito que pasa por ofrecer una de las secuencias finales más apabullantes y vigorosas desde el Drácula (Horror of Dracula, 1958) de Terence Fisher.

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Dracula: Pages from a Virgin´s Diary
(2002)
Director Guy Maddin
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Danzad malditos

Si en la anteriormente comentada adaptación de Drácula realizada por John Badham hacíamos especial hincapié en el rol marcadamente sexual de sus protagonistas y en la variación argumental que supone dar mayor protagonismo al papel de Lucy Seward, digamos por adelantado que esos mismos elementos también se dan en Dracula: Pages from a Virgin´s Diary; el film del canadiense Guy Maddin, que según nuestro criterio, es la más arriesgada versión jamás filmada sobre el más famoso chupasangre de la historia.

Maddin se basa en la obra del Royal Winnipeg ballet para conformar en imágenes una bella coreografía, un espectáculo de danza pensado para la televisión magníficamente orquestado por las sinfonías 1ª y 2ª de Gustav Mahler. El filme tiene una duración de 75 minutos, está rodado en un blanco y negro y no tiene diálogos, su hilo argumental se confía a la mímica de la danza y al ritmo del montaje. El resultado de tan arriesgado experimento formal resulta fascinante en todos los sentidos; es indudable la capacidad de Maddin para crear extraordinarios poemas visuales que parecen arrancados del cine primitivo, y como en ese ejercicio arqueológico puede concretar secuencias rabiosamente modernas. El estilo Maddin (una conexión invisible entre el discurso de David Lynch y imaginería de Carl Theodor Dreyer) determina el elemento diferenciador de esta versión con respecto a otras de más o menos riesgo.

Pero fuera de los aspectos formales y puramente de puesta en escena habría que destacar ciertos detalles que hacen de esta versión una enriquecedora vuelta de tuerca respecto a el trabajo seminal de Stoker.

Lo primero que nos sorprende del filme es su conde Drácula, interpretado al actor y bailarín Wei-Quiang Zhang: pasa por ser uno de los pocos condes orientales desde que en el filme The legend of the Seven Golden Vampires de Roy Ward Baker (una divertida mezcla de artes marciales y terror Hammer), se ocultara bajo la apariencia de un señor de la guerra chino. Otro hecho diferencial (aunque de inspiración enteramente maddiniana) es el sentido del humor ácido, negro en ocasiones, que destila el filme. Un buen ejemplo lo tenemos en una de las primeras secuencias en que Drácula aparece encerrado en la bodega del barco de camino hacia Inglaterra y un rótulo impreso sobre el mapa de costas alerta: ¡Terror! ¡Vienen los emigrantes! El manierismo acentuado de las actuaciones y las metáforas sexuales (altamente explícitas) regalan momentos de alta comedia, de slapstick sin tregua y de situaciones graciosamente enrarecidas.

Pero si hay un personaje en el filme que destaca por encima del resto ese es el Dr. Van Helsing. Maddin le da absolutamente la vuelta al intrínseco fanatismo del matavampiros y lo convierte en un auténtico voyeur, en un viejo verde fetichista y reprimido cuyo conflicto moral le aboca a la más desatada brutalidad.

Drácula: Pages from a Virgin´s Diary es una auténtica sinfonía del horror, la más bella adaptación de la novela de Bram Stoker y, pese a su aspecto "autoral", casi un zurcido cinéfago que roza la provocación, es imprescindible para entender las posibilidades estéticas del libro de Stoker.

Difícilmente abandonará nuestra retina secuencias como la del cementerio invernal donde Lucy se entrega al conde, los espacios opresivos del castillo coronados por un portón en forma de vagina, o las imágenes poderosas de la roja sangre sobre el granuloso blanco y negro, en los ojos de la bestia o en la estaca fálica de Van Helsing.

Sí, estamos ante una sátira que descodifica ciertos iconos, pero a la vez inventa nuevos registros para conformar un nuevo y definitivo teatro de la sangre.


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