publicado el 28 de octubre de 2007
Que Rob Zombie era el realizador más adecuado para dirigir una puesta al día de un clásico como 'Halloween' (1979) de John Carpenter, era algo en lo que casi todo el mundo coincidía, por ello resulta aún más extraño que haya ahora quien cuestione la idoneidad del proyecto. El realizador de 'Los renegados del diablo' ha sabido trasladar su estilo visceral y pseudo-'trash' a este remake-precuela guardando un celoso respeto al original 'carpenteriano'. Entre los aciertos cabe destacar la idea, prestada de una de las secuelas de la saga, de construirle al inhumano y casi mecánico asesino Michael Myers una infancia turbulenta en el epicentro de una familia 'white trash'; un prólogo de enorme densidad dramática que imanta, cual bálsamo fílmico, el exceso de cacharrería 'slasher' que el propio Zombie se ha visto obligado a insertar en el filme a consecuencia de su propio criterio estético, credo y seña de identidad.
Lluís Rueda | Acaso el filme no posea la hipnótica frialdad-crueldad del original, todo un dechado de suspense atmosférico, pero especialmente en su primer tramo se concede un interesantísimo estudio acerca de los orígenes del mal, de la psicopatía de Myers que, dicho sea de paso, nos deja entrever a un Rob Zombie reflexivo y analítico que hasta la fecha desconocíamos. Halloween 2007 no pasará a la historia como obra maestra del género, pero en cambio ganará su lugar como pieza interesantísima en la carrera de un director de enorme capacidad que aún no ha dado lo mejor de sí mismo. A destacar en el apartado interpretativo el incontestable talento de Malcom McDowell para construir un Dr. Loomis de densa personalidad que supera en magnetismo al psiquiatra interpretado por Donald Pleasence; el resto del filme, reitero, no aguanta comparaciones pero, desde luego, aporta honestidad, sentido de la ética y un target hiperbólico necesario en pleno siglo XXI.
Con todo, Rob Zombie homenajea en secuencias no trascendentales –como aquella tan inquietante del original en que Myers aparecía ataviado como un fantasma con gafas-, y obvia golpes de efecto utilizados en su día por el maestro Carpenter, como la mítica escena del armario; al margen de las obligados paralelismos, Rob Zombie opta por guardar una respetuosa distancia creativa, eso sí, manteniendo constantes como el famoso score compuesto por el director de La Niebla (The Fog, 1980).
La cinta, a mi criterio, mantiene intacta la esencia del original y proporciona un trabajo personal y de autor en los márgenes de los aciertos globales del filme original; como poco debemos cuestionarnos si es o no es más interesante este filme-clon que escarba en el origen de la psicopatía con valentía, que algunas de las inocuas secuelas por las que ha pasado la máscara impertérrita de Myers. Solo por ese razonamiento vale la pena no pasar de puntillas por una reescritura que a pesar de su maquinal contundencia, busca respuestas a las preguntas del atormentado Dr. Loomis.
El director de La casa de los 1.000 cadáveres no se maneja especialmente en bien en un tipo de cine de horror en el que impere la metáfora sociopolítica, la crítica al sistema, su impronta es de una naturaleza metalingüística y, acaso, por ello nos habla del hombre del saco y de cómo esa idea del mal penetra en el inconsciente de niños de diferente estracto social
Definitivamente Zombie no reflexiona acerca de la amenaza a la American Way of Life tal y como se propuso el tandem Hill-Carpenter –recordemos al personaje interpretado por Jaime Lee Curtis pidiendo ayuda en un vecindario que vive de espaldas al horror-, a mi entender, el realizador tejano busca un discurso más esencial, de carácter arquetípico. Rob Zombie concentra los momentos más espeluznantes de su filme en el rostro desencajado de niños, algo que nos da buena medida de lo atávico de su discurso, de sus verdaderas inquietudes como realizador.
El director de La casa de los 1.000 cadáveres no se maneja especialmente en bien en un tipo de cine de horror en el que impere la metáfora sociopolítica, la crítica al sistema, su impronta es de una naturaleza metalingüística y, acaso, por ello nos habla del hombre del saco y de cómo esa idea del mal –evocada en la calabaza, en la máscara del payaso, o en la calavera de azúcar- penetra en el inconsciente de niños de diferente estracto social.
Por el contrario esa doble lectura es bien reconocible en el filme, en algunos casos el Samhain es la propia familia, un buen ejemplo es el traumático origen del atormentado Michaels Myers.