publicado el 10 de julio de 2009
Hay realizadores capaces de una versatilidad y amplitud estilísticas que abruman, que desconciertan a la prensa especializada, pero que, en cambio, mantienen un discurso sólido y honesto que pocos se atreverían a discutir. Es el caso del director hongkonés Johnnie To, maestro del cine de acción en filmes como 'Breaking News' (2005), 'The Mission' (1999) o su secuela 'Exiled' (2006), adalid del retrato sociocultural en el negrísimo noir 'Election' ('Hak seh wui', 2005) o autor a contracorriente capaz de la fusión entre el cine de suspense de corte paranormal, un retazo de alegoría pulp elegante y ecléctica, que se camufla con enorme pericia en las entretelas del un policiaco de aguerridas texturas, de poético tetricismo: hablamos, claro está de 'Mad detective', filme que pudimos ver en nuestro país en el Festival Internacional de Catalunya Sitges 2007 y que confeccionó alalimón con el realizador y guionista Ka-Fai Wai.[1]
Lluís Rueda | Mad detective es una magnífica cinta que en ocasiones alcanza el malditismo estridente de La dama de Shangai (The lady of Shangai, 1947) de Orson Wells, la condición bastarda y asonante del cine más provocador de David Lynch y se concede una puesta en escena de groseras altisonancias a la manera del Sergio Leone más artie.
Sin embargo, dejando a un lado estas premisas, hemos de insistir en una conducta muy sana en el cine de To, y es que en general sus películas asumen una condición comercial de agradecer, tanto por el esmerado perfil arquetípico de sus personajes como por el clasicismo, en ocasiones tácitamente subrayado, de sus relatos de traición, honor y amistad. Si en Election, To nos construía una grata odisea gangsteril capaz de codearse con Érase una vez América(Sergio Leone, 1984), con Mad detective se nos propone el seguimiento de un ser atormentado, desequilibrado y maldito que se erige en héroe de una función macabra.
Kowlon (Hong Kong) es el escenario escogido por To y Ka-Fai Wai para ubicar las pesquisas a uno de los detectives más particulares del cine contemporáneo, un enfermo mental capaz de la autolisis [2] en su particular método de investigación para, a través de un sexto sentido muy particular, introducirse en el pellejo de asesinos y víctimas. Bun (Lau Ching-wan), auténtico genio de la lucha contra el crimen, es capaz de lanzarse por unas escaleras dentro de una maleta para emular a una víctima, de enterrarse vivo, de comer durante un día hasta casi reventar o de cortarse una oreja, y todo para establecer contacto psíquico con la escena clave del crimen. Pero no, no vean una suerte de Nailan Smith u otro superagente pulp, este investigador de la 'Royal Hong Kong Police' es esencialmente un ser atormentado y fantasmal que transita en un mundo irreal atrapado entre visiones y seres con multiplicidad de personalidades. El relato de Mad detective, no se distancia en demasía de los clásicos del polar francés e incluso de los westerns más crepusculares, pero su tratamiento argumental introduce la novedad de otorgar una cuota de protagonismo a las visiones de Bun, de manera que todo lo que le rodea está sujeto a una distorsión de la que somos partícipes en todo instante.
El relato de 'Mad detective', no se distancia en demasía de los clásicos del polar francés e incluso de los westerns más crepusculares, pero su tratamiento argumental introduce la novedad de otorgar una cuota de protagonismo a las visiones de Bun, de manera que todo lo que le rodea está sujeto a una distorsión de la que somos partícipes en todo instante.
Sin llegar al paroxismo arquetípico del Neo de Matrix (Id., 1999) de Andy Wachowski y Larry Wachowski, Bun es un héroe atrapado en dos realidades que convergen en el fino hilo de lo emocional. Retirado de servicio, y bajo estricta medicación, Bun es requerido por un antigua compañero, Ho (Andy On), para esclarecer el misterio que involucra a dos policías y una pistola. Ambos entraron en un bosque y sólo uno salió con vida. Mad detective nos sumerge en una trama en la convergen cuatro revólveres de la Royal Police que han cambiado de manos en una sucesión de infortunios, de modo que en esa combinación de armas e identidades tenemos un cluedo de lo más particular y sugestivo: en cuanto el culpable del crimen, que se nos muestra convenientemente sesgado al principio del filme, recupere su arma oficial matará al resto de implicados en la trama. Este planteamiento, en la tradición del cine de John Woo, nos arrastra hasta un clímax muy en la línea de las joyas del policiaco made in Hong Kong. Por cierto, cabe apuntar que Ka-Fai Wai fue en los comienzos de su carrera asistente técnico del citado John Woo.
