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film malade

publicado el 5 de julio de 2005

El moderno Caronte

Por estas fechas se conmemora el veinticinco aniversario de la muerte de Mario Bava, un director imprescindible para entender el terror moderno. El cine de Bava, manierista, excesivo y desamplejado, lejos de caer en los lugares comunes del género fantástico, siempre se ha caracterizado por una búsqueda inconformista cuando no irreverente. El realizador de ‘Seis mujeres para el asesino’, ha sabido revestir de carnalidad el ‘thriller’ y ha dotado de una psicología extraordinaria tanto sus tramas como sus personajes. El universo personal de Bava está lleno de maniquíes, de demonios y de casas encantadas, pero también, como demuestra en Lisa e il diavolo, está repleto de territorios donde a menudo la tradición disfraza estadios algo más lisérgicos.

Lluís Rueda | Películas como La máscara del demonio (La maschera del demonio,1960) Seis mujeres para el asesino (Sei donne per l´assassino,1964) La frusta e il corpo (1963) o Operazione Paura (1966) bastarían para afirmar que el director italiano Mario Bava ha sido uno de los artistas más influyentes y relevantes de la historia del séptimo arte. El director italiano, junto a otros directores como el británico Terence Fisher, se han servido de un género tan a menudo injustamente ninguneado como el terror para renovar el lenguaje cinematográfico (en el caso de Bava coqueteando abiertamente con las vanguardias). Las claves de esta nueva manera de enfocar el terror fueron la sabia mezcla entre el afán por romper los tradicionales moldes narrativos guardando un pulcro equilibrio con cierto tradicionalismo estético.

Lisa e il diavolo es quizás el ejemplo más radical de esa combinación entre los resortes clásicos del cine gótico silente y la obsesión del realizador por trasladar en imágenes la angustia de sus protagonistas (una plasmación de la psique extremadamente visual).

Vayamos por partes. Deberíamos precisar que existen al menos dos versiones muy diferentes de Lisa e il diavolo, tan diferentes que prácticamente podemos hablar de dos películas completamente distintas. Mario Bava, además de la conocida versión italiana, también rodó una versión para el mercado anglosajón bajo el seudónimo de Mickey Lion titulada La casa del exorcismo (1).

Lisa e il diavolo es quizás el ejemplo más radical de esa combinación entre los resortes clásicos del cine gótico silente y la obsesión del realizador por trasladar en imágenes la angustia de sus protagonistas (una plasmación de la psique extremadamente visual).

La idea principal en ambas versiones es retratar la pesadilla de un personaje, Lisa, a través de un inquietante viaje cinematográfico que pormenoriza la imaginería desatada en su proceso de locura (una idea que a posteriori recuperará el director David Lynch en filmes como Carretera perdida (Lost highway, 1997) o Mulholland Drive (2001)).

Pero la manera de plasmar dicha idea difiere en ambas versiones del filme, en La casa del exorcismo Bava fija el cuerpo narrativo del filme en un primer acto para más tarde dividirlo en dos historias paralelas, una “real” y otra que tan solo sucede en la mente de la protagonista (a la manera de El gabinete del doctor Caligari). Bava (seguramente obligado por las imposiciones comerciales), apuesta por una estructura bastante influida por los filmes de sketches tan en boga en ese momento gracias en parte a la aportación de productoras como la Amicus británica (un buen ejemplo sería Dr. Terror´s House of Horrors (1964) de Freddie Francis). Estos filmes a menudo enlazaban tres historias de horror con otra central que servía de hilo conductor. Bajo esta premisa estilística, Bava se vió en la necesidad de cortar muchos minutos del material original y rodar material nuevo para conseguir un filme lo suficientemente edulcorado como para cumplir su cometido: el de convertirse en un exploit del filme de William Friedklin El exorcista (The Exorcist, 1973). A pesar del empeño por dotar de coherencia tal dislate narrativo, esta versión trash del original Lisa I el diavolo tan solo salva los muebles en puntuales momentos: aquellos que han preservado parte del material original y, aún de forma aislada, funcionan como un vanguardista sketch dentro de un filme deslavazado que no escatima en circenses convulsiones y variopintas piruetas, amén de litros de verdosos fluidos orgánicos.

