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midnight movie

publicado el 16 de junio de 2007

La extranjera


En contraposición al cine de ciencia ficción que llegó de Norteamérica en la década dorada de la ciencia ficción (1950), en Gran Bretaña surgieron una serie de filmes y seriales televisivos (véase la saga del Dr. Quatermass para la BBC) nada desdeñables y sobretodo con unas señas de identidad muy reconocibles, fueron los llamados quota quickies (filmes de bajo presupuesto destinados a consumo interno). A la estela de los éxitos norteamericanos aperecieron cintas como Four Side Triangle (1953) de Terence Fisher, la anodina Sapaceways (1953) también de Fisher, Devil Girl From Mars (1954) de David McDonald , The Cosmic Monster (1958) de Gilbert Gunn o The Trollenberg Terror (1958) de Quentin Lawrence.

Lluís Rueda | El filme de David McDonald, Devil Girl From Mars, no presenta un look mayestático en el sentido espectacular y gigantesco de cintas norteamericanas como La humanidad en peligro (Them!, 1954) de Gordon Douglas o La tierra contra los platillos volantes (Earth Versus the Flying Soucers, 1956) de Fred F.Sears, sus aspiraciones artísticas resultan más comedidas, simbólicas y en cierto modo abstractas. De alguna manera, el guión del debutante James Eastwood parecía retomar la historia (a modo de secuela) de un filme con tanto pedigrí como Cat-Women of the Moon (1953) de Arthur Hilton, cinta que describe a una raza de hembras selenitas que necesitan de presas masculinas para procrear y sobrevivir como especie. Devil Girl From Mars, en cambio, no presenta la recurrente exploración científico-aventurera de la superficie de un planeta desconocido que esconde un ente agresor. Al igual que en el extraordinario filme de Edgar G. Ulmer El ser del planeta X (The Man from planet X, 1951), la acción se traslada a un páramo del norte de Escocia. El aterrizaje se da en un lugar poco habitado, curiosamente en ambos filmes el objetivo es Londres, Inverness o la ficticia isla del filme de Ulmer -que podríamos situar a la altura de las Orkney- son solo una primera toma de contacto.

Ambos filmes porfían a los nocturnos planos del páramo unos encuadres sugestivos que procuran una atmósfera gótica [1] y misteriosa muy poco común en filmes de estas características. En ambas propuestas se da un forzoso aislamiento de sus protagonistas por motivos laborales o anímicos, aunque, dejando las cosas en su lugar, es capital insistir en que El ser del Planeta X es un filme muy superior en cuanto a la planificación, realización y montaje, un pequeño milagro fílmico construido con escasos elementos y peores actores que Devil Girl From Mars.

Parte de la gracia de este filme, que a priori pueda resultar tópico en su planteamiento es la desvergonzada y muy pop puesta en escena, con soluciones kitsch que firmaría el mismísimo Tim Burton, un sentido del humor de lo más inteligente, provocador y, muy especialmente, una medular narrativa que puede evocar al Luis Buñuel más existencialista.

Existe en ambos filmes elementos de puesta en escena que nos resultan más afines al cine de terror que a la sci-fi de corte apocalíptico o genuinamente aventurero. En el caso del poético filme de Edgar G. Ulmer, el paralelismo con una obra como El Doctor Frankestein (Frankestein, 1931) de James Whale es preclaro si nos fijamos en la naturaleza monstruosa de la criatura o, a nivel estético, en el gigantesco 'brock' (fortaleza circular de la edad del broce) que acoge a los científicos. En el caso del filme que nos atañe los referentes son puntuales, atmosféricos, pues más allá de cierta tendencia a situarnos en la parcela del horror claustrofóbico, la cinta presenta algo más que coincidencias argumentales con el clásico Ultimátum a la tierra (The Day the Herat Stood Still, 1951) De Robert Wise.

Además de la presencia de la domino-alienígena Nyah, de la que en breve hablaremos, en Devil Girl from Mars tiene capital importancia la presencia un robot gigantesco y desgarbado de nombre Chani que se diría un trasunto del célebre Gort, aunque este parece fabricado con restos de serie de una fábrica de neveras industriales.

El filme de McDonald reduce su trama a tres localizaciones, los exteriores del páramo, el camino que se aleja de la posada, y el interior de la misma en que se recluyen un variopinto muestrario de especimenes británicos. Su rodaje se gestó en tres semanas y se contó con excelentes actores del teatro británico (todo un acierto del filme el gran nivel de las interpretaciones). En el reparto destacan John Laurie (39 Escalones, The Reptile, El abominable Dr. Phibes), dando vida al dipsómano amo del albergue, Sophie Steward (La vida futura) como la dueña del albergue; por otro lado, Hazle Court (Curse of Frankestein, El entierro prematuro, La máscara de la muerte roja) -como vemos toda una prolífica dama del horror que daría lo mejor de sí junto a Roger Corman-, en el filme interpreta a una chica de ciudad de oscuro pasado que tiene un particular affaire con el periodista interpretado por Hugo McDermott (La gran sorpresa, First Men in the Moon). El reparto se nutre con otros nombres como el del inglés Peter Reynols (Las manos de Orlac) o el irlandés Joseph Tomelty interpretando al valiente científico que planta cara a la siniestra invasora y su robot-armario. Tal elenco de británicos adocenados en un albergue o pub familiar provoca que en ocasiones, y con ayuda de alguna copa de más, la invasión extraterrestre pase a un segundo plano. El realizador, consciente o inconscientemente se inclina a subrayar las relaciones humanas y las cuitas mundanas que conforman las tramas secundarias, todo un guiño sarcástico al carácter pragmático de los nativos escoceses [2]. Ese hawksiano grupo de resistentes perdidos en lo mundanal de sus propios valores ven a la invasora extranjera como una moderna visitante que bien pudiere haber aterrizado desde el mismísimo Hollywood o desde cualquier otro lugar alejado del “continente” británico: por ello la mejor manera de luchar contra sus poderes es aferrarse a las tradicionales reuniones sociales.