Si bien la mecánica del thriller, no exenta de linealidad, se ajusta a lo que uno puede esperar en un filme de estas características, cabe decir, que en esa persecución frenética para atrapar al asesino, el devenir del filme resulta abrumador tanto por sus texturas como por sus fugas terroríficas y cargadas de surrealismo. Nuestro ‘mad detective’ interactúa con los peligros del alma de los que le rodean, como ese sospechoso con siete personalidades –siete personaje reales- entre ellos un matón, un gordo cobarde y una arpía calculadora y peligrosa que podría devenir en una bruja atemporal, casi un personaje de rol cambiante que a la postre se perfila como el fracaso de su matrimonio o como en la muerte misma.
El planteamiento resulta de una riqueza mágica, pues más allá del policíaco nos topamos con la esencia de ‘Los cuentos crueles’ de Villiers de L´Isle Adam, con la subversiva onírica de los hermanos Grimm y, claro está, a nivel cinematográfico, con los ejes atemporales a modo de conjura espacio-temporal insana y provocadora, que se concede el David Lynch de Corazón Salvaje (Wild at hearth, 1990) y muy especialmente, Carretera Perdida (Lost Highway, 1997).
La arquitectura de Mad detective, su ruta vertiginosa, en ocasiones confunde la mente enferma del protagonista y el trazado de un Hong Kong por el que caminan deseos perdidos y anhelos inalcanzables. Es el mérito de ambos realizadores, sujetar la coherencia de un guión de cine negro impecable y bien calibrado a las veleidades y las fugas de un retrato esotérico. El dietario de esta especie de predicador adusto y malcarado, Bun, podría pasar por un redentor místico: casi una vasija en la que colocar los pecados capitales.
Por ello, más allá de la resolución racional del conflicto criminal se esconde un puzzle de almas, otra guerra imperceptible para el resto de los protagonistas pero complementaria y espeluznante para el espectador. La rabia, los celos, la estupidez, la duda o el ensañamiento son enemigos reales a los que Bun también ha de combatir, son serpientes que cambian de cuerpo, venenos que pueden embriagar a los inocentes y cambiar el curso de los acontecimientos: no sé si utilizar un extraña acepción como ‘chamanismo noir’, pero estoy bien seguro de que este filme psicomágico y espectral podría seducir al propio Alejandro Jodorowsky.
En lo particular, cabe apuntar detalles de estilo brillantes y cargados de hipnotismo como el que hace referencia a la compañera sentimental de Bun, una destilación muy interesante de su verdadera ex esposa, una arpía que poco a poco va ganando protagonismo a lo largo del filme. Bun comparte a su amiga invisible con sus amigos, pasea en motocicleta con ella y tiene románticas cenas en el mismo restaurante de Kowlon cada noche. Cuando el espectador verifica que es todo una invención, desde la primera aparición de la chica, el devenir de ese romance resulta aún más poético y sangrante: los no vivos –o invisibles- dejaron de ser un acicate argumental –ese manido golpe de efecto- hace tiempo para convertirse en un elemento enriquecedor en las historias. En general, en la cinematografía asiática hace mucho tiempo que interpretaron ‘Una vuelta de tuerca’ de Henry James de la manera correcta.
De igual aroma embriagador y acaso mayor concreción en la composición, resulta el tour de force en el salón de espejos, esa secuencia sigilosa e infernal en la que los revólveres buscan a los sicarios y en que nuestro 'mad detective' cae en un nido de avispas que multiplica los roles amenazantes, las sombras se empecinan en atraparle y la rotura de cristales que provoca el tiroteo aún fragmenta el alma en más trozos si cabe.
Niños asustados que son adultos, asesinas de negro, ejecutivos intrigantes, todos los demonios del universo urbano que transitan estos policías vulnerables se concentran en una escena ejemplar que calca el poderoso desenlace de Operación Dragón (Enter the Dragon, 1973) de Robert Clouse, de La Dama de Shangai, o de la bastarda mezcla de ambos filmes, radicalmente diferentes, pero con interesantes vasos comunicantes en sus bellos desenlaces. A To le encantan los tiroteos en invernaderos, restaurantes acristalados o salones de espejos, pero hasta este film tan extraordinario nunca había pasado de un fuego de artificios: en Mad detective hasta los efectismos inherentes al cine de acción tienen posibles vías de interpretación. El poder de la imagen, el recurso de la metáfora inteligente, sobreviene en el cine de Johnnie To de un modo tan natural, tan poco edulcorado, que resulta hipnótico.