Pero volvamos a Lisa e il diavolo, la versión íntegra del viaje de Lisa al mundo de los muertos, narrada con una linealidad exquisita, es claramente deudora de la literatura gótica clásica de escritores como Robert Luis Stevenson (Olalla) o Henry James (Otra vuelta de tuerca). No obstante, es importante no perder de vista que el realizador procura un escenario lo suficientemente onírico, como para someter la clásica ghost history a un proceso de deconstrucción narrativa adecuado para dar cabida tanto a sus obsesiones iconográficas como a su afán trasgresor.

El filme subyuga desde su inicio gracias a unos preciosistas planos del Toledo medieval que aprovechan la escenografía al límite. Bava pone al servicio del callejero toledano toda una batería de picados y contrapicados que optimizan de manera bellísima lo angosto de la ciudad medieval. El talento innato del director italiano para plasmar la inquietud, el suspense, incluso bajo el sofocante sol de mediodía, está al alcance de muy pocos cineastas. El relato nos sitúa a Lisa (Elke Sommer) en pleno viaje turístico por las góticas y sugerentes callejas de Toledo. A pleno sol, la protagonista descubre un relieve con la figura del diablo en el fresco de una iglesia, que esconde el burlesco rostro del actor Terry Savalas. Más tarde, Lisa, volverá a reencontrarse con ese mismo rostro en la presencia de un enigmático personaje que transita por una tienda de antigüedades.

La aventura que el alma de Lisa, desplazada a otro mundo, vive en la siniestra mansión, parte de un legado fílmico que tanto debe a la contribución anglosajona de directores como Willian Castle como a la de compatriotas y compañeros de generación como Antonio Margheriti que, al igual que Bava, se erigió en un experto en restablecer nuevos códigos para dotar de una mayor carnalidad, e incluso amoralidad, a las viejas historias de horror.

A partir de ese instante, el filme desborda las expectativas con secuencias inesperadas como la reiterada aparición de un fantasma a plena luz del día (por cierto, interpretado por Espartaco Santoni) o la presencia de un viejo Rolls Royce negro entre la niebla nocturna, en cuyo interior hallamos a los vetustos personajes que acompañarán a Lisa en su viaje al más allá (2). La aventura que el alma de Lisa, desplazada a otro mundo, vive en la siniestra mansión, parte de un legado fílmico que tanto debe a la contribución anglosajona de directores como Willian Castle (The Hunting y 13 Ghosts) como a la de compatriotas y compañeros de generación como Antonio Margheriti (Danza macabra) que, al igual que Bava, se erigió en un experto en restablecer nuevos códigos para dotar de una mayor carnalidad, e incluso amoralidad, a las viejas historias de horror.

Una vez los pasajeros del vehículo, Lisa incluida, alcanzan la mansión donde pasarán la noche,
Bava despliega su mayor talento. Es en este momento donde la cinta destila, con profusa generosidad, ese prurito pesadillesco tan propio de obras como Operazione Paura.

La decadente burguesía, tan excelentemente retratada en La fustra e il corpo, es recuperada para este filme en un escenario inmejorable, el del mundo de los muertos, el más allá, bien ejemplificado en una mansión que combina pasado y futuro: el pasado de una familia que esconde sus crímenes en el altillo y el futuro incierto de una Lisa que asiste como invitada a una mascarada diabólica que lleva su propio curso. Maniquíes que cobran vida, extraños ruidos en el techo, una madre posesiva y protectora, un joven enamorado de una mujer fallecida que guarda un increíble parecido con Lisa, etc. El sadismo y la necrofilia vuelven a ser puestos sobre la mesa con idéntica minuciosidad estilística que en la extraordinaria La fustra e il corpo (acaso el más equilibrado filme de Bava).


