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film malade

publicado el 11 de enero de 2009

Un “nuevo mundo” en las tinieblas de la luna roja

Debut en la dirección de Willard Huyck (nacido en 1945), Messiah of evil / Dead people es una de las más sorprendentes películas de terror producidas en Estados Unidos durante los años setenta del siglo XX, una particular época dorada del género que alumbró a obras maestras perfectamente reconocidas –de La matanza de Texas (The Texas chainsaw massacre, Tobe Hooper, 1974) a La niebla (The fog, John Carpenter, 1979), pasando por Tiburón (Jaws, Steven Spielberg, 1975), por citar sólo tres ejemplos –pero también numerosas perlas en bruto a recuperar con urgencia, como The brotherhood of Satan (Bernard McEveety, 1971), Lemora: A child’s tale of the supernatural (Richard Blackburn, 1973) o Carrera con el diablo (Race with the devil, Jack Starrett, 1975).

Pau Roig | Autor tan sólo de cuatro películas como director –dos de ellas estrenadas en España: ni más ni menos que La mejor defensa… El ataque (Best defense, 1984), comedia al dudoso servicio de Dudley Moore y Eddie Murphy, y Howard, un nuevo héroe (Howard the duck, 1986), un estrepitoso fracaso–, Huyck consiguió una nominación al Oscar al mejor guión original por American graffiti (Id., George Lucas, 1973) el mismo año de su debut en la dirección; años después, firmaría también el guión de Indiana Jones y el templo perdido (Indiana Jones and the temple of doom, Steven Spielberg, 1984), lo que puede dar una idea un tanto equivocada de los inicios de su estrambótica y no demasiado prolífica carrera. Lejos de constituir un ejercicio nostálgico o un entretenimiento 'mainstream' para toda la familia, Messiah of evil / Dead people se inscribe de manera diáfana en el terror en su vertiente digamos más combativa (decir intelectual o política sería un tanto exagerado): hijo bastardo de La noche de los muertos vivientes (Night of the living dead, George A. Romero, 1968), el filme renuncia a los efectos especiales sangrientos, también a los golpes de efecto, e incluso a los habituales “sustos”, al mismo tiempo que bebe, y mucho, del clima político y social particularmente convulso que se respiraba en esa época en Norteamérica.

Huyck trascende quizá con un exceso de ambición, pero también con convicción, los más o menos estrechos márgenes de la historia narrada: siguiendo el rastro de su padre, un pintor solitario desaparecido en misteriosas circunstancias, Arletty (Mariana Hill) va a parar a un pueblo de la costa oeste de Estados Unidos llamado Point Dune, dónde pronto empezará a desconfiar de la extraña actitud de algunos de sus habitantes, misteriosos y cada vez más hostiles. Prácticamente aislada en la casa de su progenitor, rodeada por sus pinturas a tamaño real de personajes inquietantes y con la extraña compañía de un misterioso coleccionista (Michael Greer) y de las dos mujeres que lo acompañan, Arletty verá como rápida e inexorablemente el mundo que creía real hasta entonces empieza a desmoronarse, a cambiar, a transformarse en algo distinto… y terrorífico. Bajo la apariencia de una típica ciudad norteamericana de la costa, Point Dune esconde el más terrible de los secretos: el germen de una infección más moral que física y / o psicológica que va transformando a sus habitantes en monstruosos caníbales que esperan la llegada de un nuevo mesías –“El extraño oscuro”, aquél que llegará con la luna roja– y que actúan con rapidez e inteligencia, atacando a sus desprevenidas víctimas en grupo y de manera organizada. No se trata, sin embargo, de un simple contagio, tampoco de una enfermedad en el sentido tradicional del término: los infectados van perdiendo paulatinamente sus sentidos y facultades hasta el punto de no sentir el dolor provocado por ninguna herida y de perder las nociones del espacio y el tiempo.

Si es que pueden llamarse así, los zombies de Huyck y de Gloria Katz (esposa del director, con quién comparte en este caso el guión y la producción, y según algunas fuentes incluso la dirección) no son, como los de Romero, la representación metafórica de un apocalipsis de inspiración judeocristiana, ni tampoco de la destrucción del mundo conocido, de la decadencia de una sociedad sin rumbo y sin valores. Son la visualización de la expansión / generalización de un Mal entendido en un sentido prácticamente metafísico, un Mal que anida en lo más profundo de Norteamérica, que forma parte inseparable de la sociedad estadounidense, aunque también pueden representar muchas otras cosas. Uno de los principales mérito del filme es no tanto su ambigüedad y su inteligente recurso al fuera de campo (tanto a nivel expresivo como narrativo), sino su multiplicidad de sentidos, su capacidad para sugerir muchas más ideas y elementos de lo que forman parte de la historia en sentido estricto: no se nos cuenta prácticamente nada de los (casi) dos únicos protagonistas, que en muchos momentos parecen más muertos que los propios zombies, almas en pena incapaces incluso de escapar del horror que los aguarda y de enfrentarse a su destino, pero tampoco de la “nueva religión” que dominará el mundo con la llegada de ese ser –visualizado en un 'flashback' bastante torpe como una especie de sacerdote vestido de negro y con sombrero– que alcanzará la playa de Point Dune procedente de lo más profundo del océano (una idea muy sugerente que parece extraída de los horrores cósmicos de H. P. Lovecraft).