Parte de la gracia de este filme, que a priori pueda resultar tópico en su planteamiento es la desvergonzada y muy pop puesta en escena, con soluciones kitsch que firmaría el mismísimo Tim Burton, un sentido del humor de lo más inteligente, provocador y, muy especialmente, una medular narrativa que puede evocar al Luis Buñuel más existencialista. El invisible escudo que rodea la posada y confina a los protagonistas es tan misterioso, surreal e intangible como la extraña fuerza que actúa sobre los burgueses decadentes de El ángel exterminador (1962) y les impide salir del salón.

Sin duda uno de los mayores atractivos del filme es la presencia de esta marciana vamp, gélida y sofisticada ‘dominatrix’ cuyo traje fue diseñado por el ilustrador Ronal Cobb a partir de unos patrones indisimuladamente sadomasoquistas.

Pero volvamos a esa extraña visitante dispuesta a someter a todo británico que le tosa, la pérfida Nyah. Pese a su carácter arrogante, manipulador e intrínseca crueldad se diría mejor vista a ojos de los inquilinos de la posada que el novio de la camarera interpretada por Adrienne Corri, un presidiario a la fuga que a la postre acaba convirtiéndose en el auténtico héroe de la función. No deja de tener su gracia que la sofisticada Nyah acabe por ser víctima de las artimañas de un rudo preso británico, máxime cuando ni la inteligencia, ni la perspicacia de un científico han podido abortar sus planes invasores a gran escala. La adusta marciana está interpretada por la actriz londinense Patricia Laffan, que ya había dado muestras de su irascibilidad y erotismo encarnando el papel de Pompea en Quo Vadis (1951) de Mervyn LeRoy.

Sin duda uno de los mayores atractivos del filme es la presencia de esta marciana vamp, gélida y sofisticada ‘dominatrix’ cuyo traje fue diseñado por el ilustrador Ronal Cobb a partir de unos patrones indisimuladamente sadomasoquistas. Cobb es bien conocido por sus trabajos para Dark Star (1974) de Jonh Carpenter y Alien: el octavo pasajero (Alien,1979) de Ridley Scott, pero acaso lo más distinguido de su diseño sea ese casco negro, tan germánico, que parece haber inspirado a posterior el más popular ‘tocado’ de historia las Space Operas, el negro casco de Darth Vader.

En el conjunto destacan los esforzados efectos especiales creados por Jack Whitehead, como la estilosa nave espacial, una maqueta muy bien acabada en la que resaltan los trípodes telescópicos de aterrizaje o su borde externo giratorio. El set interior de la nave también resulta muy interesante por su minimalismo, se prescinde de los tópicos paneles y pilotos para crear un entorno mucho más inquietante. No tan afortunado resulta el robot de hojalata que antes hemos mencionado y ese mando a distancia, que bien podría ser un artilugio sexual, con el que Nhya manipula al gigantesco Chani. Chani resulta una aparatosa arma mortífera que escupe rayos láser capaces de hacer desaparecer una camioneta, una solución muy inspirada en el clásico de Byron Haskins La Guerra de los mundos.

Devil Girl from Mars resulta una filme mucho más digno de lo que aparenta a priori, de una ingenuidad encantadora pero también con un trasfondo sarcástico de lo más británico. Acaso se vea lastrado por una puesta en escena excesivamente teatral y se eche en falta cierto pundonor en la realización, pero debemos analizar esta cinta como lo que es: una serie B de tomo y lomo.

A destacar el excelente score del compositor Edwin Astley [3], música enfática para los instantes precisos y un sutil in crescendo que combina a la perfección con la atmósfera tétrica, bastante marciana de por sí, de los páramos nocturnos de las Highlands.

  • [1] El hombre del planeta X fue rodada en seis días y partió con un presupuesto de 50.000 Dólares. Edgar G. Ulmer utilizó los decorados que sirvieron a Victor Fleming para rodar su versión de Juana de Arco en 1948. Es sólo uno de esos detalles de producción que explican la atmósfera gótica de la cinta, eso, desde luego sin perder de visata el gusto por las truculencias formales de su realizador.

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  • [2] El carácter particular de los escoceses, con sus tradicionales largas peroratas en un pub, posada o cualquier lugar donde se pueda servir una copa, ha conocido irónicos retratos cinematográficos, acaso el más espléndido el realizado por Alfred Hitchcock en 39 Escalones (39 Steps, 1935).

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  • [3]Edwin Astley fue responsable de los temas de las series The Saint y The Baron & Departmen S.

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