Con el diablo ataviado de mayordomo y ejerciendo de demiurgo en la mansión, Bava nos ofrece un inteligente recorrido por todas sus obsesiones, los paseos nocturnos de Lisa a través de los pasadizos, salpicados por un cromatismo irreal, o esos maniquíes que cobran vida con rostros del pasado son diásporas de un entramado surreal que encuentra en la mansión un lugar común donde poner en práctica un maniqueísmo desaforado, un barroquismo irreal que esconde la esencia misma de la manera de entender el horror de Mario Bava. El realizador transalpino maneja el color con el sabio refinamiento del cineasta expresionista pero también con la sutil capacidad de evocación de los pintores vanguardistas y, a menudo, en sus encuadres, no es difícil adivinar un detalle de Max Ernst o una reminiscencia a Edward Munch. El talento de Bava explota y se concentra, más que nunca, en estos pasajes del filme regalándonos momentos tan exquisitos como aquel en que los viajeros nocturnos (muertos en tránsito), junto a Lisa, cenan formalmente en el salón central de la casa con la condesa (Allida Valli) y su hijo Maximilian (Alessio Orano). Mientras en un oscuro y polvoriento altillo cae al suelo un busto de piedra, el director nos muestra a los comensales en un exagerado plano picado de manera que el espectador tiene claro que algo o alguien les vigila. Detalles como el de la condesa, ciega de nacimiento, “mirando” hacia el techo, o el mismo mayordomo llevando, incomprensiblemente, un trozo de pastel escaleras arriba son solo algunos de los recursos que el maestro Bava despliega con singular solvencia.
Bava muestra su virtuosismo prácticamente en cada secuencia, su sinfonía del horror se sustenta tanto en los claroscuros de la mansión (aún si cabe más amenazadores gracias a sus sutiles travellings), como en su obsesión por jugar con la profundidad de campo a través de los espejos, o simplemente de objetos: un ejemplo magistral lo tenemos en un delicado plano donde vemos a dos amantes haciendo el amor en el reflejo de una pitillera dorada.

El realizador transalpino maneja el color con el sabio refinamiento del cineasta expresionista pero también con la sutil capacidad de evocación de los pintores vanguardistas y, a menudo, en sus encuadres, no es difícil adivinar un detalle de Max Ernst o una reminiscencia a Edward Munch.

Lisa e il diavolo es, en resumen, un filme que concentra sin cortapisas las mejores virtudes de Mario Bava como director, una revisión del mito de Caronte (3) (en este caso encarnado por el diablo juguetón interpretado por Terry Savalas) moderna y desenfada, donde la arquitectura, es decir, pasadizos, escaleras, jardines y criptas, se convierte en un una geografía particularmente psíquica. No es de extrañar que la propuesta cromática y las aristas deslumbrantes de este magnífico horror film tuvieran su continuidad de la mano de alumnos aventajados, como Dario Argento a través de soberbios filmes como Rojo Oscuro (Profondo Rosso, 1975) y Suspiria (1977) , e incluso de un modo mas inocuo, pero con igual libertad creativa en directores actuales como el japonés Takashi Miike y su extraordinaria Llamada Perdida (Chakushin ari, 2003).

El legado de Mario Bava, pues, sigue intacto, y la frescura de filmes como Lisa e il diavolo, Operacione Paura o Las tres caras del miedo (I Tre volti Della paura, 1963) continúa siendo objeto de debate y material de referencia.

  • (1) En España Lisa e il diavolo se estrenó como El diablo se lleva los muertos, pero lo que pudo ver el público en la gran pantalla fue concretamente La casa de l´exorcismo, la versión manipulada para ser distribuida como un exploit de El exorcista.
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  • (2) La aparición de este vehículo a media noche guarda una clara similitud con otros medios de transporte de aura fantasmal como la carreta de los muertos que aparece en el magnífico relato de Alvaro Cunqueiro, Las crónicas del Sochantre, o en un plano cinematográfico en el filme del sueco Victor Sjöstrom, La carreta fantasma.
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  • (3) Caronte era el barquero que, en la mitología griega, se encargaba de conducir a los muertos a través del río Aqueronte hasta el reino de Hades. Los viajeros tenían que pagar un óbolo para costearse el viaje.
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