Tan ambiciosa, incluso etérea construcción dramática tiene su justa translación en imágenes con un trabajo de puesta en escena sobrio pero al mismo tiempo atento a los más pequeños detalles, que nunca interfiere / subraya los acontecimientos ni valora la actitud monótona, rendida, de unos personajes que han perdido la noción de la realidad y del Bien y del Mal. Bajo la dirección de Huyck, la dirección de fotografía de Stephen Katz consigue atraparlos en una atmósfera inquietante e irreal utilizando no sólo encuadres extraños y contrastes de luces y sombras, sino con la utilización de una paleta cromática de marcada irrealidad, dominada por azules y rojos inspirados en los más genuinos giallos italianos. De ritmo lento pero en pocos momentos cansino, el filme quizá explota en exceso la carta de la extrañeza (empezando por el rarísimo e indescriptible diseño de la casa del pintor y acabando por las reacciones y las palabras de los protagonistas, que nunca adquieren un sentido completo ni claro a los ojos de los espectadores) pero juega a fondo la carta del terror crudo, que no gráfico. Véanse, en este sentido, los brutales asesinatos de las dos mujeres que acompañan a Thom: la primera (Anitra Ford) muere devorada en un centro comercial tras ver a los habitantes de Point Dune comiendo como poseídos la carne cruda de las neveras en una clara prefiguración de Zombi (Zombie / Dawn of the dead, George A. Romero, 1979). La segunda, interpretada por Joy Bang, es atacada en una sala cinematográfica: después de comprar una entrada, una dependienta cierra la taquilla y las luces del establecimiento mientras la víctima se sienta en una sala prácticamente vacía que se va llenando lenta pero imparablemente de personas de tez blanca y mortecina y completamente vestidas de negro…

Messiah of evil / Dead people, en todo caso, funciona mucho mejor en las escenas (aparentemente) más banales y sin diálogos que no en sus muy evidentes lecturas sociopolíticas: más que la destrucción de la deshumanizada sociedad capitalista imperante, más que el conflicto generacional entre padres e hijos, más incluso que el advenimiento de una nueva sociedad cuya religión propugna la antropofagia de lo diferente, lo que permanece en la retina de los espectadores una vez terminada la proyección son el siniestro camionero albino (Bennie Robinson) conduciendo su furgoneta llena de “nuevos adeptos” por una tétrica urbanización en construcción, el paseo de Thom por una ciudad fantasma, repleta de tiendas y restaurantes vacíos que han perdido ya el significado y el sentido que un día tuvieron, la silenciosa reunión de los habitantes de Point Dune en la playa al lado de enormes hogueras mientras miran la luna que se tiñe de rojo y esperan la llegada del mesías del mal... Puntúa la trama, otorgándole el tono de un siniestro cuento fantástico, la voz en off del padre de Arletty (Royal Dano) leyendo su desesperado diario personal, avisando a su hija de los peligros que acechan en la oscuridad de Point Dune y suplicándole que no vaya a buscarlo: dado por muerto pero en realidad convertido en otro “yo”, en un miembro / monstruo más de la secta, su hija deberá salvar su alma con un fuego purificador que significará también su condena. La voz de Arletty, precisamente, cierra el relato: recluida en un hospital psiquiátrico y considerada loca por os que la rodean, personas normales todavía, al personaje sólo le queda desear / esperar el advenimiento de un “nuevo mundo” en las tinieblas de la luna roja.

    FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA:
    Estados Unidos, 1973. 92 minutos. Color. Dirección: Willard Huyck Producción y guión: Willard Huyck y Gloria Katz, para International Cine Film Corp. / V/M Productions Fotografía: Stephen M. Katz Música: Phillan Bishop Dirección artística: Jack Fiske y Joan Mocine Montaje: Scott Conrad Intérpretes: Michael Greer (Thom), Marianna Hill (Arletty), Joy Bang (Toni), Anitra Ford (Laura), Royal Dano (Joseph Long), Elisha Cook Jr. (Charlie), Charles Dierkop, Bennie Robinson.


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